Mujeres inmigrantes: prisioneras del género
El tema que se me propuso para esta intervención fue «Migrations and Women Ventures, Confluence and Conflict» , y voy a exponer primero cómo lo entiendo y cómo me propongo desarrollarlo.
Las primeras palabras con que se enuncia el tema plantean la cuestión central: ¿qué significan las migraciones para el futuro de las mujeres inmigrantes? Y la segunda anticipa la alternativa hacia la que esa cuestión nos orienta: ¿es que confluyen las dinámicas de la vida en la inmigración con los ideales de la emancipación y dignidad femenina o es que la inmigración, por el contrario, confronta las mujeres con nuevas formas de humillación y esclavitud?
El tema así entendido es de una enorme amplitud e imposible de desarrollar en una sola intervención. Por eso me voy a limitar a describir primero con cierta brevedad el contexto de problemas, motivaciones y propósitos en el cual las mujeres se deciden a emigrar, fijándome en lo que tiene que ver ese contexto con el avance hacia un enaltecimiento de la situación de la mujer en la sociedad.
A continuación, pensando en los conflictos con que se enfrenta ese avance una vez llegadas las mujeres a sus países de destino, descenderé a detallar lo perteneciente a la entrada de las inmigrantes que llegan a España en el mundo del trabajo. Y es que este es un tema que tengo más especialmente estudiado. En su momento expondré todo lo que esto implica.
Entro pues en el primero de estos dos puntos.
1. La decisión de emigrar y el futuro de las mujeres:
Es obvio que todo emigrante, cuando se decide a emigrar, abre para sí un futuro nuevo lleno de incertidumbres. Dejará atrás los espacios conocidos y familiares, se alejará de los vínculos y costumbres que han dado forma a su vida, perderá muchos de los apoyos que le asistían en sus dificultades emocionales y materiales. Pero si a pesar de todo emigra es que espera conseguir otros logros que le compensarán de esas pérdidas: por ejemplo superar situaciones de pobreza difícilmente soportables, escapar de injusticias y violencias políticas, acceder a contextos cultural y económicamente atractivos, etc.
Al explanarse el por qué de las migraciones suele suponerse que estos factores y visión del futuro afectan tanto a los varones como a las mujeres y en principio se procede como si ambos sexos miraran de igual modo a su futuro en la emigración: con la misma incertidumbre, con los mismos propósitos, con una misma manera de calcular los pros y contras del emigrar, contando con unos mismos recursos materiales y humanos.
Y sin embargo hay indicios de que hoy día las mujeres no miran igual que los varones hacia ese su futuro en la emigración, como contando con que él apela a su condición femenina de otra manera que a la masculina y que puede esconder para ellas distintas dificultades y distintas promesas. ¿Es esto cierto? ¿Afectará de algún modo a la situación de la mujer en la sociedad?
Entre tales indicios tengo 3 por más significativos y quiero describirlos intentando ver si nos dicen que la actual emigración de las mujeres tiene algo de especial.
Estos indicios son:
• La inversión del orden tradicional del emigrar, conforme al que primero emigraban los varones y luego les seguían las mujeres.
• La alta feminización de algunos flujos migratorios.
• La sobrerrepresentación de mujeres separadas y divorciadas entre las inmigrantes latinoamericanas y marroquíes venidas a España.
En cuanto a la inversión del orden tradicional del emigrar, conforme al que antes emigraban primero los varones y luego las mujeres, lo primero que hay que constatar es que se trata de un hecho ampliamente constatado en toda la Unión Europea a propósito de la inmigración procedente de Filipinas, de la República Dominicana, de Perú y, en menor escala, de Colombia y Rumanía. Y acerca de dicho orden una cosa es clara: si antes emigraban “primero los hombres, luego las mujeres”, ello respondía a una jerarquización de los roles, responsabilidad y autoridad, del varón y de la mujer. El varón decidía, era activamente responsable por la familia y por su esposa, se suponía que él era quien había de tomar la difícil decisión de inmigrar y llevarla a la práctica, mientras la mujer esperaba pasivamente el desarrollo de los acontecimientos y, dependiendo completamente de los logros del varón, emprendía o no emprendía su viaje.
