Las letras rebeldes de África
Por Landry-Wilfrid Miampika
La diversidad de un continente con 54 países, unos 922 millones de habitantes, más de 1.300 lenguas y bloques culturales tan distintos como son el África subsahariana y el Magreb requiere una mirada más atenta de la que se ha realizado hasta ahora. Los premios Nobel Wole Soyinka, en 1986; Naguib Mahfuz, en 1988; Nadine Gordimer, en 1991; y J. M. Coetzee, en 2003, son una prueba de la creciente calidad de unas literaturas originales que nacieron hace poco más de un siglo.
Las literaturas africanas escritas cuentan apenas con un siglo y medio de existencia. Sus orígenes surgen del contacto con la cultura occidental a raíz de los procesos de descubrimiento y de conquista del continente africano reafirmados e intensificados a partir de la conferencia de Berlín iniciada en 1885 y el reparto colonial del continente. Desde las primeras dos décadas del siglo XX estas literaturas han asumido la tensión entre la enajenación del colonialismo y la tentación del poscolonialismo, realizando a través de sus letras lo que Occidente hizo en varios siglos.
Escritas en las distintas lenguas de los antiguos colonizadores, han originado conjuntos literarios muy diferenciados en las áreas de influencia francófona, anglófona, lusófona e hispanófona. Todas ellas beben de unas fuentes primigenias que son los modos y expresiones plurales de la oralidad, de la palabra hablada tradicional.
Más allá de sus distintas expresiones lingüísticas actuales, estas literaturas poscoloniales comparten rasgos que aparecen como unas constantes temáticas. Es lo que Gilles Deleuze considera las funciones de las literaturas menores: la desterritorialización de la lengua, la relación directa entre el individuo y lo político inmediato y la enunciación colectiva en un contexto de modernidad inconclusa.
En cuanto a desterritorialización de la lengua, desde sus orígenes, las literaturas africanas escritas mantienen una relación a la vez compleja, contradictoria y subversiva con las respectivas lenguas de escritura, impuestas por la colonización. Teniendo en cuenta la multiplicidad de lenguas de cada país, hoy en día las lenguas occidentales son tanto medios de promoción y de movilidad social como lenguas de cohesión nacional. Al asumir estas lenguas como propias se han fundado tradiciones narrativas consolidadas sobre todo a partir del momento en que los escritores consiguieron crear sus propios lenguajes literarios dentro de la lengua heredada. Han surgido autores que han sabido subvertir, hacer vivir y gozar en la lengua adoptada ya sea el inglés, el francés, el portugués o el español a partir de las particularidades del malinké (Ahmadou Kourouma), del lingala y el kikongo (Sony Labou Tansi y Henri Lopes), el yoruba (Wole Soyinka), el kikuyu (Ngugi wa Thiongo), el pidgin inglés (Ken Saro Wiwa) o el criollo portugués (Germano de Almeida).
Unas palabras de Sony Labou Tansi, talentoso escritor congoleño, parecen resumir los fundamentos de una estética literaria africana a partir de una plena conciencia de su enunciación histórica: «Ser poeta en nuestros días es querer con todas sus fuerzas, toda su alma y toda su carne, frente a los fusiles, frente al dinero que también se convierte en fusil y sobre todo frente a la verdad preestablecida sobre la cual nosotros, poetas, estamos autorizados a mearnos, que ninguna faceta de la realidad humana se vea empujada bajo el silencio de la Historia. He nacido para contar esa parte de la Historia que lleva cuatro siglos sin comer».
De la reivindicación de la cultura africana de la negritud hasta las propuestas de los escritores transcontinentales de hoy, de forma implícita o explícita, la escritura se asume, en África negra, como un vehículo de transfiguración y de participación histórica entre una historia soñada y su negación: un espacio de afirmación de la singularidad africana, de su cultura y de una contribución a la historia contemporánea. Pero también es un acto de subversión ante la relación entre un Occidente triunfalista y sus antiguas colonias, que no deja de cuestionar los estereotipos o representaciones sobre el otro de origen africano. Lo literario trasluce igualmente un profundo lamento frente al desengaño por el fracaso que va de las independencias políticas acaecidas desde los años sesenta hasta el proceso democrático doloroso e inacabado actual. Por ello, la narrativa -y la poesía también- toma forma a través de urgentes relatos críticos de resistencia que acompañan la historia, la niegan, la contradicen o la validan, o sea, relatos que recuperan y potencian multiplicidades de voces marginadas, tales como la realidad de la situación de la mujer o el uso de los niños soldados en los conflictos étnicos.
Esta obsesión por la historia ha hecho del tema de las dictaduras -tan comunes y violentas en la historia africana- un subgénero narrativo de primer orden. Partiendo del modelo de la gran novela de la dictadura latinoamericana (Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez), destacadas obras como La vie et demie (1979), de Sony Labou Tansi; Reír y llorar (1982), de Henri Lopes; Los poderes de la tempestad (1997), de Donato Ndongo-Bidyogo, y Esperando el voto de las bestias salvajes (1998), de Ahmadou Kourouma, cristalizan una literatura esencialmente de compromiso y de denuncia de los poderes políticos posindependistas, en sus excesos sin límites, sus irrenunciables formas de violencia y su firme voluntad de destruir a los seres y a las cosas.
