Impulsar y generalizar el empleo del español en los ámbitos científico y tecnológico: reflexiones y propuestas
Propuesta 25 del Libro blanco de educación intercultural. Documento en el que han colaborado más de cincuenta personas expertas, editado por FETE-UGT.
De todos es sabido que el prestigio real de una lengua no viene dado por el número de hablantes nativos que posea ni por el de alumnos y alumnas que la estudien, con mayor o menor continuidad y profundidad, como lengua extranjera. Ni siquiera su importancia en el ámbito del arte o de la cultura, entendida en términos generales, es el factor decisivo que la convierte en una lengua influyente en un mundo globalizado como el actual. Muy al contrario, el grado en que una lengua goza de respeto internacional guarda proporción directísima con la medida en la que ese idioma se emplea como medio de comunicación en los campos de la ciencia y la tecnología.
En lo que al español respecta, la situación es, a grandes rasgos, la siguiente:
1. En primer lugar, se constata en los medios oficiales, y también entre buena parte de los mismos investigadores e investigadoras, una cierta indiferencia con respecto a la relevancia económica, científica o tecnológica que el español puede o debe alcanzar, cuando no, en casos extremos pero reales, un evidente desinterés hacia sus posibilidades como lengua de transmisión de los contenidos científicos. Sólo de vez en cuando se abren foros de debate sobre esta cuestión, a veces coincidentes con alguna efeméride o con la publicación de algún ensayo sobre tan importante materia. Estas iniciativas aisladas no se traducen, sin embargo, en la adopción de medidas concretas que incidan en el asunto.
2. Mientras que diversas instituciones (entre ellas, el Instituto Cervantes) se esfuerzan en fomentar la difusión del español, acompañada de una nueva imagen del país -menos exótica o folclórica que la difundida durante muchos años- y dedican a ese objetivo una buena cantidad de recursos estatales, otros organismos públicos (por ejemplo, el Ministerio de Ciencia e Innovación, y, en particular, las comisiones de evaluación de la producción científica que en él se inscriben) califican mejor, de modo sistemático, cualquier publicación escrita en inglés que cualquier otra escrita en español. La calidad objetiva del lugar de publicación debería tener preferencia sobre la lengua en la que está escrita, pero -lamentablemente- no siempre es así.
Se asume, por tanto, que la ciencia española sólo puede alcanzar visibilidad internacional a través del inglés. Da la impresión de que no existe coordinación entre los ámbitos de decisión gubernamentales, que no parecen interesados en llevar a cabo una política lingüística común de defensa, protección, fomento, desarrollo y enriquecimiento de la lengua en todos los ámbitos.
Contrasta de manera notoria esta política con la que llevan a cabo otros países de nuestro entorno (muy destacadamente Francia e Italia) en relación con sus respectivos idiomas. Ni que decir tiene que la cooperación a este respecto con las instituciones de otros países hispanohablantes es escasísima, si es que puede decirse que existe.
3. En España se producen, por desgracia cada vez más a menudo, absurdas situaciones en las que una persona hablante nativa de español se esfuerza en dirigirse en inglés -a veces en un inglés forzado y titubeante que produce sonrojo- a una audiencia que comprende, o incluso habla a la perfección, el español. Y cada vez son más frecuentes también los casos en que el español se supedita gratuitamente y de modo casi vergonzante al inglés. Recientemente, el proyecto de realizar en el CSIC de Madrid un congreso internacional sobre las lenguas ibéricas no prosperó porque la unidad que iba a alojarlo y organizarlo no quiso aceptar la exclusión obligatoria e innegociable del español y de las otras lenguas cooficiales de España, tal como exigieron los miembros del comité que lo auspiciaba. De haberse celebrado el congreso, financiado por organismos oficiales, no se hubiera podido presentar ni una sola comunicación ni en español, ni en ninguna de las lenguas de España, aunque el nivel de su calidad científica estuviera fuera de toda duda. La razón aducida es que ello podría haber importunado a los posibles asistentes anglohablantes. No está de más señalar que pocos científicos anglohablantes hubieran demostrado ese mismo grado de solicitud en sentido contrario. Como es bien sabido, son los anglohablantes nativos los que más han impulsado el uso de su lengua y la han impuesto al resto del mundo, con la inestimable ayuda de las autoridades encargadas de la política científica, especialmente en Europa.
