En defensa de las lenguas. La vigencia de las culturas híbridas
Filósofo e investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana de México y con trabajos en el campo de la cultura y la comunicación, Néstor García Canclini, argentino, es uno de los científicos sociales más reputados de América Latina. Desde los años setenta empezó una copiosa producción bibliográfica sobre la «cultura popular» en el continente, sobre el tango, las telenovelas, el melodrama, la música, el cine masivo y sobre cómo estas manifestaciones «populares» se apropian del «arte culto» y viceversa en una continua pugna entre culturas subordinadas y hegemónicas.
Luego imprimió el término de «culturas híbridas» en un intento por explicar esa pugna y adhesión entre lo popular y lo moderno y que escapa de términos como «mestizaje» o «sincretismo». «¿Cómo designar las fusiones entre culturas barriales y mediáticas, entre estilos de consumo de generaciones diferentes, entre músicas locales y transnacionales, que ocurren en las fronteras y en las grandes ciudades?», se pregunta. A quienes dudan de esta metáfora biológica para designar procesos socioculturales, García Canclini dice que la «hibridación cultural» es un desafío para un pensamiento moderno, acostumbrado a separar binariamente «lo civilizado de lo salvaje, lo nacional de lo extranjero, lo anglo de lo latino».
En buena medida nuestra historia lingüística se ha caracterizado por la expansión del español en detrimento de las lenguas autóctonas, pero paradójicamente hoy el español es una lengua amenazada, ¿cómo vislumbra este panorama?
En este momento el problema es más complejo de lo que se vio en el pasado. Por un lado vemos que las grandes lenguas históricas de América Latina, entre ellas las indígenas, no desaparecen. En donde se ha logrado desarrollar una educación bilingüe y se ha dado a las poblaciones autóctonas radios y medios de comunicación social, vemos que lenguas como el aimara, el quechua o las más habladas en México o Guatemala, como el náhualt, se mantienen a lo largo de siglos con gran vitalidad. Pero al mismo tiempo, el español -que ha sido históricamente una lengua dominante- es ahora un vehículo de comunicación muy importante en estas poblaciones.
Yo he estado en varias reuniones indígenas en América Latina, como la que se hizo en Ciudad de México, en diciembre del 2003, con la presencia de líderes indígenas de Bolivia, Perú, México y Ecuador, y la lengua que les permitió comunicarse fue el español. Uno encuentra muchas oportunidades en que el español aparece como una lengua para la solidaridad y para el conocimiento recíproco. Entonces me parece que hay que situar todo esto en procesos históricos concretos. Desde luego, debemos partir del reconocimiento de la multiculturalidad, del multilingüismo como algo legítimo, pero a la vez debemos ver qué sucede con la interculturalidad, ver cómo construir relaciones más igualitarias; aquí las lenguas minoritarias y mayoritarias juegan un papel importante.
«Interculturalidad» es una palabra clave porque los abismos sociales están a veces en nuestros propios países. Hay que reconocer la diversidad cultural y aceptar que tanto mayorías como minorías tienen derechos de comunicación, de expresión, de educación en su propia lengua y de acceso a los recursos modernos como pueden ser la radio, la televisión o internet. Vemos que después de varias décadas de hegemonía del inglés o varios siglos de hegemonía del español en América Latina, la diversidad felizmente persiste. La gran responsabilidad se concentra en desarrollar una legislación más actualizada, más democrática, que garantice la participación equitativa de los distintos sectores, etnias o regiones de cada nación.
Usted ha acuñado el término de «culturas híbridas» para señalar esta comunión entre lo popular y lo moderno. ¿Es una respuesta a quienes pretenden homogeneizar una cultura sobre otra?
Hibridación implica reconciliación entre culturas adversas; es una noción que trata de caracterizar la condición de las culturas contemporáneas en las que se producen muchas mezclas entre lo culto y lo popular, lo tradicional y lo moderno, lo nacional y lo extranjero. Y esas mezclas pueden realizarse en muchas formas.
Hay una hibridación configurada por los sectores hegemónicos que toman elementos de las culturas subordinadas y los integran al discurso dominante; pero también están en la resistencia, donde los grupos subalternos se apropian de recursos de los dominadores y los incorporan a sus matrices culturales. Y entre hibridación dominante y resistente, existen procesos de transacción y negociación. Eso está ocurriendo en muchos campos artísticos como en las llamadas músicas de fusión, como es el caso de la chicha en el Perú, de la reinterpretación jazzística de Mozart hecha por el grupo cuabano Irakere; y también de las reelaboraciones de las melodías inglesas e hindúes hechas por Los Beatles, Peter Gabriel, etc.
Pero esto ha derivado en el concepto del World Music. Ese es el estereotipo que han construido las grandes empresas discográficas para incluir en sus repertorios mundializados melodías que les parecen extrañas pero atractivas. El riesgo es que la selección es limitada y se hace generalmente según el oído occidental. Un autor brasileño, José Jorge de Carvalho, ha analizado muy bien los procesos de ecualización a través de los cuales se intenta someter la diversidad musical a patrones de audición o de tonalidad que solo los occidentales pueden comprender. Sin embargo, hay muchos ejemplos de músicas latinoamericanas, africanas y asiáticas que han logrado penetrar y modificar estos patrones, pero para que esto ocurra más a menudo es importante construir formas de producción y difusión locales o redes que puedan ser gestionadas desde nuestros propios países.
Siempre se dice que países como el Perú o México son ricos en tradiciones culturales, ¿pero qué hacer para que esta riqueza se vea reflejada en el desarrollo económico de nuestros pueblos?
Hay que ver de qué hablamos cuando decimos «riqueza cultural» porque hay que hacer varias distinciones. Tengo la impresión de que en el Perú, en el área andina, lo mismo que en México, cuando los políticos hablan de la riqueza cultural piensan en una historia lejana, precolombina, y en lo que queda de monumentos o patrimonio tangible; pero no ven políticas de gestión de ese patrimonio en beneficio de las mayorías. Sobre todo no se han construido políticas para la gestión del patrimonio intangible, esto quiere decir protección efectiva de las lenguas que se hablan en cada nación, de las músicas, de los recursos intelectuales y educativos; protección de los derechos culturales y de otros derechos humanos.
Hemos avanzado muy poco en este sentido. Los ministerios de cultura o sus equivalentes en cada país tienen cada vez menos presupuesto. Entonces encontramos la paradoja de que, por ejemplo, en México el 6,7 por ciento del PBI procede de lo generado por las industrias culturales, pero el presupuesto designado a cultura está por debajo del uno por ciento. Un buen ejemplo de cómo revitalizar las industrias culturales ha sido la creación de Ibermedia (programa adptado en 1998 por la cumbre de jefes de Estado), que ha expandido la coproducción entre España y los países de América Latina. Estos ejemplos deben ser imitados en otras áreas de la cultura.
Fuente: El Comercio 17.7.2005 / Lista Interculturalidad