El hecho de que hoy quien se anticipa es la mujer significa que este esquema de las relaciones de género se ha roto. La mujer ya no ha de esperar pasivamente que el varón le abra un espacio en el país de destino: ella es la que abrirá camino para él y asumirá las responsabilidades de conseguirlo. Muchas veces por iniciativa propia; quizás alguna vez, tratándose de sociedades especialmente machistas, por iniciativa más o menos ficticia de sus familiares varones que consideran más viable la inserción laboral de las mujeres en no pocos países de destino. Pero el caso es que la mujer, unilateralmente o contando con los suyos, es finalmente la que primero se enfrenta con la dificultad de abrir caminos para sí misma y para los suyos.
Este cambio en el papel social de las mujeres aparece de nuevo en la feminización de las migraciones de determinados países. Y no importa que generalmente esa feminización a medio plazo se atenúe, al ir consiguiendo las mujeres reagrupar a familiares varones. Al contrario. Lo que muestra es que ellas, habiéndose mostrado capaces de abrir un camino de futuro para todos los suyos – y no sólo para sí mismas – han invertido de hecho la jerarquía de género que antes las postponía.
Una cuestión ulterior y merecedora de plantearse es si las mujeres que así han emigrado, precediendo a los varones y abriéndoles camino, fueron conscientes de la posibilidad de cambio, en cuanto a su status de género subordinado, que se les ofrecía con el desafío de la emigración. Y la respuesta es que en muchos casos no sólo han sido conscientes de que la emigración les ofrecía esa posibilidad, sino que expresamente han querido aprovecharla, viendo en ella un motivo más para adoptar la difícil decisión de emigrar.
Lo confirman de modo especialmente patente muchas de las historias de vida de mujeres marroquíes y latinoamericanas separadas, divorciadas o madres solteras que han venido a Europa, aspirando a rehacer su vida en un medio social que no las estigmatizara. Y cuando los razonamientos de éstas llevan al interesado a indagar si esa idea de la mejor situación de género esperable para las inmigrantes en Europa es representación común y no indiferente para el común de las casadas y solteras que emprenden el viaje, lo que halla es que es así, o sea, que las mujeres inmigrantes vienen contando con ello y aspirando a ello.
Así las cosas parecería que la emigración crea contextos favorables para que las mujeres de no pocos países alcancen a mejorar cualitativamente en su situación de género. Y se producen situaciones y hechos que lo confirman. Pero otros hechos y situaciones hacen dudar de que las mujeres en la emigración puedan mejorar su suerte, consiguiendo equipararse a los varones en el disfrute de las ventajas que puede reportar a los inmigrantes el contexto social de los países de destino. No son pocos los trabajos sobre el terreno que alimentarían esta duda y Jacqueline Hagan enumera a título de ejemplo los siguientes:
“Revisited research on Miami’s Cuban enclave shows that women receive few of the benefits experienced by male coethnics. Similarly, research on New York City’s Chinese enclave finds negative human capital returns for female workers only and suggests that the positive outcomes of enclave economies for men may be enjoyed at the cost of women’s opportunities. Gilbertson’s research on Dominican and Colombian workers in Latino firms in New York City also concludes that the success of small business owners and male workers is won at a cost to immigrant women. These studies … suggest that
networks operate in gendered ways to produce systematic differences in labor market outcomes for men and for women”. (1)
Este último punto me parece ser de una gran importancia para la consideración del tema cuyo tratamiento me han encomendado VV., que es el de examinar si los caminos de la emigración convergen o no convergen con los elegidos por las mujeres que se esfuerzan por redimir su status de “segundo sexo”. Porque si efectivamente las redes sociales llevan a que el mercado de trabajo discrimine negativamente a las mujeres inmigrantes, entonces es que los caminos de la inmigración decididamente, al menos en cuanto a esto, no convergen con los de la liberación de la mujer.
Voy pues a tratar detenidamente este punto de la discriminación de las mujeres en el mercado de trabajo, y en el mercado de trabajo español, anteponiendo 3 observaciones:
la primera, que por supuesto no creo que dicho mercado de trabajo sea el único espacio social en donde se pone en juego el status de segundo sexo de las mujeres. La segunda: que si desde ahora voy a ocuparme sólo de este tema, es simplemente porque se trata del que tengo mejor estudiado. La tercera: que no tengo datos para asegurar que lo que ocurre en España con las inmigrantes sea extrapolable a todos los países que las reciben, aunque no me faltan indicios para pensar que la situación es parecida en los sistemas migratorios europeo y norteamericano.