Hay un intento de conciliar la crítica sociopolítica con lo estético que se vislumbra a través de un patrimonio literario fundado sobre angustias, lutos, fantasías, frustraciones, visiones y anhelos compartidos o no alrededor de una identidad política y cultural común. En ella se legitiman espacios utópicos y una apremiante necesidad de emancipación del africano transformado de objeto en sujeto histórico. Los mestizos textos de sus creadores -una dialéctica entre lenguas, literaturas e identidades- configuran una mediación cultural entre múltiples imaginarios, lo que es, sin lugar a dudas, una innegable contribución en la literatura universal, o mejor dicho, a lo que el poeta senegalés Léopold Sédar Senghor llama «la civilización de lo universal».
Escritores como el Nobel nigeriano Wole Soyinka, Mongo Beti, Tchicaya U’tamsi, Yambo Ouloguem, Nuruddin Farah, Emmanuel Dongala, Tierno Monenembo, Calixthe Beyala, Moses Isegawa y Fatou Diome, entre otros, cultivan el tema de la rebeldía, la cuestión de la libertad que logrará sobrepasar la violencia estructural de la sociedad africana, promoviendo la cultura de la disidencia, la existencia incondicional e inminente de las bolsas de libertad, la transgresión de los valores feudales, la insumisión de los poderes absolutos que se instalaron tras las independencias y las democracias nacientes. Unas escrituras y otras son portadoras de un proyecto de descolonización mental, de resistencia cultural y de proyección de un futuro esperanzador.
Desgraciadamente, estas propuestas estéticas no llegan a todo el público deseado ya que la edición de libros en África vive en situación precaria. Aun así últimamente pequeños editores populares en la mayoría de los países hacen esfuerzos por acercar la producción literaria local a un público inmediato ansioso de lecturas. Pero, sin duda, las literaturas africanas conocidas y reconocidas son las escritas, publicadas y leídas fundamentalmente en Occidente, lo que genera una interacción problemática entre el público africano y el escritor, debido a su escaso acceso a las lenguas occidentales de escritura y al coste de los libros, que los hace inaccesibles debido al bajo poder adquisitivo de sus potenciales lectores.
A pesar de ello, las nuevas escrituras africanas, herederas de los hallazgos expresivos de la literatura oral, subvierten sus respectivas lenguas de escritura y se transforman en relatos transcontinentales que indagan asuntos como la tensión entre tradición y modernidad, el desarraigo de las identidades, el exilio interior y geográfico y la inserción de la mujer en la vida social y cultural, sin dejar de proponer una inventiva conciencia intercultural, conscientes del lugar de las sociedades poscoloniales en plena globalización.
En su fecunda y audaz novela, La carretera hambrienta (1991), el nigeriano Ben Okri condensa, metafóricamente, la condición africana a través de las vivencias de su protagonista-narrador que es un niño-espíritu, que encarna las frustraciones y los anhelos de la sociedad africana en una confluencia de lo maravilloso, lo fantástico y lo real: «Nací no sólo porque hubiera concebido la idea de quedarme, sino porque, finalmente, después de tantas idas y venidas, sentía ya, asfixiándome, la presión de los grandes ciclos temporales. Recé para que se me concediera la risa, pedí una vida sin hambre y recibí paradojas por respuesta. Sigue siendo para mí un enigma por qué nací sonriendo».
El niño-espíritu de esta fábula de Ben Okri proyecta, a la vez, la memoria del pasado y del futuro, el proceso de autoconciencia y de autoproyección de África para otra travesía de su porvenir. Asumiendo la identidad de un niño-espíritu, las literaturas africanas escritas han sido, desde sus inicios, un intento de nombrar y superar una condición o situación poscolonial insostenible al nivel político-económico e histórico. Conscientes de su papel social, pero también de incentivar la fantasía, sus retos han sido, casi siempre, indagar, revelar enigmas y paradojas de las sociedades africanas, en sus interacciones con ella misma y con otras partes del mundo.
Un coro imprescindible
- Léopold Sédar Senghor (Senegal, 1906-2001), poeta y teórico controvertido de la negritud y del diálogo de culturas, fue presidente de Senegal entre 1960 y 1980 y miembro de la Academia Francesa. Seis obras, recogidas en Obra poética (Cátedra), constituyen su patrimonio poético. Diálogo de las culturas (Mensajero), uno de sus ensayos, tiene una vigencia innegable. Tras la obra de Senghor, destacan poetas como el malgache Jean-Joseph Rabearivelo (Casi sueños, Hiperión).
- El guineano Donato Ndongo-Bidyogo retrata el drama de la travesía del estrecho para acariciar el sueño europeo
- Ahmadou Kourouma (Costa de Marfil, 1927-2003). Con su novela más importante Los Soles de las independencias (Alpha Decay), Kourouma introduce la temática del desencanto hacia la independencia en la novela africana en lengua francesa. Además, lleva a cabo un trabajo original sobre la lengua francesa, que lleva la marca de su lengua materna, el malinké. Esperando el voto de las bestias salvajes (Aleph Editores) retrata con violencia los excesos de un déspota africano.
