¿Ser o no ser … docente, educador, profesor o maestro?
La vocación docente es el conjunto de intereses, necesidades, aptitudes, ideales y circunstancias personales que al conjuntarse hacen que el sujeto se sienta atraído hacia una profesión o forma de vida y capaz de afrontar los retos que supone. Educar implicar dirigir, orientar, facilitar un cambio en la persona del otro. Lo intelectual se supedita a un interés mayor: la capacidad de desarrollar la vocación de otro. El educador es aquel que dispone su vida, sus acciones al servicio de otro.
Un buen docente no se define por su actividad sino por el sentido que da a ella. Un profesor por tanto debe dejar de ser un mero instructor de contenidos para convertirse en un pleno educador, en un servidor de las vocaciones ajenas.
Pero hemos visto que tal es una mirada limitada del quehacer docente. No basta con saber de un tema si soy incapaz de enseñarlo. La docencia va más ligada al cambio de la persona que recibe la enseñanza que a la capacidad de uno de expresar un concepto. Muchos hemos pasado por experiencias universitarias en que abogados, arquitectos o médicos intentan dar cuenta de su saber, siendo incapaces de entregarlo en forma clara y sencilla.
El profesor enseña, el maestro educa. Quien sólo enseña, cumple un programa preestablecido (a veces no completo), está centrado en su enseñanza, es transmisor de saberes, califica resultados. Quien además educa, cumple una misión de servicio, busca el bien del alumno, es ejemplo de los valores que predica, estima y evalúa procesos de mejora. El educador tiene claro que el valor de su trabajo está en el perfeccionamiento de otros; se asume como servidor público, sabe leer entre líneas los gestos, actitudes, rasgos físicos y emocionales de los educandos para descubrir lo que necesitan.
«Maestro» es un concepto tan profundo que nos queda grande a todos los docentes, pero ¿qué significa realmente?
Es común adjudicar el apelativo «maestro» al hombre eminente en cualquier faceta de la cultura, que con su obra científica o literaria, en verdad relevante, influye en la vida y la formación de otros, incluso de quienes sólo se relacionan con él a través de sus obras.
También, en el ámbito del trabajo manual, el término se aplica al que por su capacidad o situación especial dirige una obra o taller. Esta acepción del término implica un doble contenido: por una parte, la maestría o habilidad superior para ejercer un oficio, por otra, una influencia formativa sobre quienes trabajan con él.
En tercer lugar, tenemos su significado más restringido: hombre que consagra su vida a la tarea educativa. Y aún podríamos aplicar el vocablo a aquellos profesionistas de cualquier disciplina que obtienen el grado académico de «maestría», posterior a la licenciatura y anterior al doctorado.
De todos estos usos queda claro que el entendimiento popular llama «maestro» a quien se distingue en su actividad u oficio; quien, en virtud de su saber, enseña a otros, no como simple instructor, sino como un tutor en la vida misma donde cobran sentido teoría y práctica se convierte en modelo y guía para sus discípulos.
Y cuando ocurre que no sólo muestra el conocimiento sino que orienta para aplicarlo y motiva para amarlo, hacerlo propio y enriquecerlo, traspasa la línea del saber para abrir la del ser. Es entonces cuando se transforma en educador, es decir, en motivador de la mejora personal de los alumnos, en promotor del perfeccionamiento integral de sus personas.
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