Educación e interculturalidad: entre la diversidad y la desigualdad
Liliam Hidalgo
Porque hablar de interculturalidad
Contamos con un nuevo entorno internacional integrado por algunos aspectos que sitúan a la interculturalidad como un imperativo y signo de nuestro tiempo. Existe una mayor conciencia y sensibilización hacia la pluralidad cultural, nos encontramos frente al fenómeno de la globalización y tenemos una mayor visibilidad de las desigualdades, entre otros. Pero existen algunas situaciones que no han supuesto cambio sino por el contrario continuidad. Nuestro actual marco histórico presenta el proceso de “globalización” como fenómeno representante de una política y estrategia que se expande mundialmente como “la opción” civilizadora, imponiéndose como el proyecto para la humanidad, en un intento homogenizador contradictorio a una propuesta intercultural. Diana de Vallescar, afirma que la interculturalidad se levanta abiertamente frente a un proyecto de la modernidad marcado por el progreso sin límite, por el triunfo del más apto y fuerte que no requiere de nadie. He aquí una razón fundamental para la interculturalidad, hacer frente a una modernidad uniformizante aportando a construir un futuro de diversidad y pluralidad para todos.
Hablar de interculturalidad es, sacar a la luz muchos de los conflictos que existen en nuestras sociedades, es aceptar que hay diferentes culturas y que no todas tienen el mismo reconocimiento y poder, (Jurjo Torres) este reconocimiento de la diversidad obliga a cuestionar las desigualdades y todo tipo de consecuencias que ellas traen (pobreza, discriminación, racismo, xenofobia, etc.). Encontramos aquí otra poderosa razón para la interculturalidad, contribuir a cuestionar las situaciones estructurales y las condiciones que permiten que haya dominación de unas culturas sobre otras, de determinados colectivos humanos sobre otros, etiquetados como diferentes e inferiores.
El Perú es uno de los países con mayor biodiversidad en el planeta, poseemos además de esta, una considerable diversidad cultural y lingüística. En la amazonia coexisten alrededor de 65 grupos étnicos pertenecientes a doce familias lingüísticas, conviven también ramificaciones de la familia del aimara con diversas variedades del quechua y un castellano hablado por la mayoría de la población con sus propias variedades regionales. Por otro lado tenemos una sociedad ordenada jerárquicamente, situación que se comienza a perfilar durante la colonia (Norma Fuller) periodo en el que se organizó un sistema dentro del cual la cultura occidental fue la dominante, es decir aquella valorada y quien daba las pautas de los saberes legítimos, controlaba las instituciones y se considerada superior a otras culturas.
Pero, nuestra historia ha supuesto también un conjunto de saberes respecto al manejo de la diversidad, de la naturaleza y también de los grupos sociales, haciendo posible la convivencia entre quienes eran diferentes. Un rasgo relevante, sobre todo en el ande es el manejo de la diversidad en todos sus aspectos, tanto físicos como sociales y culturales. Estamos ante una gran civilización agrícola que logró avances considerables sobre la base del poli cultivo en lugar del monocultivo seguido por las demás grandes civilizaciones agrícolas en el orbe. Si el reto en el próximo siglo es el de crear relaciones de convivencia sobre la base del respeto y aprovechamiento de la diversidad, el Perú tiene algo que aportar.
En las últimas décadas hemos vivido una situación de violencia política que deja una huella imborrable para todos los peruanos. La Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), ha constatado que el conflicto armado que vivió el Perú entre 1980 y el 2000 constituyó el episodio de violencia más intenso y prolongado de toda la historia de la República. Se estima que la cifra de víctimas fue de 69 mil 280 personas y que la población campesina se encontraba entre la principal afectada. Conjuntamente con las brechas socioeconómicas, el proceso de violencia puso de manifiesto la gravedad de las desigualdades de índole étnico-cultural que aún prevalecen en el país. El 75 por ciento de las víctimas tenían el quechua u otras lenguas nativas como idioma materno. La tragedia que sufrieron las poblaciones del Perú rural, andino y selvático, campesino, pobre y poco educado, no fue sentida ni asumida como propia por el resto del país; ello delata, a juicio de la CVR, el velado racismo y las actitudes de desprecio subsistentes en la sociedad peruana a casi dos siglos de nacida la República.
La igualdad o desigualdad entre los seres humanos no tiene nada que ver con la biología sino con preceptos éticos, algo que una sociedad puede otorgar o quitar a sus miembros (Dobzhansky). La diversidad observable es un producto genético, un conjunto de diferencias genéticas y ambientales mientras que la desigualdad es un producto cultural, una construcción social. Estas son las razones para trabajar la interculturalidad en países como el nuestro.
