Del multiculturalismo a la interculturalidad
Por Graciela María Espinoza
La situación actual de Francia, alcanzó máxima tensión cuando fue jaqueada por los disturbios que provocaron inmigrantes e hijos de inmigrantes, en protesta por las condiciones de marginación en los barrios periféricos de las ciudades. Estamos sin duda, ante uno de los grandes debates de este nuevo siglo, probablemente el más acuciante.
Nuevos conceptos como multiculturalismo, interculturalidad, pluralismo racial, asimilación, integración, minorías étnicas, se discuten desde diferentes disciplinas. ¿Aceptaran a aquéllos, algún día, como conciudadanos?, ¿Les aceptaran, incluso, como compatriotas?, ¿Será posible el respeto a sus culturas, con todo lo que ello conlleva?, ¿desaparecerá en Francia o en España el racismo o la xenofobia?
La realidad social que enfrenta Europa, es el de un pueblo que no será ya nunca el mismo, dado que su sangre y su cultura se mezclan con otras. Los «extranjeros», que llegan a ella, empujados por su precaria situación económica, ¿serán parte, algún día, de la realidad sociológica de esa nación? o ¿constituirán indefinidamente, una causa más de su desintegración? A ellos se los llama con la hipocresía terminológica de una sociedad desarrollada, «los extranjeros», pero se los trata como a moros, sudacas o negros.
La cultura de la población, sus sentimientos y saber, son el producto de la realidad en la que los sujetos viven. Los gustos del moro, los del nigeriano, berlinés, parisino, o madrileño, son distintos, porque su situación, en el proceso de producción, también, es distinta. ¿Es hoy posible el multiculturalismo? En términos absolutos, no. Es sólo una bonita expresión, que sale del discurso de los académicos.
Todas las sociedades de hoy son multiculturales. El multiculturalismo es una respuesta a la diversidad cultural y su integración en la «cultura nacional», la cultura de la mayoría. Por lo tanto, las políticas de interculturalismo conforman los medios para aprender la manera de «vivir todos juntos», de «asegurar la participación plena de todas las culturas ya que la diversidad es una fuente de riqueza únicamente cuando existe la interculturalidad»; y de «garantizar la libertad de expresión (en todas sus formas) en una sociedad pluralista y multicultural».
Pero lo problemático de este pluralismo no es saber si yo debo consentir que, junto a mi domicilio, haya un restaurante chino, o una sala de conciertos orientales, o un centro de yoga hindú, o de folklore centroafricano, o una iglesia coreana; sino saber si yo debo tolerar ciertas prácticas que, desde mi cultura, resultan desagradables. Estos son, en realidad, los verdaderos problemas del multiculturalismo. Y es, a partir de aquí, donde debemos preguntarnos: ¿Pluralismo sí? o ¿pluralismo no?.
Existen dos modelos amplios de diversidad cultural: «en el primer caso, la diversidad cultural surge de la incorporación de culturas que previamente disfrutaban de autogobierno y estaban territorialmente concentradas a un Estado mayor… En el segundo caso, la diversidad cultural surge de la inmigración individual y familiar (1996). A estos dos modelos los denomina respectivamente minorías nacionales y grupos étnicos.
En su análisis de los estados multinacionales y poli étnicos, Kymlicka trata de mostrar cómo mientras las minorías nacionales desean «seguir siendo sociedades distintas respecto de la cultura mayoritaria de la que forman parte», los grupos étnicos formados a partir de la inmigración «lo que desean es integrarse en la sociedad de la que forman parte, que se les acepte como miembros de pleno derecho de la misma».
Los politólogos más famosos se involucran con sus opiniones en este fenómeno multicultural. Giovanni Sartori opina que «No se produce la integración de los inmigrantes sólo dándoles la nacionalidad». Slavoj Zizek habla de multiculturalismo como mala conciencia, y dice en una nota reciente: «el terrorismo es el espejo de nuestra civilización: los terroristas no están, no se los puede ver, pero son el reflejo del mundo occidental.
Esa diversidad cultural, que conecta a las personas en un sistema mundial en proceso creciente de globalización, es percibida tanto como fuente de perturbación, de conflicto, como así también de enriquecimiento. La inmigración es pues, una riqueza, un derecho y un problema. Y los dos primeros hechos no eliminan los riesgos y amenazas del tercero. El funcionamiento de la sociedad democrática multicultural requiere de abundantes transacciones y de considerables dosis de prudencia y buen sentido; y, desde luego, de concepciones amplias de la libertad, como, por ejemplo, las que defendió John Stuart Mills en On Liberty.