Paso pues ya a esta segunda parte de mi intervención, que compara lo que ocurre con las inmigrantes y con los inmigrantes en el mercado de trabajo español, en orden a hallar las diferencias de género que en ello se hacen sentir. Para hacerlo me valdré de los datos recogidos mediante encuesta hecha a 1.340 inmigrantes seleccionados para representar a la población inmigrada de las 8 nacionalidades de origen más numerosas en España (2). Y comenzaré primero por examinar si las mujeres acceden a su búsqueda de trabajo con una mejor o peor preparación que los varones, porque sin ello no sabríamos decidir si se deben a cuestiones de género o se deben a cuestiones de preparación las mejores remuneraciones que, según veremos, consiguen los varones.
2.La formación con que acceden las inmigrantes y los inmigrantes al mercado de trabajo español.
Pues bien: para valorar la formación con que acceden los inmigrantes al mercado de trabajo suelen considerarse tres dimensiones: el nivel de estudios que ellos y ellas han alcanzado a tener antes de su venida, la experiencia laboral que han acumulado y la exportabilidad de las cualificaciones que por una u otra vía han podido adquirir.
Examinamos inmediatamente las dos primeras, dejando lo tocante a la exportabilidad de las cualificaciones para después de que hayamos conocido los campos del mercado de trabajo español a que hoy día tienen acceso los inmigrantes.
a) Nivel de estudios alcanzado por los inmigrantes y las inmigrantes antes de su venida:
Hay alrededor de un 10 % de mujeres y varones que no tienen ni siquiera el certificado de estudios primarios, un 25 % que poseen éste y no más; un 30 % con certificado de estudios secundarios, un 18 % con estudios de formación profesional u otros – y entre un 10 y un 15 % con estudios universitarios. Con dos diferencias apenas significativas estadísticamente, ambas a favor de las mujeres: hay algunas menos mujeres entre quienes carecen totalmente de certificados de enseñanza primaria y también hay algunas más entre quienes poseen títulos universitarios.
Debe añadirse un pequeño detalle: después de venidos algunos inmigrantes amplían estudios o piensan ampliarlos, redundando esto en aumento de su capital humano: un 25% ha participado ya en algunos cursos y un 27 % piensa hacerlo.
Los datos indican que los varones han atendido más a mejorar su manejo de la lengua castellana o catalana, y también a terminar sus estudios secundarios. Es en cambio mayor la proporción de las mujeres que dice estar haciendo estudios primarios. Las demás diferencias no son estadísticamente significativas Y en conjunto estos datos apenas alteran el perfil del capital de estudios que los hombres y mujeres ya traían al venir.
En conclusión: los niveles de escolarización con que acceden al trabajo en España las inmigrantes y los inmigrantes es del todo similar. No puede por tanto depender de diferencias en la escolarización previa, el peor rendimiento de su trabajo que, como veremos, consiguen las mujeres.
Veamos ahora en qué medida puede depender de diferencias en la experiencia laboral traída por unas y otros.
En cuanto a ella el capital humano de los varones sería mayor que el de las mujeres, pues si de los primeros eran sólo un 14 % los que no habían trabajado antes de emigrar (sin duda los venidos aún muy jóvenes), entre las mujeres es de un 34,9 % (más de la tercera parte) la proporción de las que no habían trabajado. Y entre las mujeres con experiencia laboral, también es menor que entre los hombres la proporción de las que se emplearon por cuenta ajena. Estos fueron los resultados.
Si ahora nos fijamos en la calidad de los trabajos, tanto por cuenta propia como por cuenta ajena, encontramos curiosamente en esa calidad las mismas diferencias que en nuestra cultura se estaban dando por supuestas hasta ahora. Tratándose de los empleos por cuenta ajena, la proporción de los varones es mayor en experiencias de trabajo agrícola (7 % de los varones en él, frente a apenas ninguna mujer), en la construcción (12 % frente a apenas ningunas mujeres) y en los oficios cualificados (un 30 % de los varones y un 19 % de las mujeres). En cambio la experiencia de las mujeres es mayor en puestos de auxiliares de administrativos y comercio (un 30 % de ellas, un 12 de ellos).