Pero, ¿a qué nos referimos cuando decimos interculturalidad? El termino interculturalidad alude al encuentro entre (inter) culturas, lo cual nos lleva en primer lugar a una necesaria aproximación (porque asumimos la dificultad de definirla) a lo que entendemos por cultura. La cultura está presente en el conjunto de formas o modos particulares de expresar la vivencia del mundo y de la vida, en la cerámica, el teatro, la danza, la música, pero no sólo como producción tangible sino como el conjunto de formas y modos adquiridos de concebir el mundo, de pensar, de hablar, de expresarse, percibir, comportarse, organizarse socialmente, comunicarse, sentir y valorarse uno mismo en cuanto individuo y en cuando a grupo. (Heise, Tubino y Ardito). En esta perspectiva cada uno de nosotros hacemos cultura y somos portadores de cultura.
Las expresiones materiales son parte de la cultura, pero en tanto es viva, una cultura no se reduce nunca a la suma de todas sus producciones. Lo central de la cultura no se ve; se encuentra en el mundo interno de quienes la comparten; son todos los hábitos adquiridos y compartidos con los que nos relacionamos con el mundo. Las culturas no son estáticas en el tiempo, cambian. Cada grupo cultural es como un ser vivo que con el tiempo se va transformando por crecimiento y adaptación. Así aquello que se considera lo propio de una cultura es en realidad fruto de una constante transformación cuyos orígenes han sido de diversos encuentros culturales. La manera de conservar las culturas es contribuir a la afirmación del yo colectivo “el grupo” afirmando su tendencia al cambio y a la reinvención constante de sus formas de expresión.
Algunos se preguntarán, si las culturas están en constante encuentro, para que hablar de interculturalidad si esta ya existe. Esta interculturalidad -la que existe- es una interculturalidad de “hecho”, pero si esta fuera suficiente para asegurar relaciones de equidad entre culturas estaríamos conformes con lo que tenemos hasta hoy y no tendría sentido trabajar la interculturalidad, pero no es así. Es importante aquí, diferenciar la interculturalidad de “hecho”, que podemos encontrarla en situaciones de pluriculturalidad o de multiculturalidad de la interculturalidad como proyecto social y político. Aunque las tres parten del reconocimiento de la diversidad son respuestas diferentes respecto al tipo de sociedad que detrás de cada una de ellas se plantea.
La pluriculturalidad es un concepto que tipifica la particularidad de una región en su diversidad sociocultural. En esta definición no se hace referencia al tipo de relaciones entre los diferentes grupos culturales. Se trata de un primer reconocimiento de la diferencia, casi constatación, sin acción como consecuencia. La multiculturalidad, parte del reconocimiento del derecho a ser diferente y del respeto entre los diversos colectivos culturales. El respeto apunta a la igualación de las oportunidades sociales más no necesariamente favorece la interrelación entre los colectivos interculturales. (Teresa Valiente).
La interculturalidad parte también del reconocimiento de la diversidad y del respeto a las diferencias, pero es un proceso que busca establecer el diálogo e intercambio equitativo en una sociedad plural, es en este sentido, mas que un concepto, una propuesta, un desafío que supone una actitud que parte de la base de aceptar la condición nata de igualdad y respeto de todos los seres humanos (a pesar de las diferencias), por el solo hecho de serlo (Norma Fuller).
Además de ser una meta por alcanzar, la interculturalidad debería ser entendida como un proceso permanente de relación, comunicación y aprendizaje entre personas, grupos, conocimientos, valores y tradiciones distintas, orientada a generar, construir y propiciar un respeto mutuo, y a un desarrollo pleno de las capacidades de los individuos, por encima de sus diferencias culturales y sociales, en un intento por romper con la historia hegemónica de una cultura dominante (Walsh).
La interculturalidad de la cual hablamos, no sólo centra su atención en el respeto a las diferencias, esto no es suficiente, porque podría incluso -acaso sin ser conciente- estar colaborando para que se mantengan las relaciones de asimetría en la sociedad actual, siendo funcional al sistema. La interculturalidad así entendida -funcional- se basa fundamentalmente en el respeto a las diferencias, creando una atmósfera de tolerancia y aparente igualdad, con un trasfondo homogeneizador que mantiene las relaciones asimétricas de la sociedad actual. La interculturalidad de la cual hablamos es aquella que respetando las diferencias, evidencia la situación de asimetría existente en las relaciones entre las culturas, y considera su tratamiento como condición para un efectivo diálogo intercultural, es aquella que invita a una actitud crítica, que busca suprimir estas causas por métodos políticos, no violentos, aquella que permite el derecho a un futuro diferente, sólo de esta manera la apuesta final por la democracia, la paz y la justicia serán posibles. Es aquella que se asume la diversidad como riqueza y enfrenta la desigualdad.
