Medios de comunicación y cultura: ¿Qué tipos de integración y para qué diversidad?
«Creo que si hay una lección que podemos sacar de la evolución del pensamiento progresista de comunicación, es tratar de vincular -y ésa es la gran dificultad- la formalización de conceptos para resistir, finalmente, al vaciamiento de los términos que nos vienen por encima cada día; y a la vez, no olvidar nunca que estos conceptos cobran vida sólo a partir de la prácticas de emancipación.»
Yo agradezco a la Red Nacional de Radiodifusoras y Televisoras Educativas y Culturales de México, y a Radio Nederland de Holanda, el haberme convidado a este Tercer Encuentro. Y sobre todo de haber tenido la buena idea de congregar las conferencias de los intercambios en este lugar cultural altamente simbólico de la historia -de la Historia con una gran H- y de las identidades culturales, como lo es el Museo Nacional de Antropología.
Mi experiencia con la radio empezó tarde, de hecho; empezó sólo indirectamente. Primero les voy a decir que mi primer contacto con la radio, y mi toma de conciencia de la importancia del aparato de radio -que todavía en esa época eran lámparas- es durante la Segunda Guerra Mundial.
Entré en la Segunda Guerra Mundial cuando tenía cuatro años, y en 1944 tenía ocho años; pero me acuerdo bien cómo mis padres escuchaban cada noche la radio de Londres. Y para mí, la radio no la podía concebir sino como una caja donde fluían las palabras de la libertad y de la lucha en contra de la opresión del poder nazi.
Y les voy a contar una cosa: cuando era niño me gustaba… yo soñaba, incluso durante la guerra, con todos los nombres de las radios; para mí era como un curso de una clase de Geografía; y les voy a decir, les voy a confesar que hay un nombre que me fascinó, y no sabía, no supe, durante mucho tiempo, lo que era: era Hilversum; estaba en la lista de las emisoras.
Entonces, yo me doy cuenta, ahora, que Hilversum es Radio Nederland. Tomó tiempo para pasar del Hilversum a Radio Nederland.
Yo les decía que mi experiencia es indirecta: aparte de esta experiencia durante la Segunda Guerra Mundial, mi experiencia como militante, fue primero la de militante de la era Gutenberg.
Yo participé fundamentalmente en el proceso chileno que fue una era Gutenberg: ya no había problemática de radios comunitarias; incluso la propia izquierda no se planteó el problema de poseer una radio.
La lucha ideológica para hacer pasar las reformas se dio fundamentalmente en la prensa y en la televisión que manejaba muy mal la izquierda: Las Fuerzas Progresistas. Pero eso sí, para mí la radio fue fundamental, a pesar de no tener problemática radiofónica en Las Fuerzas Progresistas, porque el único texto que encontramos cuando se trató de contestar a la pregunta de qué hacer con los medios, con los pocos medios que heredamos, era el texto sobre la radio y la relación interactiva que suscitaba el aparato de radio, escrito por el dramaturgo Bertolt Brecht en los años treinta.
Les voy a decir: el teatro y este texto de Brecht eran todas las municiones que teníamos para pensar la alternativa, ya que ustedes saben que durante mucho tiempo, en las fuerzas progresistas, la comunicación fue siempre la quinta rueda de las luchas sociales, al mismo tiempo que todo el campo cultural.
Es por eso que yo celebro mucho este encuentro, porque es un balance de los 20 últimos años, que es precisamente todo el proceso de legitimación de la radio, pero de todo el campo cultural y mediático como un campo de relaciones de fuerza y de la cultura de la memoria: de las luchas. Y, digamos, los contactos que he tenido después con la radio, después de mi expulsión de Chile, fueron a través de las radios comunitarias.
