72 horas en Serbia: el último aliento de los refugiados
Parece que ya no están. A duras penas se han colado en alguno de los debates electorales, la mayor crisis de refugiados tras la segunda guerra mundial ha pasado desapercibida en campaña. Pero Fatheh está, aunque ya no sabe muy bien dónde. «Dios mío, hemos caminado mucho, frontera tras frontera. Hasta llegar aquí… que ya no sé cuál es, ¿Serbia, Macedonia?». Sentada en un tren rumbo a Croacia, la mujer siria admite que, aunque «necesita de todo», no pide mucho. «Me basta con que alguien me acepte con una sonrisa, que me reciba con un ‘bienvenida’, que me pregunte cómo estoy. Porque vengo de una catástrofe».
De eso han tenido poco. «Se sienten abandonados y, sobre todo, piensan que han jugado con ellos. La sensación generalizada es de abuso permanente. ‘Para la gente -en referencia a los traficantes- somos un negocio’, dicen. Ven que les suben los precios, que se han aprovechado de ellos… Venían de una situación de desesperación y les sorprende este trato», explica Laura Hurtado, portavoz de Oxfam Intermón, que viajó junto con el fotoperiodista Pablo Tosco hace algo más de un mes a Serbia para documentar la situación. Recuerda un mensaje repetido en sus conversaciones con los solicitantes de asilo: «No nos tratan como personas, y no teníamos otra opción». «No son críticos, pero sí reconocen que el trato recibido ha sido muy, muy duro», dice el fotógrafo.
«Aquí saben que van a encontrar un lugar seguro y apuestan por llegar. Si tienen que coger 50 autobuses lo harán; si no pueden descansar, continuarán; A lo mejor ni saben muy bien adonde van, pero van a hacerlo. Unos saben adonde ir, otros siguen la inercia del camino de la desesperación», añade Tosco.
A través de los testimonios recabados por la ONG, hacemos un recorrido por la ruta de los refugiados en Serbia. Por las 72 horas con las que cuentan para atravesar el país de forma legal, para poder continuar su camino a pesar de haber registrado sus datos. Esas 72 horas que multiplican la ansiedad que ya acarrean, esas 72 horas que les obligan a caminar más rápido, a no dudar, a casi no descansar para evitar que cualquier imprevisto provoque su permanencia forzada donde solo están de paso.
Cruce de la frontera con Serbia
Llegan a la frontera con Serbia desde Macedonia. Acaban de viajar varias horas en un tren atestado de gente, donde algunos han tenido que compartir un sitio para varias personas, donde otros no tienen asiento. Bajan nerviosos, cansados.
«En la zona fronteriza donde les deja el tren no hay nada. Si llegan de día, siguen su ruta hasta el primer pueblo de Serbia. Pero por la noche no hay luz, y muchas familias deben quedarse a dormir a la intemperie. Los jóvenes suelen seguir», describe Hurtado. Durante el día hay unas furgonetas humanitarias -de la OIM y MSF- que trasladan a mujeres y niños al centro de registro. Por la noche, la gente llega desorientada, y el camino se llena de taxistas que tratan de ganar el máximo dinero posible a costa del cansancio y la falta de información de los recién llegados.
«Hay un montón de taxistas. Los refugiados, al bajar del tren, ven las luces de los taxis a lo lejos. Algunos de ellos hablan árabe, lo que provoca alegría entre los recién llegados, pero el problema son las malas intenciones de algunos. Se sitúan antes de que entren en el circuito establecido y los engañan. Ofrecen cruzar el país por sumas desorbitadas, o trasladarles al centro de registro -que está situado a unos cinco minutos en coche- a cambio de 65 euros por persona», explica la portavoz de Oxfam Intermón.
En esta zona las ONG no pueden trabajar, explica, y la ausencia de la información recibida por los refugiados que bajan del tren les empuja a acabar engañados por aquellos que tratan de sacar provecho. «Los taxistas llegan a amenazar aquellos que les dan información», añade Hurtado.
Engaño tras engaño, Fatheh continúa describiendo por qué es importante una pequeña ayuda, una pequeña indicación. «No he venido aquí como turista, no he venido a pasármelo bien, he venido a sobrevivir. Las palabras, tener buena información, que me aconsejen a dónde ir, ya es mucho para mí». Viaja con cuatro de sus siete hijos, todos menores. Sus otras dos hijas ya están viviendo en Alemania y se quiere reunir con ellas. Su marido se ha quedado a atrás, tuvo que despedir a toda su familia para quedarse en Siria con su madre de 95 años.
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