Interculturalidad y educación
La interculturalidad es una dimensión que no se limita al campo de la educación, sino que se encuentra presente en las relaciones humanas en general como alternativa frente al autoritarismo, el dogmatismo y el etnocentrismo. Sin embargo, la búsqueda de sociedades más democráticas y plurales supone procesos educativos que afirmen y proporcionen experiencia de vivir en democracia y de respeto a la diversidad. Como educadores tenemos una responsabilidad ineludible.
Luis Enrique López, afirma que, la interculturalidad en la educación aparece estrechamente ligada al nuevo espíritu de equidad y calidad que inspiran las actuales propuestas educativas, superando así la visión igualitarista que predominó en el escenario social latinoamericano desde la llegada de las primeras oleadas liberales al continente. Nos dice que la interculturalidad en la educación supone un doble camino: hacia adentro y hacia fuera y que una de las direcciones necesarias a las que debe dirigirse un proyecto educativo intercultural, particularmente cuando se trata de pueblos que han sido objeto de opresión cultural y lingüística, (como los nuestros) es precisamente hacia las raíces de la propia cultura y de la propia visión del mundo, para estructurar o recomponer un universo coherente sobre el cual se pueda, luego, cimentar desde una mejor posición el diálogo e intercambio con elementos culturales que, si bien ajenos, son necesarios tanto para sobrevivir en el mundo de hoy cuanto para alcanzar mejores niveles de vida, usufructuando aquellos avances y desarrollos científico – tecnológicos que se considere necesario.
La educación intercultural, debe entenderse en un proceso pedagógico que involucra a varios sistemas culturales. Nace del derecho individual y colectivo de los pueblos indígenas que conlleva, no solo gozar del derecho a la educación como todos los ciudadanos/as, sino también, el derecho de mantener y cultivar sus propias tradiciones, cultura, valores, pero también de la necesidad de desarrollar competencias interculturales que permitan a cualquier ciudadano de cualquier lugar del país pertenezca este a la cultura hegemónica o no, a poder convivir democráticamente con los otros.
Una manera de pensar una propuesta de educación intercultural es abordándola desde los diferentes ámbitos de acción, sea éste hacia uno mismo y sus pertenencias (identidad), hacia el otro (convivencia), o hacia el mundo referencial (conocimiento). (Curso: Creación de espacios interculturales en contextos educativos multiculturales).
IDENTIDAD.
Es el lugar de las “pertenencias” del individuo. El objetivo en ese campo es lograr que los educandos asuman con libertad sus pertenencias y tradiciones valorándolas, y sean capaces de establecer entre ellas un vínculo fecundo e innovador.
CONVIVENCIA.
Es el ámbito de la interacción con el otro, del “vivir juntos”, de los derechos de la exigibilidad; es el ámbito en el que se construye una “ciudadanía intercultural”. El desafío de una educación intercultural en ese campo es lograr que los educandos generen una ética de la reciprocidad, en los diversos circuitos en los que interactúan.
CONOCIMIENTO.
Es el ámbito del conocimiento del mundo referencial. Hay diferentes formas de percibir el mundo, de conceptualizarlo y representarlo. El desafío de una educación intercultural en ese campo es romper la lógica de una sola fuente y forma de conocimiento.
La interculturalidad supone la búsqueda de relaciones positivas entre personas de diferentes culturas, ello supone el encuentro de un YO (nosotros) con un OTRO (los otros), para que este encuentro se lleve a cabo en el marco de relaciones positivas se ha tenido que trabajar en lo que Xavier Albo llama “los dos polos necesarios” la identidad (desde el yo) y el reconocimiento del otro (alteridad). Mi identidad se define por los compromisos e identificaciones que proporcionan el marco u horizonte dentro del cual yo intento determinar, lo que es bueno, valioso, lo que se debe hacer, lo que apruebo o a lo que me opongo. En otras palabras, es el horizonte dentro del cual puedo adoptar una postura. (Taylor, Charles). Lo que entendemos por “identidad”, se trata de “quien” somos y “de dónde venimos”, constituye el trasfondo en el que nuestros gustos y deseos, opiniones y aspiraciones, cobran sentido.
