Los 22 maestros de Guillén
A los padres les dijeron: «Guillén tiene un tipo de cáncer llamado linfoma de Burkitt».
A la dirección del colegio Minte se le explicó: «Nuestro hijo no va a poder ir a clase este curso».
A los alumnos de 4º de Primaria les contaron: «Vuestro compañero está enfermo».
Y al único que le hablaron claro -a bocajarro, sin medias tintas, de hombre a hombre, mírame a la cara- fue al niño: «A ver, Guillén, tienes un bicho en la tripa, te hemos operado y te hemos quitado el bicho, pero el bicho ha dejado unos huevos por ahí dentro. Tú tranquilo. Con este medicamento te los vamos a quitar».
Un crío de nueve años.
Un bicho en la tripa.
Unos huevos.
Y una medicina como una superarma del Space Invaders contra los malos. Cuando comenzó aquel curso de 2014, Guillén ya llevaba dos sesiones de quimioterapia.
«Oyes linfoma, oyes cáncer, piensas en cuánto te queda estar con él», sentencia Yolanda Obón, la madre.
«Nos explicaron que había un 80% de posibilidades de supervivencia. Mi marido y yo éramos un mar de lágrimas igualmente. Mi marido decía: ‘De esta salimos’. Físicamente el deterioro de Guillén fue en picado. La quimio le llagaba todo el sistema digestivo. No podía ni tragar la saliva».
Lo de menos era que Guillén perdiese aquel curso. Lo de más era que perdiera la vida. Entonces hubo un profesor que dijo que no. Que el niño no iba a perder ni una cosa ni la otra.
«Al principio, cuando lo supieron, sus compañeros se tiraron llorando en el recreo dos o tres semanas», recuerda Javier Mur, a la sazón su tutor. «Todos estaban muy tocados y muy tristes. Ves a niños de nueve años así y buf… Pues bien, pasamos de ese panorama a una situación totalmente ilusionante: íbamos a preparar cosas para que Guillén volviera, sí. Darle la vuelta a aquel mensaje inicial lo cambió todo. Decidimos que todos los niños de la clase iban a ser los profesores de Guillén«.
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