Construyendo la competencia intercultural: sobre creencias, conocimientos y destrezas
ISABEL IGLESIAS
Universidad de Oviedo
La autora defiende que favorecer el conocimiento y el reconocimiento de lo que es distinto -y de los que son distintos- ha de ser una práctica habitual en el aula de lenguas extranjeras. Es preciso fomentar no sólo la fluidez lingüística, sino también la fluidez cultural realizando actividades que supongan una «provocación» para el trabajo comparativo de los modos de ser y de hacer de los nativos de las diferentes culturas.
1. Introducción:
Resulta innegable que las habilidades de comunicación se intensifican y se realzan por la intimidad con el contexto cultural de pensamiento y de conducta. Por eso, en un mundo interconectado como el actual en el que los contactos internacionales son inevitables, se hace necesaria una reflexión profunda sobre cómo activar y desarrollar la comunicación intercultural de una manera efectiva.
En el ámbito académico y partiendo de la realidad del aula de ELE como espacio multicultural privilegiado, para ser conscientes de las divergencias y de las convergencias culturales que obstaculizan o facilitan el acercamiento, la toma de conciencia y la aceptación de otros modos de ver el mundo, debemos prestar especial atención a tres dimensiones: creencias y actitudes, conocimientos y destrezas. En relación a la primera, para desarrollar una actitud positiva hacia el multiculturalismo debe trabajarse de manera crítica sobre el concepto de cultura y sobre las ideas acerca de los prejuicios, la discriminación, el etnocentrismo y los estereotipos. La segunda dimensión -los conocimientos- está vinculada con la capacidad para conocer nuestra propia perspectiva del mundo, para reconocer nuestra identidad cultural, aunque ésta no sea siempre unitaria ni estable.
La última de 2 las dimensiones -las destrezas- tiene que ver con las capacidades específicas, las técnicas de intervención y las estrategias que se necesitan para trabajar con grupos de distintas culturas, para poder establecer un diálogo crítico y autocrítico. Como marco general, partiremos de esa larga tradición que defiende que los patrones lingüísticos determinan el modo en que el individuo percibe el mundo y su forma de pensar. Puesto que estos patrones varían, resultarán diferentes concepciones del universo y de la vida humana. Una de las fuentes de la idea de la relatividad lingüística está en el romanticismo alemán de Wilbelm von Humboldt para quien el lenguaje expresa y modela el espíritu del pueblo… tiene una forma interior propia, que organiza el mundo. En la misma línea de pensamiento, la llamada hipótesis Sapir/Whorf establece que el conocimiento que un pueblo tiene del mundo está en relación con su lenguaje.La siguiente observación de Whorf explica este principio de la relatividad lingüística:
Categorizamos a la naturaleza de acuerdo con las exigencias de nuestro lenguaje nativo. No conocemos por observación directa a las categorías y tipos que formamos del mundo de los fenómenos; por el contrario, el mundo se nos presenta en un flujo caleidoscópico de impresiones, y tiene que ser organizado por la mente, principalmente por los sistemas lingüísticos de la mente. Dividimos a la naturaleza, la organizamos en conceptos y le asignamos significados principalmente porque pertenecemos a una comunidad lingüística que la organiza de acuerdo con los patrones en los que está codificado nuestro lenguaje…
Este hecho es importante para la ciencia moderna, porque significa que ninguna persona es libre para describir la naturaleza con imparcialidad absoluta, sino que su descripción se sujeta a ciertos modos de interpretación, aun cuando se cree más libre. (Whorf 1956: 213-214)
La lengua, pues, es el medio por el que el hombre crea su concepción, comprensión y valores de la realidad objetiva, actúa como intermediaria entre el sujeto y el objeto. De igual modo, las palabras que escuchamos o que pronunciamos forman nuestro entorno semántico o clima verbal, un entorno que influye sobre nosotros, por eso es importante tener conciencia de ello y no olvidar que las palabras presentan también un significado intencional constituido por aquello que sugiere (connota) en nuestra mente.
La lengua, por tanto, nace de la convivencia que se establece entre nosotros y el mundo creado con los otros hombres. Ha surgido como una llamada de atención sobre ese mundo y no es de extrañar que buena parte de él esté modelado consciente o inconscientemente según los hábitos lingüísticos de cada grupo social. Pero aunque existe una indiscutible relación entre los miembros del clásico trinomio lengua, cultura y sociedad, Vívelo (1978:19) distingue entre lo cultural y lo social:
Cuando hablo de lo cultural, me estoy refiriendo a los códigos conceptuales, a algo que está en la mente de las personas. Cuando hablo de lo social, me refiero a la conducta, a los patrones de ésta, a las regularidades en la interacción entre las personas como miembros de una sociedad. Por lo tanto, los términos «organización social» o»sistema social» se refieren a las descripciones de las personas en interacción, mientras que «cultura» se refiere a un conjunto de ideas de acuerdo con las que actúan las personas.