Yo tuve la suerte -yo creo que es una real suerte- de haber sido invitado a la primera asamblea, o la segunda asamblea de AMARC en 1983, en Montreal; y tuve la suerte, también, de inaugurar la Conferencia Internacional de AMARC, en Managua, en 1988. Y suerte, sí, porque para mí Nicaragua, en ese momento era precisamente el lugar donde todas las nuevas concepciones aportadas por teóricos latinoamericanos, como Pablo Freire, estaban aterrizando en las radios campesinas, en las radios comunitarias, pero también en toda la prensa alternativa.
Ahora, empero, empezaré mi conferencia.
Bueno, mi conferencia podría llevar el título: Medios de Comunicación y Cultura. ¿Qué tipos de integración y para qué diversidad? Si hubiese habido tiempo, agregaría idioma al primer término del título.
La cuestión sobre el sentido del lugar que ocupan, o deberían ocupar, los medios de comunicación en los procesos de integración macro regional, está en vías de cambiar de naturaleza. Se puede decir que desde hace algunos años, lo que podríamos precisar después en un coloquio, estamos viviendo un giro histórico.
Al mismo tiempo que está reconocida la centralidad de las culturas en la construcción de espacios jurídicos transnacionales, es el principio de la apropiación, por los ciudadanos, de sus apuestas, que poco a poco emergen portadas por nuevos actores.
Como estoy en la encrucijada entre dos experiencias, entre Europa y América Latina -Unión Europea y América Latina- yo voy a tratar, en la medida de lo posible, hacer compartir esta doble experiencia, pero teniendo en cuenta que, en cierto nivel de la llamada integración, se trata de procesos asimétricos porque son historias distintas. Pero desde el principio quiero decir que no me gusta la palabra «integración», incluso si se ha globalizado.
Para mí el concepto de «integración» es un concepto del siglo XIX, y de la ciencia positivista: finalmente corresponde a la metáfora del cuerpo, del organismo donde es algo cerrado, un conjunto de funciones que son previsibles; la única cosa en la evolución es la complicación de estas funciones.
Hoy en día, la gente que piensa en el futuro de la sociedad, piensa en término de un paradigma: el paradigma de la complejidad. Y el paradigma de la complejidad está directamente ligado, finalmente, a una interrogación sobre los retrocesos y los avances de los procesos de interdependencia académica.
Y yo diría también una cosa: para mí los procesos llamados de integración -yo debería agregar cada vez, cuando hablo de globalización, «la llamada» globalización, en el sentido de que yo encuentro que es un término que no significa absolutamente nada-, primero, históricamente, se dan desde hace mucho tiempo. Incluso los empujes hacia la creación de una comunidad humana -como lo decía San Juan, una gran familia humana- han empezado desde hace mucho tiempo, al iniciar con la conquista de las Américas.
La conquista de las Américas fue el momento en que despega, en la humanidad, no solamente el apoderamiento de Europa y de la universalidad -la llamada universalidad europea sobre el continente-; es también el momento en que se funda lo que va a ser el ambiguo Derecho Internacional: el derecho de las gentes fundado a partir de las doctrinas del teólogo Francisco de Victoria, que legitimaba la intervención de los conquistadores a partir del USA comunicaciones -versión muy degenerada hoy del libre intercambio- y el USA comercio, el derecho a hacer comercio.
El Derecho Internacional, ustedes saben, como los procesos de integración, es ambiguo; nos permite justificar, a pesar de todo, las guerras, la continuación de las guerras; pero permiten también -porque ponen en cuestión la soberanía nacional, el encierro nacional- que un pequeño juez español arreste a Pinochet en Londres, y permita el juicio por crímenes contra la humanidad.
En mi charla, con tal de que me dejen tiempo, voy a tratar de abordar tres temas: primero voy a tratar de poner en perspectiva todo lo que discutimos hoy en los foros internacionales, y yo quisiera para ello retornar al pasado.
No se preocupen, yo no les voy a llevar de nuevo a 1492 o a 1545, o a 1555, no. Yo quiero volver sobre los años sesenta y setenta, porque para mí fueron importantes.
