Interculturalidad e inclusión: principios para evaluar la acogida al alumnado de origen extranjero
Este texto fue publicado en el número 147 de Aula de Innovación Educativa, previo a un númro monográfico dedicado a las Aulas de Acogida en diversas comunidades autónomas.
El aula de acogida es un dispositivo pedagógico creado específicamente para atender al alumnado extranjero que se incorpora al sistema educativo sin conocer la lengua vehicular y en un momento de la escolarización en el que el resto de sus compañeros ya han adquirido una lecto-escritura básica. Debería tratarse primordialmente desde un enfoque afectivo, como un lugar de referencia para los primeros momentos donde los chicos y chicas deben realizar una multiplicidad de aprendizajes simultáneos (lingüísticos, de la cultura escolar del centro, del propio funcionamiento de la institución, etc) y desde experiencias previas de escolarización dispares.
En realidad, este tipo de aulas se están desarrollando con variaciones en distintas comunidades autónomas, centros y etapas educativas. Según como se organicen, corren el riesgo de convertirse en espacios segregados y, en muchos más centros de los que pensamos, son el primer paso de un itinerario selectivo hacia aulas ordinarias pobladas de alumnado con mayores necesidades o con menor nivel. Obviamente, así entendida, el aula de acogida no sería ni intercultural ni inclusiva y no proporcionaría a la larga una experiencia positiva al alumnado que pretende atender mejor. Por ello, al margen de otros temas que suscita su aplicación, tremendamente importantes y abordados en los textos de este monográfico, mi preocupación en este breve artículo tiene que ver con la cuestión del modelo educativo en el que se desarrolla y su relación con las distintas ideas políticas que se plantean ante la creciente multiculturalidad de nuestra sociedad.
La escuela es el único espacio de contacto obligatorio entre personas de distintos orígenes y colectivos y se reitera continuamente su capacidad integradora ante el debilitamiento de otros espacios relacionales y de socialización, y lo es de forma especial para la población inmigrante. La forma en la que se plantea la acogida a sus hijos e hijas dice mucho de cómo se entiende la diversidad y la desigualdad y de qué se espera de la escuela al respecto. Creo que podemos distinguir de forma sintética dos tipos de ideas políticas contrapuestas, que no se corresponden de forma automática con posiciones políticas convencionales. Por una parte, la idea que defiende un modelo monocultural, que implica una única manera de identificarse como miembro de la sociedad y que tiende a atribuir (y a confundir) de forma directa o indirecta el lugar que ocupan los grupos minoritarios o de origen extranjero en la estructura social según la distancia cultural que les separe de aquel modelo. Esta es la base de los modelos asimilacionistas, pero también de los modelos que se presentan como pluralistas y tolerantes. Por la otra, la idea que propugna un concepto de ciudadanía multicultural, que debería entender las construcciones identitarias como procesos dinámicos y creativos, y que se plantea la cuestión de la cohesión social y sus dificultades. Además de estas ideas políticas, existen dos modelos educativos contrapuestos que impregnan las prácticas escolares a modo de fuerzas contradictorias. En primer lugar, seguimos observando la vigencia del que defiende que la escuela identifica talentos y esfuerzos del alumnado, que descansa en un único modelo de alumno deseable, pero que inevitablemente reproduce la desigualdad de su entorno. En segundo lugar, se plantea con dificultades un modelo de escuela democrática y emancipadora, y que entiende que la escuela debe proporcionar recursos al alumnado para entender su entorno y contribuir a mejorarlo. Es obvio que sólo este segundo modelo de escuela puede dar respuesta a la primera de las ideas, aunque todavía no está suficientemente preparado para ello, porque sigue fallando la formación del profesorado en las universidades y porque las circunstancias políticas de los últimos diez años han jugado en su contra, precisamente en el mismo periodo en el que los flujos migratorios hacia España se han intensificado espectacularmente y ha crecido a un ritmo paralelo la presencia de alumnado extranjero en las aulas.