La mediación intercultural, al auxilio de la crisis familiar
Por Marta Hualde
Los inmigrantes comienzan a pedir ayuda para afrontar sus problemas personales. Conflictos de pareja o generacionales se abren paso frente a otros como los burocráticos o laborales.
La figura de la mediación intercultural nació en España en 1995. La primera escuela de formación surgió ese año, gestionada por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y a petición de la Comunidad. Posteriormente, se crearon los primeros títulos de Postgrado: en la Universidad de Granada y en la UAM (1999). En la actualidad, predomina el modelo de mediación institucional-municipal, asociativo y de cooperativas. Generalmente, son polivalentes pero empieza a haber especializados.Sus funciones: facilitar la comunicación, resolver la conflictividad en el seno del colectivo, impulsar la cohesión social y la participación ciudadana, así como ayudar a la interacción con las instituciones.Colaboran para el acceso a los servicios públicos, dan apoyo a los técnicos y fomentan la incorporación de inmigrantes a las asociaciones de vecinos o de padres. Los mediadores piden formación sobre el fenómeno migratorio, las relaciones grupales, los recursos, la legislación, escuchar y preguntar. Sus debilidades: poca homogenidad de la figura, es un trabajo mal pagado y «sospechas» de intrusismo de otros sectores.
«Contacté con ella para que me orientase sobre estudios y actividades para mi hijo», relata Rosalba. Esta colombiana de 40 años reconoce que tuvo que solicitar la ayuda de la mediación intercultural para afrontar la «edad difícil» de su único hijo varón, los 16 años. En tercero de Educación Secundaria Obligatoria (ESO) se plantó. Ahora se ha empeñado en ir a Colombia. «Quiero que estudie», se queja la madre. A su grito de socorro acudió hace más de un año Fabiana Basso, argentina y mediadora intercultural en Madrid.
Generalmente, se piensa en el idioma y la falta de permiso de residencia y trabajo como los problemas que más afectan a los inmigrantes en su aterrizaje en España. Pero hay otros: la relación con las instituciones y conflictos laborales, jurídicos, vecinales e, incluso, familiares. Para tender puentes y limar asperezas han ido surgiendo los mediadores interculturales, que han empezado a desembarcar también como salvamento de las crisis familiares de los extranjeros.
«Tratamos también temas internos, de familia», explica Basso, miembro de una red de 114 mediadores interculturales financiada por la Obra Social de La Caixa y dependiente de la Universidad Autónoma de Madrid. En auxilio de Rosalba, que lleva ocho años en España, Fabiana intenta mitigar la rebeldía del hijo adolescente, Emilio. La mediadora actúa con ambos por separado. Pasea con el joven e intenta disuadirle de su deseo de marcharse a Colombia. A Rosalba le hace ver que no puede doblegarse a los deseos del menor, que debe enfrentarse a él e intentar convencerle para que estudie o trabaje.
Una más de la familia
La madre nota una evolución en su hijo gracias a la intervención de Fabiana, que le ha enseñado a dialogar con él. «Ahora me hace algún mandadito en casa y cuida de su hermana pequeña», cuenta Rosalba, que ve a Fabiana como una amiga. «Antes le llamaba cuando surgía algo. Ahora, para conversar. Es una parte más de la familia», añade. Así, celebra tener un hombro «sobre el que llorar», con el que no cuenta en Colombia, ya que sus padres murieron. Por eso, no le tira su tierra.
En historias similares, de problemas de parejas o conflictos entre generaciones, invierten sus esfuerzos a diario en España estos profesionales. También interceden en conflictos de deshaucios, ayudan a afrontar la burocracia, malos tratos, median en problemas en la escuela o fomentan la implicación de los inmigrantes en el vecindario, entre otros.
Mohammed Essalhi, mediador del servicio del Ayuntamiento de Barcelona, que coordina la Asociación por el Bienestar y el Desarrollo, comparte con Basso la idea de actuar sobre las personas por separado para trabajar su confianza. «Cada mediador tiene unas técnicas», aclara este experto en ayudar a originarios de países del Magreb. Y esboza algunas: hablar de la zona de donde vienen, ver las leyes en España y recalcar las posibilidades que les ofrece su vida aquí. «Orientamos en los problemas pero no tomamos decisiones», añade Essalhi. El servicio en el que trabaja desde 1997 interviene cuando una administración (social, educativa, sanitaria…) lo demanda. Por el contrario, el sistema ideado por la Universidad Autónoma de Madrid atiende a los inmigrantes que reclaman ayuda y hace seguimiento de los casos.