El perfil de las experiencias laborales en empleos por cuenta propia altera un tanto esas proporciones, porque indica que en origen y por cuenta propia eran bastantes más los varones que trabajaban en la agricultura, así como los varones y mujeres que trabajaban en comercios o negocios propios. En cambio por cuenta propia era mucho menor la proporción de las mujeres que trabajaban como auxiliares administrativos. De todas formas, dado que es pequeña la proporción de los que alegan haber trabajado por cuenta propia, estos resultados afectan relativamente poco al conjunto.
Estas constataciones tienen mayor importancia que la que a primera vista parece. No sólo porque la proporción de mujeres que tiene experiencia laboral resulta ser marcadamente menor que la de los varones. Es que además la experiencia laboral que éstos tienen se refiere a tipos de trabajo para los que existe una bastante amplia demanda en España (por ejemplo la construcción, la agricultura, los oficios cualificados “de cuello azul”). En cambio la experiencia laboral que tienen las mujeres se refiere a puestos de trabajo ya ocupados por españolas y por eso escasamente demandados por los empleadores (como secretariado y pequeño comercio). En este sentido, según la terminología usual, la experiencia laboral de los varones sería bastante más exportable que la de las mujeres y ello no dejaría de influir en las mayores dificultades que éstas encuentran para rentabilizar sus capacidades.
En resumen: si el nivel de capital humano aportado por las mujeres inmigrantes resulta ligeramente superior al de los varones cuando se estima atendiendo sólo a los estudios cursados por unas y otros, resulta en cambio inferior si se estima atendiendo a la experiencia laboral previa a la inmigración. No porque las mujeres hayan ocupado en sus países peores empleos, sino porque más de un tercio de ellas no ha tenido ninguno y porque las específicas habilidades que poseen resultan más difíciles de exportar al mercado de trabajo español.
Veamos ahora, todo esto supuesto, cómo alcanzan a rentabilizar su capacitación para el trabajo las mujeres y los varones.
3. Rentabilización de sus capacidades por las mujeres y los varones inmigrados a España: los niveles de estudio.
Veamos ante todo dónde trabajan unos y otras, para examinar luego hasta qué punto se corresponden los empleos en que se ocupan con sus estudios previos y su experiencia profesional.
El mercado laboral español, se encuentra claramente segmentado por razón del género. Así existirían lugares de trabajo masculinos, como la agricultura y la construcción, mientras que el servicio doméstico constituiría el ámbito de empleo femenino demandado que es más característico. Esto, como luego veremos, tiene una gran importancia para la rentabilización de las capacidades de unos y otras. Porque las mujeres, dada esta segmentación de los trabajos, no están en la agricultura ni en la construcción, que son empleos relativamente bien pagados – mientras que están masivamente en el trabajo doméstico, muy mal pagado. Pero antes de llegar ahí, veamos cómo se corresponden estos empleos en que se ocupan las inmigrantes con sus niveles de estudio.
Un primer paso para responder a esta pregunta podemos darlo comparando los niveles de estudio que poseen las mujeres inmigradas con aquellos que requieren los empleos por ellas desempeñados.
Vemos que hasta un 81,6 % de los empleos que tienen las inmigrantes en España no necesitan estudios ningunos, situación en la que sólo está un 20,3 % de ellas. En cambio resulta que, poseyendo títulos universitarios el 13,5 % de ellas, sólo se requieren esos títulos en un 2,4 % de los empleos en que se encuentran.
Ahora bien: si comparamos estas cifras de conjunto con las de los varones, observamos que esta mala rentabilización de los estudios de las mujeres es casi idéntica a la que soportan los varones, lo cual indicaría que ella no es específicamente cuestión de género; sería efecto de las dificultades que presenta el acceso al trabajo en la emigración a España.
Pero aún podemos avanzar algo en el estudio de las diferencias de género mirando las cosas más en detalle y diferenciando la clase de ocupaciones en que se emplean los varones y las mujeres. Y es que una vez desglosados los datos por ocupaciones y niveles de estudio aparece que, en el caso de los varones, existe alguna correspondencia entre el nivel de estudios poseído y el puesto de trabajo ocupado, pero eso no ocurre en el caso de las mujeres.