El reconocimiento de la propia identidad supone echar raíces hacia adentro. Empieza en el reconocimiento y aceptación de la propia personalidad, del “yo”, pero tiene enseguida su expansión social natural al sentirse parte de un grupo social básico de referencia, de un “nosotros” compartido entre varios. El fortalecimiento de esta identidad grupal cultural es el punto de partida indispensable para cualquier relación de interculturalidad positiva. Es particularmente necesario trabajar en esta auto identificación cultural en el caso de los miembros de las culturas subordinadas.
La revalorización cultural es un aspecto fundamental de la interculturalidad, pues solamente en la medida en que las culturas tradicionales refuercen su autoestima grupal, será posible una relación de horizontalidad democrática y no de verticalidad dominante con la cultura de la sociedad envolvente.
Bien asentada la propia identidad hacia adentro, el otro polo es hacia fuera, es decir, la actitud de apertura, respeto y acogida hacia los otros, que son distintos por venir de culturas distintas, quizás incluso desconocidas. No se acepta a alguien simplemente por ser “mejor”, ni se lo rechaza por ser “peor”, sino que, por principio, se lo acoge con apertura a pesar de ser distinto y quizás desconocido (Albó, Xavier).
En el campo del conocimiento se da un conflicto entre el conocimiento consagrado en el ámbito escolar y los saberes locales, excluidos y menospreciados. Un enfoque intercultural se abrirá a indagar sobre los saberes, valores, y prácticas locales, a fin de incorporarlos en el trabajo cotidiano. Esa apertura hacia lo local también debe incluir el conocimiento de la historia. La incorporación de los saberes, valores y prácticas locales no se limita a la identificación de los saberes previos de los alumnos, sino que merece un espacio de trabajo definido en el cual se explore su significado y aportes. Ese espacio educativo deberá ser debidamente contextualizado recuperando escenarios y formas de aprendizaje locales (Tubino).
La educación en general debe ayudar a relativizar las propias concepciones y abrir el camino a la perspectiva pluralista e intercultural de la que hablamos. Sin embargo, este proceso no es fácil, pues la educación no está terminando de cumplir su promesa. En lugar de abrir las mentes al respeto por el pensamiento del otro, fortalece el dogmatismo cuando exige del alumno la mera repetición de memoria de las “verdades” escritas en los libros y proclamadas como eternas por los profesores (Zuñiga y Ansion).
Tenemos, los educadores, en principio que reconocer el carácter cultural de nuestro trabajo. Esta generación del vínculo que supone el educar no se da en espacios aislados, sino dentro de determinados contextos y situaciones reales de vida, dentro de un contexto cultural altamente significativo, porque da sentido a todo cuanto el niño, niña o adolescente, en general los sujetos, aprendemos. Esta situación exige un rol mediador, entre un enorme bagaje de conocimiento local y universal, de manera que no se imponga una sola fuente cultural, una sola forma de comprender el conocimiento, una sola lengua.
Pero como la interculturalidad es una propuesta que trasciende la escuela, los cambios en la escuela requieren de un acompañamiento desde otras esferas de la vida social. La escuela por si sola no puede transformar la sociedad. La educación y la escuela constituyen factores y agentes importantes de cambio social, pero las modificaciones que ellas introduzcan deben necesariamente ser acompañadas por otras transformaciones que también promuevan y ejerzan esa interculturalidad que la educación busca y a la vez fomenta (Lopez) en otros ámbitos de la vida nacional.
Esta interculturalidad nos plantea un proyecto de sociedad distinto al actual y a los educadores el reto de construir la escuela para esa sociedad, una escuela que enseñe a pensar, a sentir, no solo a ejecutar, una escuela que ayude a descubrir que hay otros que piensan diferente, a aceptar que no hay una verdad única, una escuela que haga mujeres y hombre sensibles, que conozcan la visión histórica – y la actual- de la construcción de las desigualdades, que se involucren en solucionarlas, una escuela que haga hombres y mujeres democráticos, felices y libres. Todo esto puede quedarse en un prolongado discurso o puede empezar a convertirse en práctica, lo que suceda dependerá estrictamente de nosotros.
Bibliografía
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* Tubino, Fidel, Interculturalidad para todos: ¿un slogan más?. Profesor del Departamento de Humanidades de la PUCP. Lista de internet. interculturalidad@eListas.net
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Fuente: Gloobal