Clasismo y televisión
Hace unos meses, mientras entraba en uno de los centros comerciales de mi barrio, no pude evitar escuchar a una pareja que hablaba en susurros sobre el asco que le daba este tipo de gente, y que vaya forma de salir vestido a la calle. Ella refunfuñaba y él, en silencio pero con la misma cara que su acompañante, asentía sin parar como muestra de aprobación. Atrás, a unos pocos metros, dos chicas jóvenes, una de ellas con un bebé en brazos, se dirigían al establecimiento hablando. Cada una calzaba un par de zapatillas de andar por casa, y un albornoz que sólo dejaba ver la parte inferior del pantalón de lo que parecía un pijama. La pareja entró rápidamente en el centro comercial y las dos jóvenes se pararon en la entrada mientras una apuraba un cigarro. Ahí se quedó la cosa.
La pareja parecía del otro lado del puente, que en mi barrio viene a ser ese lugar que se encuentra al otro lado de la M30. Uno de esos lugares donde el césped de los parques se riega, donde las fuentes de agua potable funcionan, donde las calles relucen limpias y donde los setos se podan. Esos lugares en los que los coches de policía circulan por si hay algún aviso, y no para escudriñar de arriba a abajo a cada persona que pasa. Esos lugares donde los aparcamientos están delimitados con rayas verdes o azules, como para intentar evitar que aquella gente a la que no le sobra el dinero aparque ahí su vehículo.
En cambio, las dos chicas sí que parecían del barrio. Porque en el barrio no es raro ver a gente que sale con pijama y albornoz cuando comienza el frío de otoño o cuando llega el buen tiempo de la primavera. No es raro ver a la chavalería en chándal, con gorras y zapatillas horteras, con pendientes de oro, cortes de maquinilla en la ceja o peinados extravagantes, desde las greñas por la nuca hasta los pelos de punta petrificados por la gomina. Esta gente no destaca al andar por uno de esos barrios en los que las pintadas de las paredes tardan meses en limpiarse, en los que las papeleras y los cubos de basura rebosan tantos desperdicios que han goteado residuos hasta formar a sus pies un charco de mierda. No destaca en esos barrios en los que los coches caros sí lo hacen, en esos barrios en los que los baldosines de la acera están rotos, y en los que los operarios cambian la fecha del inicio de las obras en la valla para que duren un trimestre más. Esos barrios en los que los edificios están levantados sin ningún orden urbanístico lógico, y en los que los árboles ni se cuidan ni se riegan. Esos barrios en los que, hasta hace unos años, los pizzeros no pasaban por ciertas zonas por si les robaban la moto. En los que aún se ven las secuelas de la heroína en los pocos supervivientes a los que, de vez en cuando, se les ve comprando una litrona y dos cigarros en el chino.
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