Alfabetización y enseñanza del español a personas adultas inmigrantes no alfabetizadas
Por Tita Beaven. The Open University, Reino Unido
Este artículo* surge de una serie de dificultades metodológicas básicas que se me plantearon cuando, durante el curso 2001-2002, me dediqué primero a observar y luego a impartir clases de español como lengua extranjera (ELE) para personas adultas inmigrantes en una escuela popular de Madrid.
(El presente artículo está basado en una comunicación presentada en el XIII Congreso de ASELE en la Universidad de Murcia, octubre de 2002).
Hassan era alumno de un curso de español de nivel intermedio bajo. Tenía un buen nivel de expresión oral, y un vocabulario extenso. Para Hassan, según él mismo nos había explicado, lo más difícil era escribir. Durante una clase, la profesora le pidió que le deletreara su dirección: Diego de León, para que ella la escribiera en la pizarra. Hassan, algo incómodo, le dictó lo siguiente: Degodedlon -Todos los ejemplos que se mencionan han sido producidos por alumnos míos o en las clases de otros compañeros que he observado para este proyecto. Quisiera agradecerles a todos ellos su ayuda-.
Fátima, una estudiante de nivel elemental, tomaba cuidadosa nota de todo lo que la profesora escribía en la pizarra, lo cual ralentizaba bastante el ritmo de la clase. Cuando alguien utilizaba una palabra que ella desconocía, insistía en que la profesora la escribiera en la pizarra, ya que decía que como era una palabra nueva para ella, no la sabía escribir. Durante una actividad de rellenar huecos, una de las alumnas escribió amricano en vez de americano, y otro anuayos en lugar de años, entre otros errores. Los alumnos conocían estas palabras, que eran parte de su vocabulario activo, pero no las escribieron correctamente. En una clase de nivel elemental, parte del alumnado estaba alfabetizado y parte no lo estaba, y por consiguiente era difícil encontrar actividades de aula adecuadas para el grupo, ya que los primeros no podían participar en actividades comunicativas que contuvieran texto escrito, mientras que las actividades que no incluían ningún tipo de texto escrito no permitían que los segundos practicaran las destrezas de lectura y escritura.
Quienes trabajan con inmigrantes, sobre todo del Magreb, reconocerán los problemas y las situaciones que acabo de describir. Como han apuntado ya otros autores (Soto Aranda), quienes hemos trabajado con grupos de estudiantes de muy distintas habilidades lingüísticas y diferentes niveles de alfabetización, nos enfrentamos a numerosas cuestiones metodológicas como las siguientes:
– ¿Las personas no alfabetizadas deberían estar en clase con aquellas que saben leer y escribir, o hay que enseñarles español y/o alfabetizarlas por separado?
– ¿En la clase de ELE para personas inmigrantes, deberíamos empezar con las destrezas orales y auditivas, o trabajar también las destrezas de lectura y escritura desde el principio?
– ¿Por qué algunas personas que saben leer y escribir en su propio idioma (y me refiero aquí a mi experiencia con alumnado árabe), y que dicen saber leer y escribir en español, tienen dificultades básicas al escribir, por ejemplo, palabras nuevas?
– ¿Y cómo podemos los especialistas en ELE afrontar el reto de enseñar a leer y a escribir a personas que no están alfabetizadas? Al fin y al cabo, la alfabetización no suele ser parte del programa de formación del profesorado de ELE.