Entre los varones una relativa mayoría de los que no han estudiado trabaja en la construcción, y otra relativa mayoría de los que poseen estudios de formación profesional trabaja en oficios cualificados, siendo proporcionalmente más numerosos los universitarios en las varias actividades calificadas como “otras” – aunque por supuesto en todas las ocupaciones se encuentren individuos de todos los niveles de estudios, como no puede menos de ocurrir en un mercado de trabajo tan saturado como lo está el español. Pero entre las mujeres no aparece esta tendencia a la afinidad entre niveles de estudios y empleos conseguidos; y es que ellas, por lo general y con independencia de su nivel académico3, tienden a ocupar fundamentalmente dos nichos: el servicio doméstico y -en menor medida- la hostelería.
Por lo tanto, no es aventurado afirmar que el propio mercado laboral lleva de facto a una discriminación de género, pues existen bastante amplias demandas de empleos relativamente bien remunerados (como la construcción y la agricultura) que se dirigen a varones poco o nada escolarizados – y en cambio la demanda de empleo femenino es por excelencia el servicio doméstico, mal remunerado, al que además termina por ir a parar una muy alta proporción de mujeres, sea cual sea su preparación y capacidad. Y tal discriminación parece, además confirmarse al relacionar el nivel de estudios femenino con otros tipos de empleo.
Porque las mujeres con estudios de formación profesional se encuentran empleadas sobre todo – fuera de las que están de en el servicio doméstico – en oficios no cualificados. Justo al contrario que los varones que presentan su misma graduación académica, y que aparecen muy vinculados a los oficios cualificados.
Se observa que, en el caso de los varones, existe alguna correspondencia entre el nivel de estudios poseído y el puesto de trabajo ocupado: así, una relativa mayoría de los hombres que no han estudiado trabaja en la construcción, y otra relativa mayoría de los que poseen estudios de formación profesional trabaja en oficios cualificados, siendo proporcionalmente más numerosos los universitarios en las varias actividades calificadas como “otras” – aunque por supuesto en todas las ocupaciones se encuentren individuos de todos los niveles de estudios.
No son iguales, sin embargo, los resultados obtenidos a partir de la realización de idéntico análisis para las mujeres. Y es que éstas, por lo general y con independencia de su nivel académico, tienden a ocupar fundamentalmente dos nichos: el servicio doméstico y -en menor medida- la hostelería.
En síntesis: al comparar el nivel de estudios que poseen las mujeres inmigradas a España con los empleos que por ahora consiguen, resulta claro que la emigración no les libera de las desigualdades de género. Y, como podía temerse, no es muy diferente lo que les ocurre con la rentabilización de su experiencia profesional. Pasamos a ocuparnos de este punto.
4. Rentabilización de sus capacidades por las mujeres y los varones inmigrados a España: la experiencia profesional.
Al tratar en el punto anterior del mal aprovechamiento de sus estudios que padecen las mujeres emigradas, ya se advirtió que ello en buena parte se debe a que no les es posible emplearse en los mismos trabajos que los varones. Pero para ver lo que a ellas les ocurre con su experiencia profesional sometimos luego a un análisis multivariable las frecuencias con que ellas y los varones se emplearon en su país y en España. Y aquí resultó que para el conjunto de los varones, por comparación con las mujeres, hay bastante mayor afinidad entre la experiencia profesional con que llegaron y los trabajos que consiguen en España.
Pero no en cuanto a las mujeres. En cuanto a éstas la situación es clara, aunque no alentadora: lógicamente aparece de nuevo que la mayoría de las inmigrantes desempeñan sus actividades en el servicio doméstico (y en mucha menor medida en la hostelería), sea cual sea la experiencia profesional anterior. Como tratándose del aprovechamiento de sus estudios resultaba que él se arruina hasta casi anularse en el servicio doméstico, ahora al tratarse del aprovechamiento de su experiencia profesional, resulta que ésta también se desaprovecha en el servicio doméstico, en el cual los abundantes empleos demandados casi siempre están requiriendo mujeres (5).
En cambio los empleos en la construcción y la agricultura, al ofrecerse casi exclusivamente a hombres, no dejan aprovechar su experiencia profesional a las que en sus países los habían practicado. Porque según los datos recogidos el desempeño de labores en la agricultura o los oficios no cualificados es casi inexistente en el colectivo de las inmigrantes venidas a España y la construcción ni siquiera aparece.
