El boom literario de América Latina
Por José Manuel Fajardo
La herencia narrativa de la increible vitalidad cultural de las sociedades latinoamericanas de hace cuatro décadas anima a una nueva generación de escritores que empieza a tener eco en España.
El eco de la explosión literaria de América Latina, acaecida hace ya casi cuatro décadas, sigue resonando todavía como big bang originario del renacimiento de la novela contemporánea. El 12 de febrero se cumplieron 20 años de la muerte en París del que fuera uno de los máximos representantes de aquel boom literario, Julio Cortázar, y ésta es una buena ocasión para evaluar su herencia. El propio Cortázar dijo del llamado boom que era «la más extraordinaria toma de conciencia por parte del pueblo latinoamericano de una parte de su propia identidad (…); el boom no lo hicieron los editores, sino los lectores». Ciertamente, el éxito de las novelas de García Márquez, Vargas Llosa o Alejo Carpentier coincidió con la expansión de un ideal panamericano de transformación social, en los 60 y primeros 70, y en cierto modo fue su reflejo literario. Una explosión de creatividad cultural y social que llegó a Europa como un soplo de aire nuevo en un momento en que la novela europea daba claros signos de asfixia.
Mientras en las novelas americanas crecían los Macondos, los cronopios y las famas, los viajeros amazónicos y los burdeles legendarios, una gran parte de la novela europea quedaba atrapada en el autismo del nouveau roman, cuya experimentación formal había terminado por desentenderse del lector, cuando no por considerarlo un enemigo. Nada más lógico, pues, que el entusiasmo de los lectores europeos, y españoles en particular, por la narrativa venida de América Latina, que era capaz de experimentos como La casa verde o Rayuela sin renunciar a la amenidad y la pasión. De hecho, creo que bien puede decirse que al menos una generación de escritores españoles, aquella de quienes hoy nos encontramos entre los 40 y los 55 años, se formó leyendo compulsivamente los cuentos de Borges y de Cortázar, Cien años de soledad, Conversación en la Catedral y El siglo de las luces, por citar tan sólo algunas obras de referencia, y a tantos otros autores, como Onetti, Rulfo, Fuentes, Bioy Casares, Bryce Echenique o Mario Benedetti. Hasta el punto de poder considerarlos como autores propios.
En América Latina, las siguientes generaciones de escritores han sabido buscar nuevos caminos literarios, en una creativa confrontación con la experiencia del boom que se resuelve en muy diversas literaturas. Del neopoliciaco de Paco Ignacio Taibo II hasta la novela de aventuras y compromiso ecológico de Luis Sepúlveda, pasando por autores tan distintos como Osvaldo Soriano, Fernando del Paso, Mempo Giardinelli o Roberto Bolaño. Una pluralidad de caminos no exenta de polémicas y debates, pero que tiene curiosamente como uno de sus unánimes puntos de referencia la obra de Julio Cortázar.
Del realismo duro e irónico de narradores cubanos como Karla Suárez y Ena Lucía Portela, a la confrontación con el pasado de los chilenos Hernán Rivera Letelier y Mauricio Electorat y del peruano Alfredo Pita; de la novela histórica del mexicano Antonio Sarabia a la narrativa urbana de los colombianos Santiago Gamboa y Jorge Franco, el panorama de la más reciente narrativa latinoamericana sigue siendo el reflejo de la increíble vitalidad cultural de sus sociedades. Afortunadamente, en los últimos cinco años, tras el paréntesis de ensimismamiento europeo de la sociedad española, esa nueva novela ha empezado a llegar y a tener verdadero eco en España, de igual modo que autores como Muñoz Molina, Rosa Montero, Enrique Vila-Matas, Bernardo Atxaga o Manuel Rivas se han convertido en referencias para los lectores latinoamericanos. Es un diálogo necesario y enriquecedor. Veinte años después de la muerte de Cortázar, la novela en lengua española y sus lectores expresan la toma de conciencia de que el continente hispano es uno solo, aunque se exprese en dos continentes físicos separados por un océano. Falta por ver cuánto tiempo necesitarán nuestros políticos para descubrirlo.
Fuente: El Periódico de Catalunya. 14 febrero 2004