Extranjería, nacionalidad, ciudadanía
La realización de jornadas de debate, foros de encuentro y espacios de intercomunicación acerca de las cuestiones ligadas a la inmigración parecen un hecho positivo. Sin duda, el intercambio y el debate pueden ayudarnos a encontrar pistas para la acción social transformadora de la realidad, que a buen seguro no nos resulta del todo acogedora, puesto que nos tomamos la «molestia» de acudir a estos foros. Se trata, pues, de hablar y debatir acerca de la inmigración. Sin embargo, no me parece oportuno entrar directamente al tema, sin levantar antes la vista y mirar algo más allá, sin alejarnos demasiado del entorno social inmediato.
Según los datos oficiales, más o menos ajustados, pero en todo caso indicativos del orden de magnitud, a finales de 2001 en Euskadi había 96.000 desempleados (cifras de la Encuesta de Población Activa) y menos de 20.000 extranjeros (estadísticas de residentes extranjeros), no todos inmigrantes “económicos”. Desde la perspectiva de la población autóctona –la que mayoritariamente acude a jornadas y debates o adquiere
publicaciones especializadas- existen vínculos mucho más fuertes con los desempleados, que son nuestros parientes, amigos, vecinos, o nosotros mismos; en cambio, con los inmigrantes las relaciones son bastante más débiles, esporádicas e incluso inexistentes.
A pesar de ello, soy de la opinión que un foro de reflexión sobre el desempleo atraería a menos personas que otro –como éste- dedicado a las cuestiones vinculadas a la inmigración de origen extranjero. Y ésta sería una primera cuestión para la reflexión: ¿qué es lo que está focalizando nuestro interés sobre la inmigración?, ¿se trata del tema de moda?, ¿es una manifestación de espíritu solidario que se vuelca sobre este colectivo
como podría hacerlo respecto a cualquier otro? ¿es una forma de canalizar nuestro compromiso cívico ante la frustración e impotencia que encontramos en otros ámbitos?Los interrogantes pueden multiplicarse, y la respuesta no será seguramente unívoca. Lo importante, creo, es que de entrada deberíamos situarnos nosotros mismos como parte de la cuestión a reflexionar: el problema, el objeto, la cuestión no son “ellos” (los
inmigrantes), en todo caso, no solamente “ellos”, sino las cuestiones sociales y políticas que atraviesan el campo social que nos concierne a todos. Por eso, para situarnos con la perspectiva necesaria conviene dar un rodeo, ampliar el campo de visión.
Sigue leyendo: