Claudio Naranjo y la pedagogía del amor
Una antigua leyenda judía, recogida por Irvin D. Yalom, narra cómo un día hablaban el Señor y un rabino sobre el cielo y el infierno y el Señor decidió mostrarle ambos. Llegaron al infierno y al principio el rabino no podía entender la escena que sus ojos veían. Había en el centro de una gran sala una mesa llena de los más exquisitos manjares, eran espléndidos para la vista y se adivinaban exquisitos para el paladar. Alrededor de la mesa se veían unas personas con aspecto famélico y desfallecido que llevaban en la mano una larga, larguísima, cuchara con la que podían alcanzar hasta las viandas más alejadas. ¿Por qué, entonces, ese aspecto tan macilento? Fijando su atención aún más, el rabino comprendió el motivo: el tamaño de las cucharas era suficiente para llegar hasta la comida y para cogerla pero era excesivo a la hora de girar el brazo y llevársela a la boca.
Luego condujo al rabino al cielo y éste se llevó una gran sorpresa cuando observó que la escena que allí se vivía era muy parecida a la que había visto en el infierno, pero con una diferencia: aquí las personas que estaban sentadas alrededor de la mesa eran personas saludables, que sonreían mientras degustaban con placer aquellos alimentos tan bien dispuestos. Las cucharas tenían las mismas dimensiones que las que tenían los comensales del infierno, pero aquí había una diferencia: las personas habían aprendido a darse de comer unas a otras.
Pues bien, con este artículo quiero presentar un proyecto de formación del profesorado llamado “SAT para educadores” y lo hago con la esperanza de que dicho programa pueda convertirse en una forma de alimentarnos unos a otros, como en el cuento rabínico. Quiero presentar a quien lo ha concebido, Claudio Naranjo y quiero, en definitiva, explicar por qué a mí me nutrió lo que aprendí con él.
Paul Goodman, uno de los fundadores de la terapia Gestalt, ya en la década de los sesenta, afirmaba premonitoriamente que “es necesario que empecemos a hablar más de la estructura de quien aprende y su aprendizaje y menos acerca de la estructura de la asignatura”. Esto, en cierto modo, es lo que hicieron algunas aportaciones que se produjeron en el terreno de la pedagogía en los siguientes años, pero si bien estas aportaciones contribuyeron a una mayor y más eficaz comprensión de los contenidos impartidos en la escuela y, por tanto, fueron valiosas funcionalmente en su momento, algo sigue fallando y/o algo nuevo se ha añadido a la enseñanza para que se hable tan insistentemente de crisis de la educación, fracaso escolar, aumento de los trastornos mentales entre los docentes, etc. Quizás lo que faltaría añadir es que cuando Goodman hablaba de la “estructura” del alumno, no sólo hacía referencia a la estructura cognitiva del mismo sino también y, sobre todo, al conjunto de su estructura como persona.
Juana Gallardo es profesora de Filosofía y terapeuta Gestalt.
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