Nótese también cómo para los varones el servicio doméstico aparece relativamente apartado de todas las ocupaciones anteriores, a excepción de oficios cualificados: este hecho se debe, por una parte a que son relativamente pocos los hombres que trabajan en este entorno y, por otra, a que aquellos que desempeñan actividades domésticas se dedican a tareas que requieren una cierta formación específica (como la de chófer o jardinero).
Otro aspecto que también merece notarse es la mayor o menor estabilidad con que se desempeñan los distintos empleos. Para los varones existen dos clases de empleo en las que se detecta muy escasa movilidad: la agricultura y la construcción. Una mayor permeabilidad existe entre los oficios no cualificados, los cualificados y la hostelería. Y para las mujeres la permeabilidad detectada es mucho mayor. Ello quiere decir que cambiarían de empleo bastante más que los varones y puede aventurarse que, aceptando inicialmente empleos en el servicio doméstico a falta de otros mejores, procurarían conseguir otros tan pronto como les fuere posible. Encontrarían camino sobre todo a través de distintos oficios no cualificados y de la hostelería, para terminar realizando tareas de mayor profesionalización.
Y en definitiva todo esto tiene decisivas repercusiones sobre las grandes diferencias salariales que se producen entre los varones y mujeres que han emigrado, las cuales parecen marcar definitivamente las diferencias de género.
5. Rentabilización de sus capacidades por las mujeres y los varones inmigrados a España: las diferencias salariales.
Para concretar este punto nuestro trabajo empezó por diferenciar 6 bandas de salarios, las que estaban en menos de 300 Euros mensuales, entre 300 y 450, entre 451 y 600, entre 601 y 900, entre 901y 1.200 – o por encima de los 1.200 euros mensuales. Luego pasamos a contabilizar cuántas mujeres y cuántos varones, con qué niveles de estudios, estaban en esos niveles de salarios.
Pues bien: lo que hallamos fue que en la banda de los salarios inferiores (de 300 a 600 Euros) aparecían muchas más mujeres que hombres, mientras que ocurría lo contrario en la banda de los salarios superiores. Y si recordamos las cifras sobre distribución de empleos antes comentadas, comprendemos que esta diferencia se debe a que la fuerza de trabajo masculina se demanda sobre todo en la construcción y la agricultura y los oficios de cuello azul, en los que los hombres tienen mayor experiencia laboral y donde las remuneraciones obtenidas son bastante superiores a las que pueden obtener las mujeres en los espacios laborales en que se demanda su presencia, que son sobre todo el servicio doméstico y la hostelería.
Lo cual significa que la exportabilidad de las capacidades de los varones es significativamente mayor que la exportabilidad de las capacidades de las mujeres y que las diferencias salariales responden a una lógica: ellos, los varones, incluso sin pretenderlo, se ven llevados hacia sectores mejor remunerados en el mercado; las mujeres hacia los peor remunerados.
No sólo podría hablarse, entonces, de masculinización y feminización de los tipos de empleo, sino de masculinización y feminización de la exportabilidad de la experiencia profesional.
Dicho de otra manera: los inmigrantes varones, cuya experiencia se corresponde con la agricultura, la construcción o la gestión del propio negocio obtienen en España mayores remuneraciones; y lo mismo sucedería, aunque en menor medida, con los salarios del grupo englobado en “otros” (que incluye los titulados superiores y otro personal cualificado). Pero en el caso de la mujeres son los empleos de salarios comparativamente más bajos los que recogen a más mujeres: tanto a las que antes de su venida desempeñaban actividades no necesitadas de especial cualificación – por ejemplo labores agrícolas – como a otras cuyos empleos requerían mayor graduación académica (oficios cualificados y “otros”). Y los trabajos femeninos menos escasamente remunerados (personal administrativo, personal de recepción-comercio, oficios no cualificados, autoempleadas) absorben sobre todo a aquellas que presentan una experiencia profesional más difuminada e identificada con estudios intermedios.
Aunque, en ambos casos, la desvalorización profesional resulta patente y muy superior a la experimentada por los varones. De donde resulta que el salario medio de los inmigrantes varones es de 779 euros mensuales, mientras que el de las mujeres es de 579. O lo que es lo mismo, el salario masculino es superior al femenino en un 35 %.