Si hago eso es porque yo pienso que una causa de las crisis de lo político, de las despolitización en la mirada sobre el mundo, es realmente la pérdida de referencia, la perdida de una cartografía histórica.
Ustedes saben que no son solamente los comunicólogos los que se preocupan por la subida de una idea, de un presente cada vez más omnipotente. Los historiadores hoy empiezan a interrogarse sobre este nuevo régimen de temporalidad que, finalmente, consagra al presente como la lupa a través de la cual se ve el pasado y el futuro.
Y es muy interesante: mientras que los investigadores en comunicación no se atreven a decir que la televisión no tiene ninguna importancia de eso, dicen ellos que la televisión tiene un papel mayor porque ha vuelto a ser el principal instrumento de aprendizaje de la historia y, por naturaleza, forma una mirada más emotiva que crítica, más subjetiva que explicativa, y no permite dar una categoría de inteligencia del pasado.
Empezamos con esta primera parte. La segunda parte será tratar de identificar los lugares institucionales donde se juega la suerte de la relación entre medios de comunicación e integración y tratar de captar cuáles son sus envites.
Y la tercera parte es, finalmente, la problemática de los que llamaría -y me parece que el término ya está bien anclado en México con la propuesta de reforma de la Ley Federal de Radio y Televisión- la ciudadanización de la problemática de los medios, pero también de la integración. Porque para mí la integración tiene dos ejes: hay una concepción de la integración como suma de los esfuerzos institucionales que creo que están tratando de crear desde arriba -se ve claramente en Europa hoy mismo- los lasos para una comunidad económica, cultural, política -es más difícil en cultura y política que en lo económico-. Ésa es una primera definición de la integración, y es asimétrica a través del mundo.
La segunda definición es, finalmente, todos estos procesos ordinarios que hacen que poco importe el avance de las instituciones: hay gente que se reapropia esta dimensión internacional; y al escuchar a Nina, me acordé de esta iluminación que tuve cuando me convidó en Otavalo, en su familia, y cuando empecé a hablar con gente de su familia y de su grupo étnico, como se dice hoy, entre comillas.
Ellos me contaron que tenían parientes, y tenían una relación desde Bolivia como un arco que iba hasta Venezuela. Era, finalmente, el desborde de las fronteras nacionales.
Y dos o tres años después tuve la suerte de tener un estudiante boliviano que me propuso como tema de su tesina «Los cantantes bolivianos, ecuatorianos y peruanos, en el Metropolitano de París». Entonces, para mí todo se mezclaba: había toda esta integración, de hecho, y, del otro lado, tenían una proyección hacia el mundo.
Yo llegué a la conclusión, cuando presentó la tesina, que conocía mejor el Metropolitano de París que yo mismo.
Puesto en perspectiva… miren, ya que estoy para salvar memorias, yo creo que no es fácil responder al desafío de ligar o de tratar de acercar dos realidades tan distintas como América Latina y la Unión Europea, ya que históricamente las experiencias de construcción del espacio cultural en estas dos regiones han caminado paralelamente, incluso se han ignorado soberbiamente, y la exhortación lanzada por el ministro de la Cultura francés de la época, Jack Lang, en la famosa Conferencia de las Políticas Culturales, organizada en julio de 1982, por la UNESCO -conferencia que se llamaba mundial- aquí mismo se ha quedado como letra muerta.
Y qué proponía Lang en 1982: yo creo que pertenece a cada uno de nuestros países organizarse con los otros para oponerse a la internacional de los grupos financieros, a la internacional de los pueblos de la cultura. Sólo combatiremos esta empresa de desalfabetización reagrupándonos, aliándonos, y construyendo, concretamente, medios de comunicación.
Y afirmaba, después de haber constatado la cultura, y lo afirmaba eso, cultura y economía, el mismo combate: es inútil taparse los ojos y refugiarse en el ojerismo, la realidad es aquí incontestable.
