La interculturalidad ¿va al cole?
Publicado en OFRIM Suplementos, diciembre 1999
Colectivo Ioé (Walter Actis, Carlos Pereda y Miguel Ángel de Prada)
En este artículo presentamos algunas reflexiones, basadas en resultados de trabajos de investigación, acerca del abordaje de la diversidad por parte del sistema educativo no universitario en España. A nuestro juicio un abordaje adecuado de la diversidad (dentro o fuera del marco del sistema educativo) requiere conocer, en primer lugar, cómo construyen los distintos colectivos sus propias «lógicas de la diferencia» (quiénes son los nuestros, quiénes los otros, y qué características tienen los vínculos recíprocos) y, en segundo lugar, qué tipos diferenciales existen (lo que permitirá abordar la pluridimensionalidad del objeto, sin limitarse a constatar grados de aceptación o rechazo de ciertas diferencias a lo largo de una escala continua y unidimensional). Por tanto, no se trata de analizar a “los diferentes”, dando por supuesta la existencia de mayorías “iguales” a una normalidad incuestionada, y homogéneas entre sí. Por el contrario, el interés se dirige a captar las distintas lógicas diferenciadoras presentes en el espacio escolar. En este sentido parece importante resaltar que no todo lo diverso tiene por qué resultar problemático: en el discurso de cada grupo social la imagen de los “otros” se articula, de forma específica, en base a diferencias que pueden ser percibidas como positivas, indiferentes o bien inadmisibles. La mayor congruencia o distancia entre colectivos dependerá del tipo de diferencias que se atribuya como característica principal a los demás; en otras palabras, del balance entre diferencias legítimas e ilegítimas.
Esta cuestión guarda relación con el modo en que son percibidos, en general, los universos culturales. Si estos aparecen como marcos simbólicos cerrados e inmutables, sólo cabe averiguar qué grado de “proximidad” existe entre distintos colectivos, situando a cada uno en una posición determinada dentro de una escala que va desde lo “próximo” hasta lo “inadmisible”. Desde esta perspectiva habría grupos con los cuales se puede convivir, otros a los que se puede tolerar y algunos con los que resultaría imposible la convivencia. En cambio, si las culturas son percibidas como productos sociales, atravesadas por la pluralidad interna y sujetas a modificaciones en función de las circunstancias históricas, el “problema de las diferencias” deja de ser tan problemático. En primer lugar porque siempre existen elementos comunes que permiten un intercambio fluido; en segundo lugar porque existen diferencias legítimas que permiten un enriquecimiento mutuo o bien una coexistencia no problemática. Y, en tercer lugar, porque las que son percibidas, en principio, como diferencias ilegítimas pueden ser negociadas a partir de un marco de reglas de juego negociadas.