- Mariama Bâ (Senegal, 19291981). Abre con originalidad la voz de la mujer a la palabra escrita. Su novela Mi carta más larga (Zanzíbar) es una pieza maestra de sensibilidad sobre los problemas de la mujer desde la mujer misma como sujeto de sus propias angustias. Desde entonces se han impuesto otras voces femeninas de su país como Aminata Sow Fall, Ken Bugul (La locura y la muerte, El Cobre; Riwan o el camino de arena, Zanzíbar) o la camerunesa Calixthe Beyala (Los honores perdidos, Seix Barral, y África en el corazón, Martínez Roca). En lengua inglesa, Amma Darko (Más allá del horizonte, El Cobre).
- Chinua Achebe (Nigeria, 1930). Novelista y profesor universitario, su clásica novela de 1958 Todo se desmorona (Ediciones del Bronce) retrata la violencia de la penetración occidental en África Occidental y sus consecuencias al destruir las estructuras tradicionales. De su generación, destacan novelistas de expresión francesa como el guineano Camara Laye, el camerunés Mongo Beti, los senegaleses Sembène Ousmane y Cheikh Hamidou Kane.
- Wole Soyinka (Nigeria, 1934). Premio Nobel en 1987. Más dramaturgo que novelista, su obra narrativa da un tratamiento contemporáneo al profundo mitológico de su cultura yoruba en consonancia con personajes muy comprometidos con el África actual. Entre otras de sus novelas, Los intérpretes (Plaza & Janés).
- Henri Lopes (Congo-Brazzaville, 1937). A pesar de ocupar altos puestos políticos en su país de origen, su narrativa gira en torno a la crítica y sátira sociopolítica, a la figura del dictador o de los políticos corruptos, oportunistas que se caracterizan por el despotismo, el nepotismo y el clientelismo, tanto en su clásica novela Reír y llorar (Ediciones del Bronce) como en Caso cerrado (El Cobre).
- Pepetela (Angola, 1941). Destacada voz de la narrativa africana en lengua portuguesa después de ser una de las figuras principales del movimiento de liberación de Angola. De su narrativa de un profundo compromiso sin desdeñar lo estético destacan El deseo de Kianda (Alianza) y El tiempo de los flamencos (Texto Editores).
- Williams Sassine (Guinea Conakry, 1944-1997). Albino hijo de una cristiana y un musulmán, es con Tierno Monenembo el novelista más representativo de Guinea Conakry. Su obra gira en torno a la marginalidad y sus degradantes consecuencias como la violencia y las drogas. Céroe no es cualquiera (Barataria) es la única de sus novelas traducida al castellano.
- Nuruddin Farah (Somalia, 1945). Ganador del Premio Neustadt Internacional por el conjunto de su obra, Farah construye epopeyas humanas que no desdeñan los detalles psicológicos de cada uno de los personajes. De su extensa novelística, destaca una trilogía de la cual dos volúmenes han sido traducidos al castellano: Regalos (Ediciones del Bronce) y Secretos (El Aleph).
- Sony Labou Tansi (Congo-Brazzaville, 1947-1995). Tras las traducciones magistrales de Manuel Serrat Crespo de dos sus novelas, El antepueblo y Las siete soledades de Lorsa López (ambas en Muchnik), la gran novela (La vie et demie, 1979) de este poeta subversivo y renovador de la prosa africana de expresión francesa sigue siendo inédita en castellano. De su país también destacan grandes autores como Emmanuel Dongala (Johnny perro malo, El Cobre) y Alain Mabanckou (Vaso roto, Alpha Decay).
- Donato Ndongo-Bidyogo (Guinea Ecuatorial, 1950). Periodista, historiador y novelista, es la principal figura de la literatura de Guinea Ecuatorial y su gran promotor por condensar dicha tradición en dos indispensables antologías, Antología de la literatura guineana (Editora Nacional) y Literatura de Guinea Ecuatorial (Casa de África). Su última novela, El metro (de inminente publicación en El Cobre), retrata las vicisitudes del drama de la travesía del Estrecho para acariciar el sueño europeo.
- Ben Okri (Nigeria, 1959). Heredero de la fantástica imaginación de Amos Tutuola (Mi vida en la maleza de los fantasmas, Siruela), fue premio Booker en 1991 por su fábula mágica La carretera hambrienta, un significativo ejemplo de invención literaria y lingüística. De su narrativa, donde conviven lo maravilloso y lo fantástico, se puede leer igualmente Amor peligroso (Ediciones del Bronce) y Riquezas infinitas (El Cobre).
- Mia Coute (Mozambique, 1955). Su mundo imaginario arraiga en las lenguas locales y en la cultura tradicional tras la guerra en su país. Intenta lograr una utopía esperanzada en Tierra sonámbula y Cada hombre es una raza (ambos en Alfaguara).