Dicho entre paréntesis: la ciudad de México parece predestinada a ser la cuna de esto llamado aún nuevo internacionalismo. Recordarán ustedes que es desde la ciudad de México revolucionaria, que en 1938 Diego Rivera, el surrealista André Bretón y el exiliado Trotski, proclamaron el manifiesto para una Internacional del Arte, manifiesto que subtitularon: Para un Planeta Civilizado.
Al escuchar ayer al compañero nicaragüense, Sergio Ramírez, yo me decía que su llamado a una Internacional de las Letras estaba muy cerca, finalmente, de esta Internacional del Arte.
En la estera del discurso de Lang, hubiera juntando los actos a las palabras, una misión que fue presidida por García Márquez para un espacio audiovisual latino que era, más o menos, una posibilidad de reflexionar sobre esta Internacional de la Cultura de los Pueblos.
Aparte de esta experiencia, se debe decir que la relación que tuvieron los grandes países industrializados con las reivindicaciones del tercer mundo, en los años setenta, de un nuevo orden mundial de la información y la comunicación, fueron escasísimas porque el Norte tenía una visión de las reivindicaciones de este orden a partir del sesgo de las luchas de la Guerra Fría. Para ellos, para los países industrializados, la reivindicación del nuevo orden era, más bien, sinónimo de un dilema: totalitarismo-democracia.
Decía que la propuesta hecha por el ministro francés había quedado sin porvenir. En 1984, en efecto, dos años después de la conferencia de México sobre las políticas culturales, se clausuraba un ciclo de toma de conciencia. Empezaba lo que yo llamaría la travesía del desierto para las alternativas al orden dominante de la comunicación. La fragmentación, cada uno por su lado.
La economía en vías de la globalización tomó la delantera. La razón economista y el sueño tecno-determinista se impusieron: políticas de reajuste, desregulación especialmente salvaje de los regímenes jurídicos, de los sistemas y medios de comunicación de información.
En esta desregulación del sistema, la desregulación del sistema mundial de telecomunicaciones ha sido fundamental.
Todo este periodo fue marcado por la desmedida operación de mega grupos que explica también sus posteriores tropiezos y los de la llamada nueva economía.
Este entorno estructural parecía dar la razón a los que veían en el despliegue del proceso de globalización ultraliberal, el horizonte insuperable en el que habían de figurar las preguntas que se plantean a los sistemas de comunicación.
Y toda la discusión que se llevó a cabo durante los años setenta en la UNESCO y en otros foros, se fue por la borda. Se fue por la borda, por ejemplo, toda esta acumulación realizada, desde México mismo, por los exiliados: los exiliados del Sur colaborando con los mexicanos en el ILET (Instituto Latinoamericano de Estudios Trasnacionales), que la propia Comisión McBrigth, que elaboró un informe sobre medidas para implementar un nuevo orden mundial de información, reconoció, ya que muchas de las propuestas sobre derechos a la comunicación, etcétera, fueron incluidas en este informe.
A medida que se acentuaba la ofensiva del pensamiento neoliberal, hay que decir que un conjunto de conceptos se vaciaron de sentido o fueron expulsados de la referencia: el concepto de hegemonía (cómo se construye una hegemonía mundial), el concepto de intelectual orgánico, el concepto de pueblo, el concepto de clase social, de Estado, y con eso entró la despolitización.
La crisis mayor de los años ochenta y noventa es haber expulsado de las referencias la noción de ideología: la noción de ideología como imposición del pensamiento, de la visión del mundo de un grupo peculiar como universal, como válida para la felicidad de toda la humanidad.
Y, finalmente, muchos en los medios académicos trataron de refugiarse dando todo el poder a los consumidores.
Los consumidores, de repente, adquirían la posibilidad de determinar soberanamente el sentido de todo los que veían; entonces no necesitaban de políticas públicas.
