Multiculturalidad
Durante su reciente intervención en las jornadas de la Joven Unión -el congreso que aúna a las nuevas generaciones de cristianodemócratas (CDU) y cristianosociales (CSU)-, la canciller alemana, Angela Merkel, dijo que los intentos alemanes de construir una sociedad multicultural habían resultado ser un fracaso total.
En lo que supone un guiño al sector más reaccionario, justificó sus palabras, como ya es costumbre en muchos políticos y ciudadanos, opinando sobre la peor cara de la inmigración (matrimonios forzados, gente que no habla el alemán, niñas que dejan de ir al colegio etc.). Dejó, empero, un pequeño espacio también para la autocrítica. Durante mucho tiempo, dijo, los sucesivos gobiernos no se habían detenido a pensar que los inmigrantes no sólo iban a Alemania a trabajar y marcharse (el archiconocido término Gastarbeiter -trabajadores invitados-), sino que lo hacían dispuestos a quedarse.
De sus palabras se deduce que ahora se proponer rectificar. Habrá que ver en qué dirección.
Sin estar de acuerdo con la canciller alemana, sí creo que, a diferencia de otros dirigentes europeos pertenecientes a su misma familia política (Partido Popular Europeo) como el presidente francés Nicolás Sarkozy o el italiano Sílvio Berlusconi, ella está pensando en otras fórmulas algo más elaboradas que la simple expulsión o persecución a la que nos tienen acostumbrados estos dos mandatarios. En su caso, parece más un difícil juego de equilibrios para satisfacer a todos los militantes de su partido.
Hay que reconocerle que haya apoyado las palabras del presidente alemán -Christian Wulff-, que había dicho unos días antes de su discurso en Postdam que el Islam formaba parte de Alemania. Se trata de una afirmación sensata y lógica -habida cuenta del gran número de alemanes musulmanes-, pero que tiene su coste político, un coste que la canciller alemana ha asumido. No es poco teniendo en cuenta que en buena parte de Europa el discurso antimusulmán, antes reservado a los partidos de extrema derecha, ahora forma parte de los partidos de centro derecha. A pesar de que el fútbol es un deporte que sigo, aunque de forma desapasionada, no les hablaré del habilidoso futbolista turco-alemán Mesut Özil, integrante de la plantilla del Real Madrid y símbolo de la integración de los inmigrantes en Alemania. Les hablaré del otro símbolo, de Fatih Akin. Mi admirado realizador de cine.
Prácticamente toda su filmografía es un incursión honesta y sin concesiones bienintencionadas en el complejo mundo de la doble pertenencia. Su impactante filme Gegen die Wand (Contra la pared) -premiado como mejor película en la 17ª edición de los Premios del Cine Europeo- es un rico muestrario de los tropiezos de dos personas en las que esta doble pertenencia (turca y alemana) coexiste de forma fragmentada. Ambos, después de experiencias extremadamente dolorosas, acaban en Turquía buscando una parte de ellos mismos que les falta. Y en otra de sus películas, Auf der anderen Seite (Al otro lado) -premio LUX, otorgado por el Parlamento Europeo-, vuelve a abordar el tema de forma magistral. Esta vez con una narración polifónica, más pausada en el ritmo pero igualmente intensa en el contenido. En esta ocasión se trata de la búsqueda del origen de alguien que bien podría considerarse un ejemplo de integración. Un alemán con ascendencia turca amante de Goethe.
He pensado en Fatih Akin y me alegro de haber tenido la oportunidad de mostrar mi admiración por su obra, porque sus películas nos hablan de la búsqueda irremediable de aquello que somos, de nuestras raíces y de la compleja identidad múltiple y mestiza. En definitiva, de cómo las personas necesitamos saber de dónde venimos para tener más claro hacia dónde vamos. La integración nunca debe significar desconexión con el origen. Al contrario, una verdadera integración pasa también por una lealtad crítica con este. Lo multicultural, lo intercultural y la integración forman parte de todas las culturas. Toda cultura es a la vez muchas culturas (multi) que se contaminan, dialogan, discuten y se mezclan (inter) y acaban formando a su vez una nueva cultura compleja y diversa (integración). No está de más recordar aquí que el significado de la palabra integrar es justamente este: hacer un todo o un conjunto con partes diversas.
Así que no me voy a entretener en discusiones académicas sobre los conceptos de multiculturalismo, interculturalidad e integración. El tiempo apremia. La convivencia es posible, entre otras cosas, porque no tenemos alternativa. La persona que no puede integrar sus diferentes voces en su personalidad, enferma, se encierra en sí misma, se deprime, o se rompe y fragmenta (psicosis). Algo parecido le ocurre a la sociedad. Diferentes personas, con diferentes orígenes, diferentes culturas (que a su vez son múltiples y complejas) han de poder compartir un mismo corpus social. De lo contrario la sociedad se resiente y enferma.
Me permito cambiar de enfoque. No es mirando a las culturas que resolveremos la cuestión. Es garantizando la no exclusión y la plena ciudadanía (que no significa otra cosa más original que la famosa receta: derechos y deberes). Es decir, ir cerrando las puertas a la exclusión que se ceba en los más débiles (de forma especial en los migrantes y sus hijos) y abriendo las puertas a la participación ciudadana activa junto con la aplicación de la ley civil (igual para todos). Este es, a mi juicio, el único camino.
El paternalismo, la xenofobia, el fanatismo, el machismo, el nacionalismo excluyente son lacras que hay que combatir. No valen los refugios culturalistas.
¡Qué fácil es ver el camino y qué difícil recorrerlo!
Ilustración de Patrick Thomas
Saïd El Kadaoui es psicólogo y escritor
Fuente: Público