Los puentes de la traducción en peligro de derribo
La perspectiva de la traducción se convierte cada vez más en una perspectiva que expresa las diferencias, asimetrías y desigualdades globales.
La traducción, más allá de la confrontación o la mezcla
El mundo globalizado se caracteriza por las confrontaciones interculturales, los conflictos entre las religiones y las agudizaciones bélicas, pero también está formado por mezclas culturales. Por lo tanto, es erróneo interpretarlo únicamente en términos de confrontación: como “choque de civilizaciones” (Samuel Huntington), como colisión entre culturas aparentemente aisladas. No obstante, sería igualmente limitado ceñirse a los modelos de hibridización, o centrarse en los entramados –o incluso fusiones– culturales en lugar de en los enfrentamientos. Es cierto que la evolución global de la sociedad mundial en muchas partes del mundo tiende a solapar, sobreescribir y, en consecuencia, transformar las tradiciones locales.
Esta idea la ha plasmado, entre otros, el artista contemporáneo chino Ai Weiwei al grabar sobre una urna milenaria de la dinastía Han el logotipo mundial de Coca-Cola: una expresión simbólica de los asincronismos de China con motivo del boom económico. El artista colombiano Nadín Ospina realiza propuestas parecidas para hacer reflexionar sobre la persistencia de las tradiciones culturales. Así, por ejemplo, su obra Guerrero (una escultura de Mickey Mouse portando una lanza) constituye un extrañamiento intencionado de antiguas tradiciones formales, en este caso precolombinas, mediante iconos de la cultura de masas.
Ahora bien, en ninguno de los dos ejemplos puede hablarse de “choque” ni de simples “mezclas”, sino que se pone de manifiesto un modelo diferente: la “traducción” cultural.
En los últimos tiempos, con esta perspectiva de la traducción cultural, no sólo el arte sino aun más las ciencias de la cultura y sociales pretenden poder reinterpretar los entramados, así como las fisuras, del mundo globalizado: a partir de la compleja dinámica de su génesis. ¿No es la “traducción” más multiestrática que la confrontación, más inspiradora que la mezcla? En efecto, la lente de la traducción amplifica la posibilidad de procesos de mediación culturales recíprocos, los llamados “préstamos” culturales. Pero la lente revela también las desviaciones y el carácter productivo de las diferencias en lugar de centrarse sólo en allanar las mismas. De un modo provocador quedan superadas las ideas consabidas pero más restringidas sobre la traducción lingüística y textual: la traducción en un sentido cultural más amplio va más allá de la mera relación de transferencia entre textos o idiomas; designa también una práctica negociadora social o incluso una “técnica cultural” que permite manejar las asincronías y las contradicciones entre diferentes mundos vitales.
Traducciones sin original
Comúnmente se considera que no hay traducción sin original. Y es precisamente en este punto en el que encontramos la primera transgresión: la nueva perspectiva desvela traducciones sin original. Como consecuencia de su interrelación, los propios fenómenos culturales globales ya están traducidos, mezclados, reformados, transformados. La idea inquebrantable de una “autenticidad” cultural parece haberse agotado. Ni siquiera el tango, según expone Gabriele Klein en la obra Tango in Translation, puede seguir considerándose como “original” argentino, ya que llega a ser lo que es gracias a movimientos de migración y transmisión: en el “intersticio” o espacio intermedio entre el baile, los pensamientos bailados, una autoidentificación cultural, una forma de expresión que traspasa fronteras, es decir, una “traducción” materializada entre las esferas del arte, la cultura y la política. Pero esta provocación, esta desviación y liberación del original, va mucho más allá, sobrepasa con creces el ámbito artístico.
Durante siglos se ha considerado que Europa –como continente y concepto al mismo tiempo– era un “original”: punto de partida del saber y de la ciencia, punto de partida de un lenguaje científico con pretensión universal, punto de partida de modelos de sociedad y modernización. A lo más tardar con la perspectiva postcolonial se cuestionó sobremanera esa imagen hegemónica que Europa tenía de sí misma, es más, casi se “provincializó” (Dipesh Chakrabarty). A partir de su sincretismo, de su mestizaje, también las culturas de América Latina han formado de manera intencionada una autodefinición traslacional. La traducción se libera aquí al mismo tiempo del corsé del “original” español o portugués, transformándose en una desvergonzada y “devoradora” ingestión de ambos. Estamos hablando de esa forma de entender la traducción marcadamente caníbal que experimentó su momento pionero en el Brasil de la década de los años veinte del siglo pasado. Desde entonces, la “traducción” se convirtió en América Latina en una estrategia de imposición política desde la perspectiva de la resistencia regional, que crea sus propios puntos de referencia. Precisamente semejante “infidelidad”, esa práctica traductora no asimiladora, permite encontrar formaciones de sentido propias y posibilidades de intervención política en el arte y la literatura, pero también mucho más allá. Una dimensión tan política de la traducción del “encuentro cultural” muestra que tampoco en el ámbito estético son inofensivas las transcripciones y traducciones.