Hubo que esperar este comienzo del siglo para que cuestiones que con el aparente triunfo del pensamiento único se habían deslegitimado, se volvieran a plantear con más bríos: revelación de las lógicas segregadoras del proyecto globalista; flagrante desmentido de las salvíficas promesas de las tecno utopías de la comunicación, aportado por las crudas realidades de la intelectualidad, el momento de la irrupción de un proletariado precario intelectual, y el momento de las brechas digitales, pudorosa expresión que oculta las fuentes de la injusticia social; pérdida de credibilidad del universo mediático, que se ha acelerado a partir del 11 de septiembre del 2001, aparición de nuevas formas de hegemonía de naturaleza imperial en la guerra global contra el terrorismo; aparición de nuevas formas de lucha antihegemónica planteadas por los movimientos sociales y las sociedades civiles organizadas.
Todos estos elementos demuestran que no había -incluso si no hay que verter en el discurso triunfalista- nada de fatalidad global.
La interpelación crítica ha vuelto, pues, a hacerse audible, y los actores sociales -actuando en el campo de la comunicación-, visibles porque durante todos estos años de travesía por el desierto también, muchas veces clandestinamente, se elaboraron otras formas de comunicación.
Los cursos que se entablan desde el fin del siglo XX, en las altas instancias internacionales como la UNESCO, la Organización Mundial del Comercio, La Unión Internacional de Telecomunicaciones, la Organización de la Propiedad Intelectual, todos los cursos que tiene lugar alrededor del estatuto de las creaciones de la mente y de las modalidades de inserción social de las nuevas tecnologías de información y comunicación, prueban que se han vuelto a poner de actualidad interrogantes que se habían dejado en barbecho.
No crean que soy un nostálgico de los años setenta. Yo creo que el contexto es distinto; pero yo creo que los años setenta plantearon unos principios, a veces de manera balbuceante, que hoy se retoman y que forman parte, precisamente, de un combate interno e internacional: cómo interpretar lo que son los derechos a la comunicación.
Entonces, después de una hibernación de casi un cuarto de siglo, se vislumbra la esperanza de convertir en una noción operatoria la definición antropológica de la cultura, dada en la conferencia de México de 1982. Es por eso que esa conferencia es histórica.
Es la primera vez que la UNESCO retoma la noción de cultura antropológica, en 1982. Después, periodo de hibernación, y acaba de volver, muy criticado por la delegación norteamericana, por lo menos en el primer borrador de La Convención para la Protección de la Diversidad Cultural que se discute hoy en la UNESCO.
Bueno, lo que es importante es que ha vuelto a la palestra pública la noción de políticas culturales, de políticas públicas en comunicación, y donde se ha desafiado la tesis de que basta la autorregulación, ya esta filosofía nos pone siempre en contra de la noción de política pública.
Segundo punto de mi intervención -será breve, más breve porque yo creo que va a haber muchas preguntas- es la lección, sobre todo que me ha precedido mi amigo Cees Hamelink ayer, que aporta la reflexión sobre las discusiones en torno de la integración en la Unión Europea. Bueno, les voy a decir que hubiera podido cambiar de título y de objeto de mi charla, pero finalmente yo tomé esta forma; pero hubiera podido hacer, perfectamente, una conferencia para mostrar cómo la noción de integración es totalmente contradictoria. Porque hoy mismo en Francia, con ocasión del referéndum sobre la llamada Constitución. O, más bien, en el tratado de carácter constitucional sobre la Unión Europea, se da una cosa totalmente inusitada en un continente donde hay todavía muchas formas cuando se debate en el espacio público.
Los partidarios del no, que rechazan esta Constitución, que finalmente sí está aprobada, llegan a constitucionalizar el mercado, a constitucionalizar la idea de que no hay nada en contra de la concurrencia libre y falseada. Esta Constitución, que es el producto de un grupo de tecnócratas, no responde a la definición de Constitución: la Constitución, normalmente en la historia del patrimonio del Estado de derecho, necesita un constituyente.
Este documento es la ocasión de una intoxicación gigantesca en contra de los partidarios del no. Los partidarios del sí son de una gran agresividad, tanto viniendo de la izquierda como de la derecha, en contra de todos los que argumentan, porque para ellos es motivar a través de emociones.