Como caso bastante habitual, expone que los niños estallan al convivir con esa doble cultura (la de sus progenitores y la de España). Una posible medicina es -a su juicio- convencer a los padres de que el país de origen ha cambiado y tiene normas similares a España. «Vienen y viven aquí con la idea de que en su país todo sigue igual», señala este mediador. Pone otro ejemplo: una mujer marroquí que se siente «agobiada» porque nació en una zona rural y está acostumbrada a pasar todo el día en la calle pero aquí se encuentra encerrada entre las cuatro paredes de su piso. La mediación expondrá un escaparate con las opciones.
El modelo francés
Si no queda clara la relevancia de la mediación intercultural, Fabiana Basso lo explica. Durante sus 14 años en Francia, se impregnó de la mediación francesa del mandato de François Mitterrand, que se truncó con la llega de Jacques Chirac al poder, que comenzó a sacar a los mediadores, sobre todo, de las afueras parisinas. Esto no benefició -en su opinión- al estallido de violencia hace unos años de las segundas generaciones (hijos de inmigrantes nacidos en el país de acogida).
En ayuda de sus argumentos sobre que el mediador ayuda al inmigrante a ser poderoso frente a todas las novedades a las que se enfrenta, su compañero Ton Martínez añade: «Las personas están más cerca de lo que se creen, sólo que viven con claves diferentes». Así, sentencia: «Hacemos ver que los rechazos son por miedo a lo desconocido».
Una labor sin reconocimiento laboral, social ni institucional
Los trabajadores piden un estatuto profesional y su integración en el INEM
«Sufrimos un desfase porque no contamos con el reconocimiento social, ni institucional ni profesional». Así resume Carlos Giménez, catedrático de Antropología y director del Instituto de Migraciones, Etnicidad y Desarrollo Social de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), las deficiencias que sufre el colectivo de mediadores interculturales en España. Esta idea es el clamor general de los «bastantes cientos» de personas que se dedican a esta labor y denuncian «precariedad».
La prueba de que esta demanda es un sentir común se refleja en un documento elaborado en el I Encuentro de Mediadores Interculturales, celebrado hace un año en Valencia. Ya en su introducción se lee: «En España, la figura del mediador intercultural es todavía novedosa y, por ello, urge fomentar el reconocimiento profesional de esta práctica, así como un espacio propio de actuación».
Andalucía, Catalunya y Madrid fueron las pioneras en contar con esta figura: gracias a la ONG Andalucía Acoge; la cooperativa de profesionales Desenvolutament Communitari, y la Fundación de la UAM, con Giménez al frente, respectivamente. Así, la diversidad comenzó en su génesis y prosiguió en su formación, con distintos ensayos formativos. En resumen: las administraciones locales y los distintos sectores de la sociedad contribuyeron, pero los mediadores interculturales fueron una iniciativa de las entidades sociales y las universidades, aclara Giménez. Aunque los municipios recogieron el guante.
Una apuesta regulatoria
Ahora, toca dejar de dar bandazos. Para ello, piden un estatuto profesional y que el Estado reconozca su cualificación (competencias para el empleo que se adquieren con formación y experiencia) para entrar en el sistema del Instituto de Empleo (INEM).
El colectivo mueve ficha y lanza su propuesta. Los 150 medidadores reunidos en Valencia diseñaron un modelo en el que enmarcaban su labor en la familia de los Servicios Socioculturales y a la Comunidad, con la competencia general de ayudar a mejorar la comunicación, relación e integración social e intercultural entre personas o grupos culturamente distintos, gestionar conflictos en contextos multiculturales y favorecer la comprensión, el aprendizaje y el desarrollo de la convivencia. «Buena parte sólo consiste en preguntar tras escuchar, ni más ni menos», concluye Giménez.
Algunos ’peros’ al modelo
Los inmigrantes agradecen la mediación, aunque destacan la poca historia de este sistema en España. «La experiencia es mínima», señala el vicepresidente de la Federación Estatal de Asociaciones de Inmigrantes y Refugiados en España, Esteban Cancelado. Dada la juventud de esta figura, demanda «mejor formación». El director del Centro de Estudios sobre Migraciones y Racismo de la Universidad Complutense, Tomás Calvo, cree «necesaria» esta función. Pero Calvo advierte de que, a largo plazo, puede ser «contraproducente» porque se delega la mediación en personas que no pueden tomar decisiones, sin fomentar esa «sensibilidad» en quienes sí que las toman, como los funcionarios. La antropóloga de la Universidad Autónoma de Barcelona Laura Ferrera critica que esta figura es «una forma política de gestión de conflictos» mediante la cual la administración se saca responsabilidades de encima.