Multiculturalismo en el Reino Unido
Por Timothy Garton Ash
En un sondeo realizado el año pasado, menos de la mitad de los musulmanes británicos entrevistados respondía que su país era el Reino Unido.
Los jóvenes musulmanes británicos se sienten al margen. Y los tópicos demagógicos de la derecha y la izquierda sólo empeoran más las cosas.
Para resolver el problema, los franceses se fueron a un extremo, el intento de integración monocultural, pero en Gran Bretaña nos pasamos por el otro lado.
El multiculturalismo está amenazado en Reino Unido. El influyente periódico conservador Daily Mail publica en su portada una información en la que asegura que «la doctrina del multiculturalismo» ha alienado a toda una generación de jóvenes musulmanes. El líder del Partido Conservador, David Cameron, pronuncia un discurso en el que tacha al multiculturalismo de ser uno de los cinco «muros de Berlín de la división» que debemos derribar, junto con el extremismo, la pobreza, la inmigración descontrolada y el apartheid educativo. Según Cameron, el alcalde de Londres, Ken Livingstone, de izquierdas, ha convertido la capital en un caos con este horrible ismo. Sendos informes de un think-tank conservador, Policy Exchange, y un grupo de trabajo del Partido Conservador, dicen que el multiculturalismo es parte del problema que pretende resolver.
En definitiva, el multiculturalismo es un mal invento de la izquierda, que la derecha piensa combatir. Pero, aparte de ser malo, ¿qué es? En un discurso pronunciado el pasado otoño, Cameron ofreció esta respuesta: «Cuando hablo de ’multiculturalismo’, debemos tener absolutamente claro a qué me estoy refiriendo. No me refiero a la realidad de nuestra sociedad con su diversidad étnica, que todos celebramos y que sólo rechazan reaccionarios resentidos como el BNP [el Partido Nacional Británico, de extrema derecha]. Me refiero a la doctrina que pretende balcanizar a la gente y las comunidades con arreglo a su raza y sus orígenes». Pues qué bien que tenga eso claro. Los multiculturalistas tienen una doctrina que les lleva a tratar de balcanizar Reino Unido; supongo que quiere decir separar a la gente en comunidades étnicas imbuidas de una violenta hostilidad hacia el vecino. Ken Livingstone es el Slobodan Milosevic del Gran Londres.
Siempre que oigo la palabra multiculturalismo agarro mi diccionario. Cuando con eso no resuelvo nada, acudo a la biblioteca y a Internet, y allí encuentro tal confusión de definiciones imprecisas que mi conclusión es que, a estas alturas, es un término que no sirve prácticamente para nada. Los detractores del multiculturalismo dicen que necesitamos ser más conscientes de nuestra identidad británica común. Estoy de acuerdo, y construir debates acalorados sobre ismos abstractos de confuso significado es una actividad tremendamente antibritánica. En lugar de ello, ¿por qué no decimos lo que queremos decir y queremos decir lo que decimos?
Detrás de términos de vaguedad tan imposible como «multiculturalismo» (palabra odiada por la derecha) e «islamofobia» (palabra odiada por la izquierda) se encuentra una realidad muy preocupante, y tanto esos nuevos informes conservadores como otros de think-tanks de la izquierda realizan una labor muy importante al investigarla. Es la realidad del profundo desapego de los jóvenes musulmanes británicos. En un sondeo realizado por NOP el año pasado, menos de la mitad de los musulmanes británicos entrevistados respondía que Reino Unido era «mi país». Según un sondeo internacional de Pew, los jóvenes musulmanes británicos, por abrumadora mayoría, colocaban su identidad religiosa por delante de la nacional, a diferencia de los musulmanes franceses. Otro sondeo de Populus, encargado para la elaboración del documentado e interesante informe de Policy Exchange, indica que la mayoría de los musulmanes británicos asegura tener más cosas en común con los musulmanes de otros países que con los no musulmanes de Reino Unido.