Les doy un ejemplo: sólo una tercera parte del tiempo dedicado al la Constitución, al referéndum, está para los partidarios del no. Cuando hablo del partidario del no, no hablo, evidentemente, de la extrema derecha.
Incluso, dentro del propio Le Monde -Le Monde hizo una encuesta adentro de su medio periodístico-, dos terceras partes de los periodistas confiesan que hacen propaganda, que militan para el sí; y la tercera parte de Le Monde está para el no. Pero los periodistas que están para el no tienen poco espacio en su propio diario.
Pues eso me muestra que finalmente la cuestión de la integración es una cosa que se construye a través de muchas dificultades, de muchas contradicciones. Una condición para crear la integración es aceptar las reglas del juego de la cultura deliberativa; si no vamos a hacer un desperdicio total del sentido de los públicos. Y por el momento, en Europa, en los países donde todavía hay movimiento social y sindicatos que se atreven a alzar la voz en contra de la Constitución, este debate es difícil porque es la primera vez que después de 50 años ellos tienen la posibilidad de debatir.
A pesar de lo que dije sobre la Unión Europea, yo debería decir, de todos modos, que este momento de crisis es importante, revelador, como todos los momentos de crisis, pero el aporte de la reflexión sobre la integración europea es, de todos modos, de haber tratado de avanzar para sacar la cultura de las leyes del mercado. Es la famosa noción que fue retomada, incluso, últimamente en un informe del convenio: la necesidad de sacar la cultura de las reglas del libre intercambio.
Yo les haría una pequeña advertencia: es interesante ver que la lucha para la excepción cultural, lo que se ha vuelto después la diversidad cultural, ha nacido a partir de la conciencia de los cineastas, de la cinematografía.
Yo creo que es importante decir eso, porque adentro del campo inmenso de los medios, la cinematografía tiene toda una acumulación de reflexión sobre la cultura ligada al mercado y a la técnica. Y yo creo que es importante.
Leyendo un libro que Lidia Camacho sobre la evolución de Radio Educación, yo notaba que en todo el proyecto de Radio Educación, en sus primeros pasos, se trató de ligar el cine y la radio. Y de hecho en muchos países el cine dio la ocasión para el primer debate entre lo privado y lo público, entre lo nacional y la internacionalización.
Tercera parte de mi conferencia -¿todavía tengo seis minutos?-. Yo estoy denunciando aquí la dictadura del régimen de la temporalidad corta, y estoy atrapado aquí mismo.
Entonces, la tercera parte. Yo retomo una palabra que parece haber entrado aquí en el lenguaje de la sociedad civil organizada mexicana y latinoamericana: la ciudadanización de la integración; y, digamos, más allá de la integración de este campo que nos reúne: la comunicación.
Yo creo que en todas partes, más o menos, en medidas distintas, los gobiernos siguen mostrándose muy reticentes, al principio, con las políticas públicas, a pesar de que este concepto se ha instalado en el centro de los debates sobre la esfera pública.
Yo pienso que son las organizaciones sociales y civiles comprometidas con la democratización de la comunicación las que han puesto esta cuestión al orden del día. Se podría citar su posicionamiento en la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información, en diciembre de 2003; se podrían citar sus presiones para que el Poder Legislativo cumpla con su responsabilidad de representación de interés colectivo al reformar las leyes de radio y televisión, presiones que se hacen sentir tanto en la Unión Europea como en varios países europeos; desde México hasta Argentina, pasando por Brasil, donde se comprueba la emergencia de un movimiento de propuestas ciudadanas con vistas a cambiar los sistemas audiovisuales ampliamente dominados por el sector privado comercial.
Estos proyectos que tratan de aglutinar todas las fuerzas vivas de la sociedad, abordan el problema de la creciente mercantilización del campo de la comunicación y de la cultura, y plantean la necesidad de repensar tanto el funcionamiento del sector privado, que se apodera, que se apropia de un bien público común que son las ondas, sin contrapartida en el sector público, como la necesidad de legitimar la presencia de un tercer sector y, sobre todo, de asistirle también financieramente.