Me gustaría precisar la diferencia sustantiva entre los conceptos multicultural e intercultural. El primero hace referencia a una situación de «facto» que en muchos países del mundo es una realidad hace ya muchos años (como ha ocurrido en muchos de los países comunitarios), e incluso en algunos forma parte de su génesis como nación. El segundo significa una manifestación de voluntad encaminada a lograr unas relaciones consideradas positivas, en un plano de mutua influencia.
Son muchos los modelos distintos de contacto interétnico, que no son excluyentes entre sí. Según comentan Graciela Malgesini y Carlos Giménez el melting pot apareció como uno de los tres modelos de integración en Estados Unidos, diferente del anglo-conformity (asimilación de la cultura anglosajona mayoritaria) y del pluralismo. Hay que entender que este modelo nace en una nación que está buscando sus raíces culturales precisamente en la mezcla y no en un pasado común indígena que sirviera de hilo conductor a toda una tradición histórica atemporal. El crisol de culturas en el fondo no deja de ser la asimilación a un modelo dominante, en una sociedad en donde la homogeneidad es una pretensión.
El modelo asimilacionista parte del supuesto que el recién llegado, procedente de otro contexto cultural, debe adaptarse a las exigencias normativas de la sociedad receptora. Existe otro modelo de contacto interétnico y que se conoce con el nombre de marginación. Consiste en que esos grupos minoritarios étnicamente, que conviven con mayorías supuestamente «homogéneas», son orillados al gueto que remarca, no la diferencia, sino la desigualdad. En esta situación, digamos, que la segregación no es un acto voluntario, sino que es la consecuencia de la diferenciación cultural y de clase.
En cuanto al modelo que podemos definir como de integración, es más bien un modelo ideal de cómo deberían ser las relaciones interétnicas, más que un modelo real de contacto intercultural. Idealmente se fundamenta en la comprensión y el conocimiento del «otro» para sacarlo de su posible estereotipo estigmatizado en el que se encuentra. El inmigrante extranjero es portador de historia y cultura, de códigos que se manifiestan en la cotidianeidad perfectamente susceptibles de coexistir y enriquecerse mutuamente con los ciudadanos de la sociedad receptora; pero estos códigos no son inamovibles, sino que están en continua reconstrucción, por una interacción dinámica constante. Por lo tanto, se deben plantear las relaciones interétnicas en un contexto dialéctico, de mutua interferencia.
Algo curioso ocurrió en Europa, con la aparición de las minorías étnicas. Los antropólogos franceses cambiaron su orientación al desplazar el estudio de sociedades lejanas, o campesinas autóctonas desaparecidas, las tribus, a una «Antropología del Presente» donde la unidad de análisis lo constituyen los universos sociales etnoculturales.
Aquellos que concluyeron su formación académica con Malinowski o la empezaron con Claude Lévi Strauss, indiferentes u hostiles al cambio, describían imágenes estáticas de sociedades tribales diseminadas por los rincones mas remotos del mundo habitado. Hoy la hegemonía de esa concepción antropológica tradicional, quedó superada por la actual oleada de interés, el multiculturalismo.
A partir de 1980 comienza a delinearse un movimiento que apunta a hacer del presente de la sociedad el terreno propicio de la investigación antropológica. Nombres como Clifford Geertz , o Gérad Althabe , ya no investigan lo lejano, los nativos, el pasado, ya no abandonan su mundo para ir al de «otros», al de las tribus y «volver» -transformado- a casa, sino que permanecen siempre en su región. Lo diferente, el «extrañamiento», como dicen en su jerga, está ocurriendo allí mismo, en su propia ciudad, ocasionado por las minorías de origen extranjero y sus identidades etnoculturales singulares. Los antropólogos encuentran en los inmigrantes extranjeros a sus antiguos «primitivos» en su propia casa.
Los «estudios culturales» de estas minorías étnicas, implican averiguar, quiénes piensan ellos que son, qué creen que están haciendo y con qué propósito piensan ellos que lo están haciendo. La primera ruptura que aparece cuando se abandona el lugar de origen, cuando un individuo o grupo se desplaza de un lugar a otro, no sólo supone ponerse en marcha y llegar, sino que implica una serie de pequeñas transformaciones. Es el momento de fuertes contrastes, de poner en balanza las expectativas con las primeras realidades, de reubicarse personal, cultural y socialmente en nuevos contextos, en definitiva de un primer contacto con un lugar que les es «extraño» por más de que hubiera sido añorado y deseado.
* Médica
Fuente: Marandu.com/Lista Interculturalidad