La desventaja de las mujeres resulta enormemente llamativa, aunque es verdad que la situación actual no es seguro que va a permanecer estable, pues de hecho el servicio doméstico es el sector de empleo inmigrante que presenta mayor movilidad. Y si es así, el factor tiempo resultará decisivo para poder evaluar si realmente se produce un aumento de la rentabilidad del capital humano femenino vía adaptación de la formación adquirida en origen a las peculiaridades del mercado laboral español. Pero acerca de ello no podemos aún disponer de datos, por lo reciente que ha sido la llegada de las inmigrantes a España.
CONCLUSIÓN
Comenté al principio que la emigración actualmente, para muchas mujeres, se presenta como un horizonte lleno de oportunidades para superar las situaciones de dependencia e inferioridad que las relegan a una situación de “segundo sexo”. Eso indican por una parte las historias de vida de muchas de ellas que manejamos en nuestro Instituto de Estudios sobre Migraciones, pero más objetivamente el hecho de que en bastantes países se ha invertido el orden tradicional, según el cual eran los varones los que primero emigraban, asumiendo todas las responsabilidades, mientras que ahora son las mujeres las que abren camino y cargan con las más arduas dificultades iniciales, actuando en ello como sexo primero y más capacitado. Y también las cifras de las mujeres que emigran para escapar de los controles sociales opresivos y los estigmas denigrantes que en muchos países pesan sobre las mujeres que viven solas. Por este lado convergen las trayectorias de la inmigración con los caminos de la liberación de la mujer.
Pero en sentido contrario citaba las opiniones de Jacqueline Hagan, según las cuales la emigración enfrenta a la mujer con nuevas y más tenaces desventajas. Y para ilustrar este punto de vista he examinado detenidamente lo que ocurre en España con la rentabilización de las capacidades profesionales de las mujeres, porque es un punto que tengo especialmente estudiado.
El resultado de mi indagación ha sido, como VV. habrán comprobado, bastante demoledor. No sólo es que los empleos que consiguen las mujeres están muy por debajo e sus conocimientos y experiencias, y que los salarios que obtienen son por término medio un 35 % más bajos que los de los varones. Es que la división de los sectores laborales está sexualizada y también lo está la exportabilidad de las capacidades adquiridas en los países de origen – siempre con ventaja para los varones.
Por este lado pues no confluyen ahora en absoluto los caminos de la emigración con los caminos de la superación de las injusticias de género. Hay una gran tarea que realizar para llegar a un mejor futuro y ojalá nuestra reunión nos dé mayores alientos para luchar por conseguirlo.
Gracias.
Atenas, 25 de octubre de 2003
Dra. Rosa Aparicio Gómez
Directora Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones, Universidad Pontificia Comillas
Intervención durante el:
MEDITERRANEAN WOMEN’S FORUM UNESCO NETWORK
5th International Congress “Women: migrations and intercultural dialogue”
Atenas, 23-26 Octubre 2003
Notas:
1. Hagan, J.M.: “Social Networks, Gender and Immigrant Incorporation: Resources and Constraints”; American Sociological Review, 63(1998)55-67. Referencia, pag. 55.
2. La muestra se describe detalladamente en A. Tornos, R. Aparicio y otros “El Capital Humano de la Inmigración”, actualmente en curso de publicación en Madrid por parte del Ministerio Español de Trabajo y Asuntos Sociales.
3. Aunque una contemplación primera del gráfico permitiría sugerir que son fundamentalmente las mujeres sin estudios las que se emplean en el servicio doméstico, debe tenerse en cuenta que, del total del colectivo femenino en cuestado, únicamente un 10% componía la categoría sin estudios. Por ello, aunque, evidentemente, las mujeres sin estudios se emplean en su mayoría en este sector, en términos absolutos el servicio doméstico ocupa a un mayor número de mujeres con titulaciones académicas superiores.
4. Aunque debe remarcarse que es cada vez mayor la demanda de empleados domésticos de género masculino, particularmente para aquellos trabajos que requieren cierta fuerza física como el cuidado de personas mayores incapacitadas. La cuestión que cabría dilucidar es si ese tipo de trabajos pueden considerarse dentro del ámbito del servicio doméstico.
El texto contaba con graficas y tablas que “mediterraneas.org” no ha reproducido.
Fuente: Mediterraneas