Yo creo que los actores de la llamada comunicación popular, o de los medios libres independientes, como se llaman en Europa, o comunitarios como se llaman sobre todo en Canadá, y eso es un cambio importante, han ampliado sus perspectivas, y ya no se conforman sólo con reforzar sus redes y su profesionalidad cuando les dan cabida después de haber esperado tanto tiempo, sino que se convierten en una de las avanzadas de las presiones que tienden a cambiar, estructuralmente, la organización del conjunto mediático, que tratan de rehabilitar la idea de lo público.
En el foro social de las Américas, que tuvo lugar en julio del año pasado, hubo una declaración interesante donde dicen las organizaciones latinoamericanas de comunicación, allá es una forma de integración también eso, que es necesario privilegiar la defensa y la promoción de lo público, porque lo público permite el ejercicio de una cultura deliberativa que confronta y acepta diversas posiciones para hacerlas dialogar y construir acuerdos basados en la discrepancia sobre los conflictos que vivimos, pero asumiéndolos, que la coordinación entre redes continentales de organizaciones como ALAI, ALEIR y PC tratan de poner en marcha.
Yo pienso que, en este sentido, hay un paso que ha sido franqueado. De nuevo, yo no quisiera dar la impresión de contar lo que va a ocurrir mañana; pero a pesar de todo lo que me pueden decir y objetar, yo pienso que el campo de la comunicación de la cultura, todo este campo de la formación de las subjetividades, se está instalando como problemática de la democracia.
Y se está instalando, también, por razones económicas: porque yo pienso que la cultura, la comunicación, todos estos campos y materiales, se vuelven, cada vez más, centrales para la reorganización de la sociedad; y es allá donde van las apuestas de las nuevas luchas sociales y culturales.
Nosotros militamos solamente para nuevos medios; militamos, también, para un nuevo modelo de sociedad donde la noción de sociedad del conocimiento tenga un valor, porque por el momento lo que se trata es un enorme potencial de digitalización de los medios de comunicación donde pasan los estereotipos y la utilización de la imaginación sociológica de amplias capas de la población. Es por eso que decimos: no a la Constitución europea, y por ese motivo mucha gente se levanta, también, en contra de esta noción.
Yo pienso que -terminaré aquí para no comer demasiado del tiempo de la colectividad- la democracia representativa está en un punto de crisis: o se cumple un salto cualitativo en la participación de los diversos sujetos sociales y de todos los ciudadanos a la gestión de la sociedad, o se va a ir, cada vez más, hacia una gestión más autoritaria de poder y hacia la negación de los derechos.
En este contexto, la comunicación, los derechos a comunicar, la organización de los procesos de comunicación, tienen un papel fundamental; en particular, vuelven esencial la interpretación del derecho, o de los derechos a la comunicación.
Definido como derecho de parte del público a recibir solamente, consumir la información ofertada sobre el sistema de los medios, o, como derecho de todos, de cada uno, a recibir, pero también a producir la información; y a crear y experimentar nuevas formas de comunicación y de cultura.
Muchas gracias por su paciencia.
* Armand Mattelart estudió Derecho, Ciencia Política y Demografía; es profesor en París VIII, experto en comunicación con una fuerte presencia en Latinoamérica y España, y autor de numerosos libros, el primero de ellos Para leer el pato Donald, junto a Ariel Dorffman (1972). Esta es su ponencia en el III Encuentro Internacional de la Radio, celebrado en Ciudad de México entre el 4 y el 6 de mayo del 2005, organizado por Radio Nederland y la Red Nacional de Radiodifusoras y Televisoras Educativas y Culturales de México. © Radio Nederland Wereldomroep, all rights reserved.
Fuente: https://www.saladeprensa.org/art634.htm
Octubre 2005