La educación intercultural: un reto para la Unión Europea
Por Barbara Dührkorp Dührkorp
La Comunidad ha sido siempre una entidad pluricultural y multiétnica, y las circunstancias actuales no hacen sino acentuar este carácter: la libre circulación de personas, la ampliación a nuevos países, la internacionalización del mercado de trabajo, el incremento de la inmigración y el camino ya andado en la integración de los inmigrantes, plantean hoy en día una nueva realidad, en demasiadas ocasiones difícil y problemática, entre poblaciones de culturas muy diferentes.
Los nuevos movimientos migratorios alcanzan ahora a los Estados miembros considerados hasta hace poco países de emigración como España e Italia, de modo que la distinción tradicional entre países de emigración e inmigración tiende a desaparecer.
Por otra parte, tampoco se han realizado las expectativas de que los trabajadores migrantes regresaran a sus países de origen tras una estancia limitada en los países de acogida, por el contrario, se observa una tendencia muy importante a favor de la reunificación familiar, que con el crecimiento de la segunda y tercera generación de emigrantes de los años cincuenta y sesenta, da lugar a la creación de comunidades localizadas fundamentalmente en las grandes ciudades de la Comunidad en donde suelen desarrollar sus propias infraestructuras y concentrarse en ciertos sectores económicos.
Además, la realización del mercado interior ha aumentado la movilidad, especialmente en las categorías profesionales altamente cualificadas, que se diferencian de los grupos tradicionales de inmigración por un estatuto socio-profesional más elevado, por una estancia más corta en el país de acogida y evidentemente, por unas necesidades y unas demandas diferentes de las de aquéllos.
En este contexto conviene también recordar la situación de los gitanos, que parecen estar convirtiéndose en el blanco de un nuevo racismo que se extiende por toda Europa.
Europeos desde hace siglos, debido a sus características sociales y culturales y a su presencia en todos los Estados de Europa, los gitanos no tienen un Estado de referencia, salvo en el caso de los gitanos españoles -lo que tampoco ha solucionado su situación hasta ahora-. La preocupación específica por la escolarización de sus hijos será un elemento esencial de su desarrollo personal y de su éxito social.
Los problemas de integración con los que se encuentran los niños gitanos son en varios aspectos comparables a los de los hijos de padres que ejercen profesiones itinerantes, como familias del circo, feriantes, temporeros, etc. Aunque el nomadismo de estas familias sea por razones diferentes, no por ello deja de engendrar una forma de vida específica que forma también parte de la herencia europea, constituyendo con sus particularidades un componente indispensable del tejido sociocultural europeo.
Se observa que, a pesar de tener más de treinta años, la historia de inmigración de trabajadores a los estados industrializados de la Comunidad, los problemas inherentes a la integración de los inmigrantes siguen sin resolverse.
En la mayor parte de los países con una larga experiencia en este campo, como Francia, Alemania, Dinamarca, Holanda, etc., la situación de fracciones importantes de la población inmigrada y de las minorías étnicas escolarizadas se caracteriza todavía por una tasa desproporcionadamente alta de fracaso escolar.
Ciertamente, la inmigración y sus consecuencias implican, tanto potenciales conflictos sociales, como la posibilidad de una convivencia recíprocamente enriquecedora de personas de distinto origen, de culturas y lenguas diferentes. La superación de estas crisis potenciales se convierte necesariamente en un objetivo primordial de la Comunidad que deberá establecer la integración como un tema socio-político fundamental en todas las políticas comunitarias. Las sociedades europeas en su conjunto necesitan nuevas formas de integración capaces de enfrentarse al futuro y que garanticen los valores fundamentales de la democracia y los derechos humanos.
En este contexto, tanto la Comunidad como sus Estados miembros son conscientes del papel que la política educativa y de formación juega en el proceso de integración. Y aunque también es cierto que los sistemas educativos quedarían sobrecargados si se hicieran únicos responsables de la superación del futuro, no lo es menos el hecho de que sin una política educativa con miras a la integración sería imposible conquistar con éxito ese futuro.
Se trata en suma de la realización de una educación intercultural, concepto que va mucho más allá de la simple cualificación de los jóvenes para las exigencias del mercado de trabajo, y que se está imponiendo progresivamente para designar el conjunto de prácticas educativas destinadas a fortalecer, implantar y extender los derechos de las minorías, despertar la comprensión de la multiplicidad cultural y lingüística, fomentar la tolerancia, combatir los prejuicios, eliminar las discriminaciones y desarrollar el respeto a los demás independientemente de cuál sea su procedencia cultural, lingüística, étnica o religiosa. Se trata, en fin, de dar un sentido concreto a la idea de una ciudadanía europea llenándola de vida y permitiendo, especialmente a los jóvenes, la realización de todas sus posibilidades.
El conjunto de retos que se plantean a los Estados miembros -algunos de los cuales ya han recorrido un largo camino en este sentido- para adaptar sus sistemas educativos a las necesidades y exigencias de la educación intercultural y que se pueden resumir de la siguiente manera:
- garantizar la igualdad de oportunidades para todos en una Europa competitiva y abierta al mundo;
- combatir la exclusión cultural para garantizar el futuro democrático de la Unión;
- promover la diversidad cultural y lingüística de los alumnos;
- mejorar y diversificar la oferta educativa y flexibilizar los sistemas de enseñanza de modo que sean capaces de integrar a todos los alumnos;
- promover la cooperación entre los centros escolares y su entorno, especialmente las familias, pero también los empresarios, las entidades locales, etc.;
- formación y adaptación del profesorado a las nuevas y específicas exigencias de la educación intercultural;
- frenar el avance del racismo y la xenofobia.
Por su parte, la Comunidad comenzó a ocuparse de las cuestiones de la educación de los niños migrantes desde los inicios de la cooperación comunitaria en el ámbito de la educación. Es la primera de las prioridades enumeradas en el programa de acción en materia de educación de 1.976 y que se convierte en una Directiva relativa a la escolarización de los hijos de trabajadores migrantes en 1.977.
También el Fondo Social Europeo desde su creación en los años 60, presta su apoyo a la realización de cursos de lengua y cultura a favor de los trabajadores migrantes para facilitar su integración en los países de acogida.
A su vez, el Tratado de Maastricht ha abierto las puertas a la acción comunitaria para garantizar una educación de calidad para todos, que en este ámbito quiere decir mejorar la calidad de la educación y la formación de los hijos de los inmigrantes y contribuir a la adaptación escolar de todos los niños de la Comunidad a las exigencias de unas sociedades multiculturales.
De esta manera, la Comunidad contribuirá a que la realización de los principios de educación intercultural sea lo antes posible una realidad tangible en todos los Estados miembros, condición indispensable para el respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales que, al fin y al cabo, son los pilares básicos de la Unión Europea.