«Os voy a enseñar dónde nadie os debe tocar»
«Os voy a enseñar dónde nadie os debe tocar». Antonio Nakhle habla en un tono que mezcla lo didáctico con el instinto de protección, un tono alegre y nada sombrío, un lenguaje para niños. El profesor dibuja en la pizarra los cuerpecitos de un niño y una niña y va poniendo cruces en la boca, a la altura del pecho y los genitales. Nombra todas estas partes del cuerpo y hace a los niños repetir con él, como si de un juego de aprendizaje y memoria se tratara. Un juego muy serio: el de prevenir los abusos sexuales a niños refugiados.
«Esta parte» -dice señalando el pecho- «nadie puede verla y nadie puede fotografiarla«, explica Nakhle. «¿Qué pasa con esta parte?», vuelve a preguntar a los niños. «Que nadie puede verla y nadie puede fotografiarla», repiten. Nakhle y su compañera Jadiya al Qtaish prosiguen el ritual con las otras partes del cuerpo de las cruces en aspa. «Si alguien os da un caramelo para que le enseñéis el cuerpo, ¿qué respondéis?», preguntan a la clase. «¡Nooooo!», gritan al unísono niños y niñas. «¿Quién os puede dar caramelos?», les lanzan. «¡Solo mamá y papá!», exclaman los pequeños.
Son 25 niños y niñas de entre siete y 11 años los que asisten hoy a una clase de prevención de abusos sexuales facilitada por educadores de la ONG libanesa Himaya en un centro social de Zahle. En este edificio gestionado por Unicef con fondos de la Unión Europea (desde 2013, la UE ha contribuido con 114,45 millones de euros al trabajo de UNICEF en el Líbano) se atiende a niños refugiados sirios en situación de vulnerabilidad y también a mujeres víctimas de violencia de género.
Una generación perdida
Traumatizados por la guerra, viviendo en pobres condiciones sin apenas un techo, agua potable, alimentación y educación, muchos niños refugiados han dejado una tragedia en Siria para convertirse en una generación perdida. «Los niños refugiados sirios son víctimas de abusos sexuales, físicos y psicológicos. Detectamos 15 nuevos casos de abusos cada mes sólo en este área de la Bekaa», afirma a EL MUNDO Ramona Khawly, directora de Himaya en la ciudad de Zahle. Esos 15 casos al mes se refieren sólo a la zona aledaña a Zahle y sólo a los contabilizados por Himaya. Son, por tanto, la punta del iceberg.
«No tenemos una estadística nacional completa. Los niños refugiados sirios trabajan en su mayoría en la agricultura, porque sus padres no pueden enviarlos al colegio. Es allí donde se producen muchos abusos sexuales. Los casos de más alto riesgo se dan dentro de las propias familias», continúa Khawly. En 2015, el Ministerio libanés de Asuntos Sociales y Himaya contabilizaron 1.278 casos de abusos infantiles a refugiados sirios en todo el país.
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