Diversidad e inmigración
Rubén Hernández León
Esta semana recibí un par de correos de mi universidad en referencia a la super diversidad que caracteriza a los Estados Unidos y a California en particular, Por super diversidad se entendía entendida como el gran crecimiento en la representación étnica y la rápida expansión de culturas, religiones e idiomas diferentes Dicha super diversidad y atribuída a grandes cambios de población. Para mi sorpresa, la palabra ‘migración’ apenas si se mencionaba en estos comunicados.
Me quedé pensando si el término se ha convertido en una mala palabra. Y es que parece que estos días es más fácil celebrar la diversidad que la migración. En efecto, Medio mundo está a favor de la gran variedad de cocinas, idiomas, religiones, músicas y otras expresiones culturales que nos rodean y que están al alcance de la mano gracias a la internet y otros medios de comunicación. En cambio, la migración despierta menos entusiasmo y sí muchos temores, sospechas y hasta encono.
Pero el asunto es que la mentada super diversidad que vivimos en estos momentos es en gran parte resultado de la migración. Sin la gran oleada de inmigración que se inició en los años setenta y que sigue cuatro décadas más tarde, no tendríamos restaurantes mexicanos y chinos hasta en los pueblos más pequeños del estado. Y nuestras áreas metropolitanas no serían el crucigrama de lenguas, colores y sonidos que ahora son.
Es importante reconocer y celebrar la diversidad, pero es igualmente vital reconocer que, como consecuencia de un historia de migraciones, los Estados Unidos han sido desde hace tiempo un país diverso.
La gran diferencia es que hoy hay más individuos e instituciones que reconocen en la diversidad una fuente de fortaleza y no de debilidad. Pero no siempre ha sido así. Hace cien años, cuando este país se encontraba en medio de una enorme oleada migratoria, gobiernos, activistas y organizaciones de todo tipo cultivaron la noción de que la diversidad étnica, racial, lingüística y religiosa acabaría con la unidad y homogeneidad que habían hecho grande a los Estados Unidos. Hicieron dos cosas: le cerraron la puerta a los migrantes y se apresuraron a convertir a los que ya estaban dentro en ‘americanos’.
A los más oscuros, mexicanos, chinos y filipinos, se les prohibió asistir a las mismas escuelas que a los blancos y hasta se aprobaron leyes que les impedían contraer matrimonio con los “güeros”. La migración y la diversidad tardaron en reaparecer medio siglo en la vida pública de los Estados Unidos, pero como resultado de lo que los sociólogos llamamos “consecuencias no buscadas” y no de políticas públicas bien pensadas.
A fuerza de ser usados como mano de obra agrícola barata, los mexicanos empezaron colarse por su cuenta a través de la frontera sur. Y a fuerza de ser invadidos, bombardeados y reubicados, vietnamitas, camboyanos y laocianos terminaron, no en Indochina, sino en Norteamérica. El resto fue reunificación familiar.
Sale barato hablar de diversidad. La partera de esta historia no es otra más que la migración.
El autor es Director de Estudios Mexicanos de la UCLA rubenhl@soc.ucla.edu
Fuente: Los Ángeles Hoy