4. El predominio absoluto de la lengua inglesa como idioma de la ciencia en el mundo actual está fuera de duda, como lo está el que todo investigador e investigadora deba conocerla y ser capaz de emplearla. Aun así, la preponderancia exclusiva en este ámbito del inglés sobre el español no sólo supone relegar a este último a un inmerecido plano secundario, conlleva también, como han señalado ya algunos autoras y autores (recientemente, el catedrático de Filología Inglesa Enrique Bernárdez, por ejemplo), el hecho de que, a la vez que se impone el idioma inglés, se rechaza radicalmente cualquier tipo de argumentación que recuerde los usos más propios del discurso tradicional europeo (por lo general, más digresivo que el anglosajón). A ello se añade, particularmente en algunas disciplinas, el escaso valor que se concede en esas publicaciones a las referencias bibliográficas escritas en español. Estas prácticas van en aumento, de forma que todo lleva a pensar que el menosprecio a la investigación escrita en nuestra lengua, sea clásica o moderna, irá creciendo en la misma medida.
5. La argumentación que suelen dar los defensores de este tipo de “pensamiento único” en ciencia, en la línea contraria a la que se acaba defender, destaca, en primer lugar, que el prestigio de muchas de las publicaciones en inglés es ya un hecho constatado, de forma que las y los científicos y los humanistas hispanohablantes deben plantearse como meta difundir en ellas sus trabajos en lugar de ceñirse a la esfera hispánica. En segundo lugar, se señala a veces que las investigaciones redactadas en español no van a tener, por principio, la difusión internacional a la que todo especialista aspira. Se aduce, en tercer lugar, que, al publicar en inglés, el investigador o investigadora se verá sometido a mayores filtros de selección, de forma que, al ser mayor la competencia, también lo será la calidad de lo que se publique.
Estos razonamientos no carecen de justificación, pero dan por sentado un estado de cosas que presentan como inevitable. Se trasluce en ellos la idea de que el español debe reservarse para ciertos aspectos de la cultura (el cine, la literatura, el periodismo, la divulgación, etc.), y que ha de quedar excluido ineludiblemente del ámbito de la creación científica, en el que todos debemos ceder ante el empuje del inglés.
Los objetivos que se enumeran en el siguiente apartado son algunos de los que, a nuestro juicio, deberían plantearse los organismos oficiales, en el caso de que entiendan que esta última conclusión no es inevitable, sino tremendamente alarmante.
Objetivos
• Vincular la imagen de la lengua española con la propia imagen de la ciencia, de la tecnología, de la innovación, del desarrollo, en definitiva con los aspectos de la modernidad más relacionados con la investigación.
• Apoyar la difusión internacional de los contenidos científicos en español. La experiencia ya ha demostrado que, si se ofrece en español un producto de auténtica calidad -y, por ende, competitivo en el ámbito científico-, se produce de inmediato el acercamiento de los no hispanohablantes a nuestra lengua.
• Conseguir que el inglés no sea la única lengua de la ciencia y conceder al español el papel que le corresponde.
MEDIDAS DESEABLES PARA LLEVAR A CABO LA PROPUESTA
• Establecimiento de requisitos mínimos de conocimiento del español científico-técnico para todos aquellos o aquellas estudiantes no hispanohablantes que deseen seguir cursos en la universidad española.
• Impartición regular de cursos de español científico-técnico, como lengua de especialidad, en los centros del Instituto Cervantes y demás organismos públicos dedicados a la enseñanza del español como lengua extranjera.
• A semejanza de la política actual del Gobierno francés, financiación pública prioritaria de aquellos eventos de carácter científico desarrollados en España que permitan el libre empleo del español.
• Sustitución de las recomendaciones (tácitas o manifiestas) de publicar preferentemente en inglés por parte de las instancias oficiales por la de hacerlo en revistas de prestigio que presenten filtros de calidad suficientes, sea cual sea la lengua vehicular. Los responsables de las políticas de educación deberían promover, paralelamente y de forma muy activa, que las publicaciones escritas en español aumentaran sus controles de calidad.
• Apoyo institucional prioritario a la creación de planes docentes (postgrados, cursos de especialización, etc.) que aúnen un alto grado de calidad con el empleo del español como lengua vehicular.
• Apoyo institucional a la creación de diccionarios, vocabularios, etc., tendentes a normalizar el léxico científico-técnico en español, especialmente el derivado de las traducciones del inglés.
• Apoyo institucional prioritario a la creación en español de contenidos y publicaciones en la red, siempre y cuando se ajusten a los estándares de calidad mínimos e imprescindibles.
• Apoyo institucional a la cooperación con países hispanohablantes en iniciativas que impliquen el uso del español en proyectos científicos.
• Contribución estatal decidida a la generación, a través de medios de comunicación y campañas institucionales, de un estado de opinión favorable al empleo del español en la ciencia y la tecnología.
• Creación de una instancia gubernamental, del nivel que se considere oportuno y de naturaleza transversal, destinada a supervisar y coordinar todas las iniciativas tendentes a fomentar el uso del español en la ciencia y la tecnología.