Educar para la convivencia intercultural
JOSÉ ANTONIO JORDÁN SIERRA
Universidad Autónoma de Barcelona
Nuestras sociedades están tomando, a raíz de la acelerada globalización e inmigración, una configuración mestiza. Aunque no faltan quienes intentan evadir esa realidad, apostando por una dinámica monocultural, la evidencia fáctica se impone en la práctica de mil formas invitando a un cambio de mentalidad cívica y pedagógica. El reconocido informe Delors anunciaba, ya en el año 1996, que los pilares en que ha de basarse la tarea educativa debían alcanzar el alma de los aprendizajes más preciados y urgentes en nuestros tiempos: esto es, el «saber ser» y el «saber convivir»:
«El profundo cambio de los marcos tradicionales nos exige comprender mejor al Otro, comprender mejor su mundo. Exigencias, pues, de entendimiento mutuo, de diálogo pacífico y armonía, aquello de lo que, precisamente, más carecen nuestras sociedades. Esta posición lleva a insistir especialmente en uno de los pilares base de la educación: aprender a vivir juntos, a fin de crear un espíritu nuevo que impulse la realización de proyectos comunes, así como la solución inteligente y pacífica de los inevitables conflictos, gracias justamente a esa comprensión de que las relaciones de interdependencia son cada vez mayores, y a un análisis compartido de los riesgos y retos del futuro. Una utopía, pueden pensar algunos, pero una utopía necesaria. Y, ¿cómo aprender a vivir juntos en la ‘aldea planetaria’ si no aprendemos a convivir en las comunidades a las que pertenecemos por naturaleza: la nación, la región, la ciudad, el pueblo, la vecindad?».
Así pues, para «vivir juntos» en la sociedad global lo más operativo es aprender a hacerlo en contextos más discretos; uno de ellos es, sin duda, el escolar. Así, lo expresa Tedesco, anterior director del Bureau Internacional de Educación de la Unesco: «La escuela es uno de los pocos ámbitos de socialización en que es posible ‘programar’ experiencias de contactos entre sujetos diferentes, de encuentros que permitan enriquecerse con la cultura de las otras personas. Así, aprender a vivir juntos en el contexto escolar no ha de significar meramente tolerar la existencia de otro ser humano, sino respetarlo porque se le conoce y se le valora dentro de un clima de cercanía».