Por asombroso que resulte, en la encuesta de Populus, más de uno de cada tres musulmanes entre 16 y 24 años está de acuerdo con una disposición de la ley musulmana de la sharia que decreta que «la conversión de un musulmán está prohibida y se castiga con la muerte». Llevado al extremo, este distanciamiento del país en el que viven fue el que expresaron los terroristas suicidas del 7 de julio de 2005 en Londres y los detenidos que presuntamente planeaban otro atentado el verano pasado. Tal vez descubramos elementos biográficos similares entre algunos de los detenidos el miércoles pasado en Birmingham como sospechosos de terrorismo.
Vidas paralelas
La utilización del lema del «multiculturalismo» que hace la derecha es una forma cruda de referirse a la inquietante realidad de la separación. Son las «vidas paralelas» de las que hablaba ya el informe que elaboró en 2001 una comisión presidida por un dirigente británico de la Administración local, Ted Cantle, que citó la frase de un musulmán británico de origen paquistaní: «Cuando salga de esta reunión que he tenido con ustedes, me iré a casa y no volveré a ver otra cara blanca hasta que vuelva a la próxima reunión, la semana que viene». Otra forma menos educada de llamarlo es «gueto». Esta separación -que no es sólo física, sino también cultural y psicológica- no nació inicialmente por las políticas del multiculturalismo, pero sí es cierto que lo que se llamó multiculturalismo en algunas ciudades británicas durante los años ochenta y noventa reforzó esa situación (en Holanda ocurrió algo parecido). Favoreció las identidades de grupo, definidas por el origen o la religión, por encima de las británicas y las individuales. No inculcó en los hijos de los inmigrantes musulmanes ningún sentimiento serio de identidad británica. Y a veces consintió que siguiera adelante la opresión de las mujeres con la excusa del respeto cultural.
Integración monocultural
Los franceses se fueron a un extremo, el intento de integración monocultural, pero en Reino Unido nos pasamos por el otro lado. David Cameron y Gordon Brown están de acuerdo en que es preciso corregir el rumbo. Como mínimo, es preciso transmitir mejor la lengua inglesa, la historia británica y los valores fundamentales de la ciudadanía. Ahora bien, hay unos cuantos aspectos delicados que ambos están tratando de eludir. Por ejemplo, la aportación de los colegios religiosos -sean cristianos, judíos o musulmanes- a la separación cultural.
La utilización del lema de la «islamofobia» que hace la izquierda es una forma cruda de referirse a la inquietante realidad de los prejuicios y los estereotipos, que la derecha hace mal en ignorar. Además existen pruebas contundentes, reconocidas por los servicios de inteligencia y la mayoría de los analistas independientes, de que la guerra de Irak y la imposibilidad de resolver el conflicto palestino-israelí han contribuido a la radicalización de la juventud musulmana británica.
Asimismo hay que tener en cuenta elementos que no encajan fácilmente en los clichés de la izquierda ni la derecha. Por ejemplo, el informe de Policy Exchange destaca cómo reaccionan los jóvenes musulmanes contra la cultura hedonista, promiscua, alcohólica y falta de valores que observan entre sus contemporáneos. «Decidí llevar el hiyab porque no me gusta que a las mujeres se las presente como objetos sexuales» (mujer, musulmana, 21 años, Oxford). «Lo malo, y no sé cómo podemos resolverlo, es que ellos no saben verdaderamente cuáles son sus valores. Así que, cuando sienten que están amenazados, parece que se lo están inventando…» (mujer, musulmana, 22 años, Leeds). Son voces que merece la pena escuchar.
Si los dirigentes de derechas se limitan a graznar «¡multiculturalismo!», algunos lectores del Daily Mail interpretarán que dicen que «esta gente debe adaptarse a nuestras costumbres, y si no, que se vaya por donde ha venido». Si los dirigentes de izquierdas se limitan a responder con su propio graznido de «¡islamofobia!» e «¡Irak!», los musulmanes y los ayuntamientos no se sentirán obligados a plantearse las preguntas que hacen falta sobre los representantes y las políticas de sus propias comunidades. Y tanto conservadores como laboristas tendrán la tentación de alimentar esos malentendidos durante la campaña electoral, por miedo a que esos votantes les den la espalda. Lo que está en juego es nada menos que el futuro de Reino Unido como país libre y tolerante.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
Publicado en El País. Domingo.