Traducción como ilustración de las diferencias culturales
Hoy en día están aumentando los intentos de analizar las situaciones del “encuentro cultural” en la sociedad mundial emergente desde la perspectiva de su “traducción” y traductibilidad. En un McWorld con un McLanguage –todos hablan inglés– y otros Big Macs por todas partes, ¿es acaso necesario seguir traduciendo? Hace tiempo que el cuento de la globalización como proceso homogeneizador ha dejado de estar en el candelero. Lo cuestionan nuevas exclusiones regionalistas, más aún, separatistas; pero también el poder de algunas transformaciones locales autónomas. En este escenario es más necesario que nunca observar los procesos de traducción cultural, precisamente para sacar a la luz los problemas, obstáculos e interferencias en el contacto cultural, haciéndolos así manejables. La traducción se transforma cada vez más en una perspectiva que se refiere expresamente a diferencias, asimetrías y desigualdades globales. Ya sólo por ello, dicha perspectiva es más adecuada para los desafíos de la globalización que una concepción de la traducción (todavía muy extendida en los ámbitos de la comunicación intercultural y la política cultural) que se aferra con demasiado afán a los buenos resultados: al levantamiento de puentes, la comprensión de las culturas y la apertura y disposición al diálogo. No obstante, estos objetivos, sin duda importantes desde el punto de vista intercultural, tendrían que examinarse primero sobre fundamentos realistas. En este sentido, la ciencia actual pone la perspectiva de la traducción en relación con campos temáticos de problemas tan actuales y explosivos como “guerra y traducción”, “violencia y traducción”, “traslación y conflictos”, “el terrorismo y Al Qaeda como problemas de traducción”, etc.
En todas estas cuestiones no se llega lejos con esa idea tradicional de la armonía. Hay que reflexionar desde el principio sobre los aspectos del poder, la desigualdad de poder, las asimetrías en el contacto entre las culturas, que en buena parte todavía se remontan a las relaciones coloniales. En opinión del latinoamericanista Walter Mignolo, la traducción debería ser pensada a través del filtro de la diferencia colonialista. De esta manera se suscita un pensamiento fronterizo que no se origina precisamente en los centros sino en las periferias, en los márgenes; pero también se suscita la apropiación autónoma de los “espacios intermedios” frente a las convencionales tendencias de traducción hegemónicas. Así, por ejemplo, en el movimiento zapatista mexicano de finales de siglo XX se pusieron en marcha explícitamente procesos de traducción que median entre las ideas marxistas y la cosmología amerindia para poder anclar la resistencia anticolonial también en la autoidentidad “indígena”.
Mirada con lupa de los escenarios de traducción culturales
Estos espacios intermedios y zonas de contacto entre culturas, modelos y grupos sociales no se hacen inteligibles de manera concreta hasta que comienzan a observarse como “espacios de traducción”: como espacios de configuración de relaciones, situaciones e interacciones. Incluso se pueden analizar desde el punto de vista de su traductibilidad los conflictos entre culturas tremendamente polarizados. En primer lugar, habría que sacar a la luz los diferentes pasos de la traducción y dar con “espacios articuladores” concretos para apropiaciones, negociaciones o actividades mediadoras. El discurso metafórico y bastante ambiguo de la traducción cultural o incluso de la “cultura como traducción” (Homi Bhabha) sólo podría superarse así, es decir, intentando conseguir formas de acceso más próximas a la acción. En lugar de perderse por los recovecos de la comunicación intercultural, el contacto o el diálogo culturales, es más auténtico afrontar los procesos comunicativos menos ágiles en la esfera de unidades más pequeñas de comunicación e interacción: en regiones, situaciones, pasos y fronteras; en intentos de traducción concretos, malentendidos y distorsiones; en puntos de contacto entre diferentes esferas, y entre esferas y cambios de nivel, pero también en actores determinados y agentes culturales. La tan discutida interrelación de las culturas sólo puede ser entendida a la luz de un contexto de traducción más complejo. Empiezan a despuntar los primeros enfoques en esta línea; por ejemplo, Jürgen Habermas exige de las comunidades religiosas de la sociedad postsecular que se “traduzcan” a sí mismas en un lenguaje de acceso común; o el sociólogo Joachim Renn se plantea “las circunstancias de la traducción” al estudiar la integración social; o la investigación más reciente de los movimientos migratorios considera central la cuestión de la auto-traducción de las diferentes pertenencias culturales.
Sólo con la ayuda de la lente traductora pueden hacerse diáfanas la comunicación intercultural o el “encuentro cultural” y se puede descubrir la traducción como un acontecer social que tiene lugar en el ámbito de las formas de vida. La traducción entre textos e idiomas, todavía absolutamente necesaria, se enriquece de manera decisiva mediante la traducción de personas, pensamientos y prácticas.
A partir de esta contextualización más amplia del problema tal vez podamos conseguir enfoques para revisar los principios guía fundamentales de la política cultural sobre el diálogo cultural e intercambio intercultural. Si bien tales principios vienen siendo socavados desde hace tiempo por las estructuras hegemónicas de la desigualdad entre idiomas y culturas, la traducción sigue siendo vista como un puente entre culturas, especialmente en Alemania, el país de los “poetas y pensadores”. La antigua metáfora de la traducción como un puente que une a los pueblos se encuentra más que nunca en peligro de derribo. Sería necesario desarrollar fundamentos de relación más prometedores a partir de un entendimiento traslacional de la cultura, tal y como se está discutiendo ahora en las ciencias de la cultura. Según este enfoque, las culturas no son mundos de tradición y mundos vitales “originales” cerrados en sí mismos y desligados del resto entre los que, primeramente, haya que tender puentes. Más bien las culturas están compuestas de historias de experiencias “híbridas”, impuras y mezcladas. Son contradictorias en sí mismas, políglotas, siempre traducidas por adelantado y combinadas con elementos ajenos. La gran relevancia político-cultural de la categoría de traducción en la emergente sociedad internacional reside en que permite observar también en el seno de las culturas dichos ámbitos de tensión (puntos de conexión, pasadizos, pero también escollos y líneas de ruptura) con el fin de encontrar escenarios de traducción productivos.
Traducción del alemán: Carmen García del Carrizo
Copyright: Goethe-Institut e. V., Humboldt Redaktion Mayo 2010