Subastas de esclavos a las puertas de Europa
Antes de la guerra —estalló el conflicto al amparo de la Primavera Árabe en el año 2011— Libia era una de las varias rutas migratorias hacia Europa. Las mafias optaban en ocasiones por trasladar a los migrantes a Mauritania y de ahí alcanzar en cayuco las islas Canarias; o atravesar Argelia para llegar a Marruecos y saltar la valla de Melilla; o cruzar Libia e intentar navegar en patera hasta la isla italiana de Lampedusa.
Hoy, Libia se perfila como casi la única ruta: el caos es tal en el país que las mafias y los traficantes de personas campan sin estorbos, al contrario de las vigiladas fronteras del resto de países. Cada pueblo y ciudad en Libia pertenece a una milicia distinta. Y en ese revoltijo tratan de colarse los migrantes para cruzar el mar. Se estima que, a día de hoy, unos 330.000 migrantes están bloqueados en Libia, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
El problema es que esta violenta anarquía tiene reverso: miles de hombres y mujeres están siendo secuestrados, aprovechando la falta de control. Los secuestros, desde hace unos meses, han ido un paso más allá: cada vez son más los esclavos.
El pasado mes de abril la OIM, agencia dependiente de Naciones Unidas, publicó un informe en el que denunciaba que en Libia existen, desde hace meses, mercados de esclavos. Lugares en los que migrantes son vendidos para utilizarlos como mano de obra, como sirvientes o esclavos sexuales.
Giuseppe Loprete, jefe de misión de la OIM en Níger, explica en el despacho de su oficina en Niamey que “los migrantes que vuelven de Libia nos están contando historias terribles. Nos hablan de pujas, de subastas, de compraventa de esclavos”. Un macabro retroceso en el tiempo al otro lado del Mediterráneo. El gueto de Ali, donde fue vendido Abou, es uno de estos mercados.
No se trata de secuestros en los que se solicita un rescate. No se trata de condiciones de explotación. No se trata de poder pagar por tu libertad. Se trata de un tráfico de esclavos en el que vecinos de Libia compran subsaharianos para que trabajen en sus casas, granjas o cultivos sin salario de ningún tipo —más allá de techo y comida— y bajo un régimen de violencia.
La OIM lo ha denunciado y ahora comienzan a aparecer los testimonios de aquellos que han escapado de tal experiencia. La comunidad Internacional, sin embargo, no parece estar haciendo demasiado sobre el terreno para terminar con una pesadilla propia de otro siglo.
Leer el resto del artículo en El País.