Establecer, para los centros y dispositivos de educación de personas adultas, agentes activos de solidaridad internacionalista y cooperación por la paz, la justicia y el desarrollo de los pueblos, una primera prioridad: la erradicación del analfabetismo en todas sus formas
Propuesta 50 del Libro blanco de educación intercultural. Documento en el que han colaborado más de cincuenta personas expertas, editado por FETE-UGT.
Parece evidente que en un sistema educativo progresista, la educación para el desarrollo (ED) debe ser uno de los elementos que orienten cualquier proyecto educativo de centro, y, más específicamente, en el ámbito de la educación de personas adultas. Una ED, entendida en su 5ª generación como un proceso educativo con perspectiva de género e intercultural que pretende generar o reforzar una conciencia crítica y problematizadora sobre la realidad mundial y facilitar herramientas de análisis de las causas de las desigualdades y para el fomento de la movilización y participación popular buscando la transformación social hacia horizontes de paz, justicia y desarrollo de los pueblos; es decir, construyendo una ciudadanía global crítica, políticamente activa y socialmente comprometida con un desarrollo humano sostenible justo y equitativo para toda las comunidades del planeta que procure satisfacer las necesidades del presente sin hipotecar las de las generaciones venideras.
Entre el marco del paradigma neoliberal actual, fundamentado en valores como el mercado y la mercantilización, la lógica del beneficio y el poder autoritario, la competencia y la ostentación y el individualismo y la insolidaridad, y el paradigma del desarrollo humano sostenible, fundamentado en valores de justicia social, equidad, respeto a los DD HH, interculturalidad, participación y solidaridad, que invierte los términos y sitúa en el centro de las prioridades del desarrollo la dignidad y el bienestar de las personas, la educación para el desarrollo, en íntima relación con la cooperación para el desarrollo, es, por tanto, una propuesta emancipadora en la construcción de la ciudadanía global.
Parece evidente, decimos, que la ED debe ser un eje estratégico del proyecto educativo de los centros y dispositivos de educación de personas adultas cuando, por poner un par de ejemplos conocidos, la UNESCO habla de la educación para el desarrollo sostenible (EDS) (tiene por objeto ayudar a las personas a desarrollar actitudes y capacidades y adquirir conocimientos que les permitan tomar decisiones fundamentadas en beneficio propio y de los demás, ahora y en el futuro, y a poner en práctica esas decisiones) y proclama como una de sus prioridades en la década 2005-2014 la de coordinar el Decenio de las Naciones Unidas de la Educación para el Desarrollo Sostenible que tiene por objeto integrar los principios, valores y prácticas del desarrollo sostenible en todos los aspectos de la educación y el aprendizaje, con miras a abordar los problemas sociales, económicos, culturales y medioambientales del siglo XXI o la ED es una prioridad en el Plan Director 2009-2012 de la Cooperación Española.
En este marco y desde esta concepción se deberían concretar y priorizar siempre propuestas de acciones prácticas pues, a menudo, muchas formulaciones de contenido emancipador contenidas en los proyectos de centro de personas adultas, divorciadas de toda práctica que las haga visibles y, finalmente, educadoras, no pasan de ser meras declaraciones de buenas intenciones sin otras repercusiones que las propias de la literatura pedagógica. En este sentido hablamos del binomio educación para el desarrollo y práctica de cooperación para el desarrollo…
En nuestra propuesta, un eje estratégico de la ED en los centros y dispositivos de educación de personas adultas debe ser la sensibilización social en general y la formación de cooperantes activistas y comprometidas en particular. Con dos objetivos principales: crear conciencia política de las desigualdades y problemas derivados de ello que afectan a la población mundial y educar el compromiso y la esperanza.
Y, por lo que se refiere a la cooperación para el desarrollo, proponemos que debe contemplar siempre entre sus objetivos como primera prioridad la erradicación del analfabetismo. Nos parece una medida extraordinariamente coherente con todo lo anterior que, desde las administraciones públicas y el propio centro, se pongan en marcha los mecanismos que movilicen y faciliten la participación de la comunidad educativa en esta acción práctica, pues no podemos seguir tolerando más tiempo la injusticia que permite que una herramienta de civilidad tan antigua y tan sencilla como el alfabeto no pueda estar, 5.000 años después de su descubrimiento, al alcance de todo el mundo. No podemos, inmersos en la sociedad de la información, seguir ignorando por más tiempo la necesidad, el valor, la urgencia y la justicia de la erradicación del analfabetismo en el mundo. Mejor, de los analfabetismos en plural… Si el analfabetismo es causa y consecuencia de la pobreza y afecta fundamentalmente a las mujeres, no podemos tampoco seguir tolerando la persistencia de las inhumanas desigualdades económicas y de género actuales.
La educación, en la formulación de ED, no ha quedado al margen de la construcción social y práctica de este nuevo espacio de acción y participación propio de la solidaridad internacionalista que es la cooperación para el desarrollo. Y no puede, por lo tanto, quedar al margen la educación de personas adultas y la formación académica de sus profesionales. Si las desigualdades entre las personas y las naciones son hoy el problema más importante de la humanidad y, por lo tanto, el tema más trascendente de las ciencias sociales, la posibilidad de conocer directamente la realidad de los países pobres y, sobre todo, de aprender de los pobres es una exigencia de cualquier proyecto educativo transformador en el ámbito de las personas adultas.
Promover la participación en acciones para erradicar el analfabetismo nos puede proporcionar este conocimiento y este aprendizaje aportando seguramente, además de una gran experiencia personal para las personas y organismos participantes, una reconsideración de todo aquello que significa formación y educación (de la tecnología hacia la experiencia), una gran dosis de creatividad (la propia de una cultura de la pobreza tan contrapuesta a la nuestra basada en el desaprovechamiento y despilfarro de recursos), de conciencia crítica y de cultura de la esperanza (y la esperanza, como nos recuerda P. Freire, se tiene que educar) y de aprendizajes significativos en materia de valores y relaciones humanas. Es decir, nos puede permitir aprender muchísimo… El Ministerio de Educación y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo deberían, por tanto, promover y facilitar, con medidas normativas y presupuestarias, esta propuesta.