¿La excelencia era esto? Un buen ejemplo de cómo te engañan cuando hablan de calidad
Pocos conceptos tan importantes en nuestra época como la excelencia. En un contexto en que la competencia es muy intensa, ofrecer servicios o productos de la máxima calidad es un objetivo para muchas empresas e instituciones. En un sector como el educativo, que cada vez más es visto como central en la sociedad del conocimiento, esta intención de alcanzar altas cotas cualitativas ha instigado numerosas políticas públicas y ha reorientado la acción de los centros privados.
Para utilizar los recursos de forma eficiente y lograr que se ofrezca una enseñanza de calidad, la mayoría de los poderes públicos han optado por un nuevo sistema de gestión de sus docentes, que consiste en evaluar el trabajo de sus profesores. En el sector privado ha ocurrido lo mismo, puesto que una buena clasificación en los rankings se ha convertido en una obsesión para universidades y escuelas de negocio, por lo que insisten en que sus docentes se enfoquen hacia aquellas tareas que les permiten subir puestos en ese escalafón.
Una solución fácil
Sin embargo, esta medición del trabajo realizado no es sencilla. Cómo valorar a un profesor, qué aspectos tener en cuenta y cómo ponerlos en cifras son asuntos complejos. La solución por la que se ha optado, otorgar mucha importancia a las publicaciones de los docentes, es en apariencia fácil y poco conflictiva, ya que una producción académica significativa indica no sólo que el enseñante posee los conocimientos suficientes, sino que los actualiza permanentemente.
Pero esto no ocurre sin contrapartidas. En primer lugar, porque esa medición relega una dimensión sustancial en los centros educativos, como es la calidad de las clases que se imparten: un buen investigador puede ser un pésimo docente y a la inversa. En segunda instancia, porque primar la investigación supone también la puesta en marcha de instrumentos de medición que valoren cuáles de ellas son mejores, una operación notablemente compleja. El sistema que se ha ideado para resolverla ha sido también muy sencillo, estableciendo una calificación de las revistas académicas que se consideran con mayor interés, y valorando especialmente los artículos que en ellas aparecen. Esta forma de medición es rechazada con frecuencia por los profesores, (ya que ignora todos aquellos libros, artículos e intervenciones que se salgan de ese marco, aun cuando sus contenidos pueda tener un interés sustancial) pero se amoldan a ella, sabedores de que su trayectoria profesional depende en gran medida de estar presentes en dichas revistas. Las instituciones y los gestores, sin embargo, entienden que se trata de un sistema eficiente porque promueve la rendición de cuentas, fomenta una distribución equitativa de los recursos y garantiza que los académicos continúen produciendo conocimiento. Además, se entiende que la evaluación por pares en la que se apoya este método de gestión asegura una correcta valoración de los artículos.
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