La alumna del poblado que llegó a las «olimpiadas» de la FP
De complexión delgada y baja estatura, cresta verde en mitad del cráneo rapado teñido de leopardo y tela de araña, rasta verdimorada, piercings, perforaciones, y tatuajes. Como una mezcla entre Lisbeth Salander y Tank Girl. Dentro del impoluto uniforme blanco la chica se mueve grácil batiendo emulsiones, aplicando cremas y perfilando esmaltes.
Con sumo cuidado ejecuta el protocolo ensayado para untar la delicada mascarilla facial de alginato en el modelo. Pese a lo difícil de la técnica, conseguirá retirarle la envoltura íntegra, destreza por la que recibe felicitaciones del jurado del campeonato nacional de la Formación Profesional. La tutora, agazapada en una esquina, sigue atenta los movimientos de su discípula. Sujetándose como puede los nervios que le causa el tener prohibido dirigirse a ella durante la prueba. La alumna de la FP básica se bate en duelo con las once mejores estudiantes de Estética del país, todas de grado superior y con más experiencia. Hay tensión en el ambiente. De aquí saldrá la representante de España en las ‘olimpiadas’ de la FP, que este año son en Abu Dabi.
«Corre Tania, corre, que cada segundo es clave para que no se solidifique la mascarilla», murmura para sí la maestra, como queriendo enviar a su alumna el mensaje por telepatía.
Rebobinemos hasta el primer día del curso escolar en el I.E.S Rey Fernando VI, de San Fernando de Henares (Madrid). Una profesora de Estética, Lucrecia Solana, comprueba el nivel de sus nuevas alumnas y una le dejará boquiabierta. «Hizo un maquillaje de ojos ahumados de noche absolutamente perfecto y en las manos, todo tipo de esculturas de uñas». Esa chica, de 19 años, era Tania Granado y ese día regresaba a las aulas, años después de verse obligada a abandonar los estudios para ponerse a trabajar. El presupuesto familiar no alcanzaba ni para el billete del bus al instituto.
Hija de chatarrero y limpiadora, la joven de estética punk y modales suaves, vive con sus padres, su novia, su hermano, su perro ‘Cora’ y varios gatitos en una casa baja del sector 3 de la Cañada Real, un asentamiento ilegal al este de Madrid con mala reputación. Ella le quita hierro a la fama de peligroso de su barrio: «Yo vivo en una zona tranquila. La peor parte está muy lejos, a media hora caminando en línea recta desde mi casa», indica. A sabiendas de que no hay mucha gente que se atreva a entrar al poblado, ella prefiere vivir allí antes que en una de las colmenas abigarradas de pisos que se ven por la ventana del instituto. Aunque en Cañada Real las familias sigan bajo la amenaza de la piqueta municipal, ansiosa por echar abajo las casas ilegales, y en permanente alerta ante nuevas ocupaciones que alteren la paz vecinal.
Leer el resto del artículo en 20 minutos.