¿Servirá el multiculturalismo para revigorizar al patriarcado? Una apuesta por el feminismo global
Por María José Guerra Palmero
Publicado en Leviatán, nº80, Verano de 2000.
La autora concluye que el carácter patriarcal de las culturas, las propias y extrañas, no tendrá patente de corso para escapar al enjuiciamiento crítico por parte de todas las mujeres que colaborarán en prestar visibilidad y voz a las que antes estaban sumidas en la oscuridad y el silencio.
Hemos importado del contexto norteamericano – EEUU y Canadá- la discusión sobre el multiculturalismo. Los feminismos -no podía ser de otra forma- han sido conmocionados por el intenso debate acontecido en la década de los noventa. Una nueva conciencia de las coordenadas en las que habitamos incorpora las certezas económicas de la globalización conjugadas, en una singular dialéctica, con las del pluralismo identitario y, en consecuencia, nos precipita a esforzarnos en la comprensión de cómo los distintos códigos culturales intersectan o chocan . Por otra parte, las demandas de las mujeres del Tercer Mundo se hacen audibles y provocan que entre en crisis la pretensión universalizadora del feminismo occidental. Esta pretensión se ve obligada a reformularse para dar cabida a todas las mujeres articulando la perspectiva de una comunidad discursiva feminista global, que tuvo su punto de arranque visible en la Conferencia de la Mujer celebrada en Bejing en 1995. Esta podría ser una gruesa descripción del escenario en el que nos encontramos frente al hecho innegable de la convivencia intercultural en sociedades que debaten cómo afrontar el respeto a los derechos de los inmigrantes, y, en concreto, lo que aquí nos interesa especialmente, a los derechos de las mujeres inmigrantes.
El embate multicultural leído en clave europea exige mirar de frente a las relaciones con el mundo musulmán. Europa recibe un fuerte flujo migratorio desde los países árabes mediterráneos – de Marruecos a Turquía- y España, al igual que otras naciones, ha mantenido en el pasado ocupaciones coloniales en estos territorios. Las relaciones económicas entre ambas orillas han perpetuado un patrón asimétrico de intercambio. Si en el pasado las potencias coloniales expoliaron los recursos y sometieron a las poblaciones autóctonas, en el presente la presión de la pobreza y, en muchas ocasiones, la persecución política, hacen que numerosas personan llamen a la puerta del espacio de Schengen con la esperanza de obtener las migajas de la riqueza del Norte.
Nuestro objetivo aquí es, en consecuencia, el abordar algunas de las tensiones entre las visiones dominantes del feminismo occidental y las de las mujeres de otras culturas. De lo que se trata es de dar cabida a la demanda de no exclusión y no silenciamiento que nos hacen llegar las mujeres de otras culturas. En este contexto, tenemos que aludir a revisiones del mismo de concepto de justicia que optan por integrar una bivalencia: la justicia es un asunto redistributivo, pero, también, requiere habilitar prácticas de reconocimiento de la identidad de los diferentes, especialmente, cuando los y las diferentes sufren sistemáticamente el insulto y la humillación . No obstante, queremos alertar sobre un nuevo peligro: el enmascaramiento bajo los ropajes del respeto a las culturas ajenas del secular desprecio a los derechos de las mujeres. No podemos olvidar la condición transcultural del mismo patriarcado. En lo que sigue abordaremos tres cuestiones: la posibilidad del diálogo intercultural, la centralidad del género en la constelación multicultural y, por último, la necesidad de integrar con garantías las voces de las mujeres de las otras culturas de manera que nadie usurpe su protagonismo. La perspectiva de un feminismo global se impone como necesidad frente a los actuales desafíos.
I El diálogo entre E. Spelman y M. Lugones, representante del feminismo chicano, nos pone sobre aviso de las dificultades del diálogo intercultural asimétrico que las mujeres no blancas han sufrido en los EEUU. María Lugones tematiza la asimetría que distancia a las mujeres occidentales y a las provenientes de otras culturas. Ella habla como hispana y nos señala que el lenguaje que se impone al diálogo común obtura la propia expresión diferencial. Frente a los discursos feministas dominantes, las mujeres de otras procedencias culturales sienten una gran extrañeza. Todo el sustrato de supuestos compartidos por la pertenencia a lo occidental blanco queda descrito como un «texto» que no ha sido leído y que, no obstante, está a la base de la discusión. Hay que aprenderlo para entrar en ella, pero, al mismo tiempo, es infinito e inabarcable para la que viene «de fuera». Por otra parte, los otros «textos» civilizatorios que informan las actitudes, palabras y expresiones de las «otras» son desconocidos para las que pertenecen a un contexto blanco. Y lo que es peor, no entran dentro de sus «asignaturas pendientes». No es sorprendente, pues, que la temática de la alteridad y las diferencias conjugada con la de la falta de re-conocimiento – y su reverso que es el desprecio y la humillación- se convierta en el punto de toque de una teoría feminista enfrentada al desafío del multiculturalismo y a sus consecuencias ético-políticas.
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