La lengua materna: una clave para la vida
La defensa de la lengua materna en el ámbito educativo viene respaldada por las distintas disciplinas que lo conforman. Cuando hablamos de la educación integral del niño y de la niña, sabemos de sobra que pasa por su desarrollo emocional y éste último por su aprendizaje de la autonomía y de la asertividad. Numerosos estudios pluridisciplinares así lo han demostrado.
La lengua materna es la lengua de lo emocional, de los afectos y de la securización. Pero es también la lengua de la conformación y de la articulación del lenguaje y de su estructura. Y de la conceptualización del mundo: la lengua, lo sabemos, define el mundo, pero – a su vez – lo construye. ¿Cómo construimos un mundo significativo para nuestra convivencia, ¿cómo nos representamos a nosotras y nosotros mismos?, ¿cómo interpretamos las acciones propias y ajenas? O ¿cómo narramos nuestra propia historia? Todos estos conceptos, los elaboramos a través de nuestra lengua materna, la de nuestro núcleo familiar, de nuestro grupo de pertenencia, de nuestros antepasados.
La lengua es, por lo tanto, la base de nuestra capacidad para interpretar el mundo que nos rodea y, como parte de nuestro contexto afectivo y de nuestras tradiciones, es el eje central de nuestra capacidad de aprendizaje. Quien tenga un sólido conocimiento de su lengua materna tiene mayores garantías de éxito en el aprendizaje de lenguas segundas, pero -también- mayores posibilidades de comprender e interpretar otras visiones del mundo, a veces complementarias, otras antagónicas, pero siempre enriquecedoras.
En el mundo de la escuela, la valoración de todas las lenguas maternas como parte del proceso educativo debe tenerse en cuenta. El Estado español tiene en ello un doble reto: valorar y considerar las lenguas maternas de las CC.AA, como lenguas oficiales, y también tener en cuenta las lenguas mal llamadas minoritarias procedentes de las migraciones culturales o socioeconómicas. Esto nos lleva a reflexionar sobre la consideración de las lenguas como bienes de primera o de segunda categoría, en función de su procedencia, tal y como se percibe a veces desde la escuela. Se considera que el inglés, el alemán, el italiano y, por lo general, cualquier lengua de la Union Europea es una ventaja para quienes lo hablen y hace de el o de ella un alumno bilingüe, pero no se considera de la misma manera a quienes tengan el swahili, el dariya o el guaraní como lengua materna, entendiendo que esas lenguas constituyen un obstáculo para el aprendizaje de la lengua de socialización en la escuela. En realidad, lo que se viene a decir es que la carga cultural vinculada a la lengua materna sería la que determina su consideración como lengua de prestigio o como elemento de déficit para la adaptación a la sociedad receptora.
El desafío al que nos encontramos es el de valorizar todas las lenguas maternas con los mismos parámetros, y de fomentar su conocimiento en la escuela. La situación de multilingüismo nacional o plurinacional que existe en las aulas debe considerarse como riqueza cultural; la educación intercultural pasa por el plurilingüismo activo, el encuentro del pensamiento y de sus manifestaciones a través de las metáforas y de las representaciones expresadas por la lengua de cada cual. Construir la diversidad lingüística en igualdad de derechos es, probablemente, uno de los grandes desafíos de los próximos años. Y la escuela tiene un papel protagonista en ello.
Secretaría de Políticas Sociales FETE-UGT
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