La guardería del rap. Jóvenes de Lavapiés se reúnen los sábados para iniciarse en la cultura ’hip-hop’
Álvaro Estallo
El Rapeadero de Lavapiés es un hervidero de niños los sábados de seis a nueve de la tarde. Un caserón en medio del parque al que acuden solos o acompañados de sus padres. Parece una guardería. No se ven dibujos de colores colgados en las paredes ni los chavales juegan con plastilina, pero disfrutan como enanos que son.
«Lo que hacemos aquí es educación-arte. Ni insultos ni exclusión», dice el maestro
Ubicado en el Casino de la Reina (calle de Embajadores, 70), hace tres años que este centro abre sus puertas a todo aquel que se atreva a rimar unos versos. Niños y no tan niños. Adolescentes que acuden a mostrar sus dotes artísticas frente al micro. Sólo hay que saber rapear y hacer caso al maestro.
El maestro es Carlitos Way, un venezolano de 30 años que llegó a Madrid hace dos con la intención de difundir la cultura hip-hop, y lo está consiguiendo. Cuelga de su oreja izquierda un aro dorado a juego con uno de sus colmillos. Camiseta ancha hasta las rodillas. Vaqueros y deportivas. Habla rápido, como si rapeara. «Lo que hacemos aquí es educación-arte. Tratamos de dar a conocer un tipo de música, un estilo de vida que sólo se puede aprender en la calle», afirma convencido. Él pone las reglas. «Ni insultos, ni exclusión. Nuestro lema es unidad y respeto. Eso es el hip-hop».
Los chavales entran y salen del rapeadero continuamente. Las puertas están abiertas. No es obligatoria la asistencia. El parque está ahí para jugar.
Una veintena de chavales, todos entre los ocho y los quince años, rodean a Carlitos para aprender la lección. Dj Niko, madrileño, pincha las bases sobre las que van a cantar los chavales. La música, a tope. Imposible conversar. Empieza la clase. Carlitos escribe cuatro versos en la pizarra que luego rapearán los jóvenes: Qué le pasa a la peña, no quiere participar / aquí cantan todos los que quieran cantar / con el Niko, con el Sergio, también con el Abbas / tenemos este espacio, que es multicultural.
Algunos se muestran reacios a coger el micro, y Sergio decide romper el hielo. Este senegalés de 15 años, que luce cuatro enormes anillos en los dedos y cadena de plata, es alumno aventajado. Nunca se pierde las sesiones en el Casino de la Reina y ocupa un lugar privilegiado en la sala. Se sienta junto a Niko y le ayuda en la elección de las bases. «Tiene una voz perfecta y rapea como pocos», apunta Carlitos. Sergio canta la estrofa de la pizarra y después sorprende a todos improvisando en inglés.
La idea de abrir el rapeadero surgió de la Asociación de Vecinos La Corrala, un colectivo que lleva 30 años luchando por la salud de Lavapiés. «Lo pedía la calle», apunta Manolo Osuna, presidente de la asociación. «Había un grupo numeroso de chavales que querían formar una banda de hip-hop y les dimos acomodo. Tan simple como eso». Carlitos es uno de los líderes de Sociedad No Limit, el grupo de rap nacido en El Rapeadero, del que también participa todo el que quiere: «Cantamos principalmente en Madrid, y cuando nos han llamado de otras ciudades vamos los que queremos y los que podemos. Cualquiera que sepa rapear puede formar parte del grupo. Tú, si quieres. De ahí el nombre».
El tocadiscos sigue dando vueltas y el micrófono pasa de mano en mano. La timidez se va venciendo. Ecuatorianos, venezolanos, cubanos, marroquíes, argentinos, españoles. Chavales de cualquier nacionalidad que acuden a pasar tres horas haciendo lo que les gusta: expresarse a través del rap, cultivar la cultura hip-hop en Lavapiés, uno de los barrios más raciales de Madrid, donde conviven 33.000 individuos de más de 80 nacionalidades, según el censo del Ayuntamiento.
No hay muchas escuelas como ésta. «Yo he viajado por Panamá, Cuba, Brasil… y ahí sí que prolifera la cultura del hip-hop, la educación-arte», asegura Carlitos. «Ahora estamos tratando con varios locales de Lavapiés para hacer sesiones de rap otros días de la semana y que los chavales puedan ir a cantar. Tres horas a la semana es muy poco».
A las nueve se cierra el Casino de la Reina y la tarde concluye con una demostración del maestro. Jóvenes, niños y padres se quedan boquiabiertos. Es indudable que le admiran. Terminada la sesión, uno de ellos se acerca a Carlitos y le entrega los deberes, como buen alumno ¡Cinco folios llenos de estrofas! «A ver si te gustan», le dice. Carlitos se ríe y le acaricia el pelo.