Mujer gitana: Censura y racismo en mis propias carnes
Mi historia es una de tantas mujeres gitanas, los datos particulares me llevan a informar que nací un atardecer frío de marzo hace 51 años en un pueblo de Cantabria llamado Torres y que, con mucho orgullo y dignidad, afirmo que soy la octava hija del Vallejo y de la Antonia. Mi nombre es Antonia Jiménez Fernández.
En el año 2009 me saqué el graduado en ESO. Después me preparé para hacer la prueba de acceso a un grado superior e hice Integración Social, actualmente estoy cursando un grado en Educación Social. Lo que me ha movido a tanto esfuerzo académico tiene que ver con la verdadera educación, aquello que somos y que transmitimos. El ejemplo de mi padre, que aprendió a leer y a escribir a la luz de la lumbre de la hoguera ya de mayor, en sus paradas, pues era “andarríos”, preguntándole a los payos las letras de la cartilla Palau. Su amor por superarse a sí mismo, su coraje, su inteligencia y su visión vanguardista son valores con los que crecimos sus once hijos.
La vida en casa estaba muy organizada, las siete chicas éramos entrenadas en el hogar por la madre, bajo la atenta vigilancia y limitaciones del padre, y los cuatro chicos bajo la dirección de mi padre y el empoderamiento, por ser hombres, de mi madre. El machismo estaba muy presente en mi hogar familiar, como “buenos gitanos” y las estrategias femeninas buscando la libertad también.
Algunos se aplican ese dicho “mal de muchos, consuelo de tontos” al minimizar el sufrimiento patriarcal de la mujer gitana, afirmando que es lo mismo que en la sociedad paya, lo cual es un insulto al dolor que sufrimos las mujeres gitanas por las limitaciones descontextualizadas e impuestas por nuestra propia cultura. Algunas niñas y no niñas gitanas promocionadas, se atreven a minimizar el dolor de otras mujeres gitanas como muestra de su poca sororidad y el poco avance en la deconstrucción mental de la estructura patriarcal de mi cultura. Por mucho que se esté formado académicamente, si no se hace un trabajo profundo de revisión personal y cultural, poco se puede avanzar. La mujer gitana aún está en pañales con respecto a los avances de género comparándola con la mujer paya. El sometimiento al padre, al hermano mayor o al marido sigue muy vigente. Sigue sin ser muy bien visto que la mujer se forme (a no ser con vigilancia constante) pues está hecha para casarse y seguir la saga familiar. Se sigue valorando “estar guapa” como punto de reconocimiento y valía personal, por encima de otros valores. Sigue sin ser “bien visto”, que la mujer gitana se exprese en una reunión de hombres y tantas otras limitaciones silenciosas que se ocultan. Me duele la actitud de cobardía y el egoísmo de muchas mujeres nacidas gitanas y otras mujeres que asimilan esta cultura y que, teniendo un espacio público de expresión, lo utilizan sin respetar sus orígenes, la esencia de lo que somos, mercantilizando el dolor con expresiones como “no hay machismo entre los gitanos”.
La propia idea de quién soy como gitana me fue dada en primer lugar por mi familia. Crecí en medio de mucha pobreza material, pero, para nada sintiéndome menos que nadie, mi padre siempre repetía no existe mayor pobreza que la pobreza de espíritu. La dignidad de sentirme persona me hacia valorar lo poco que tenia y celebrar los excedentes como cuando alguna payica nos daba ropa y repartíamos en casa. Sabía que era gitana porque mi madre decía que los gitanos somos hospitalarios, los gitanos somos honraos, los gitanos tenemos palabra…, y la veía censurar las acciones de otra familia gitana extensa que vivía al lado de la nuestra, acciones como que los hombres pegaban a las mujeres y el gitano viejo había abusado sexualmente de sus nietas, pero nadie se metía en nada. La gitana vieja conocida como La Gene, venía a contarle las penas a mi madre y ella siempre decía que era una buena mujer, aunque rara vez pasaba a casa para evitar conflictos entre los hombres. Rara vez un gitano se enfrenta a otro gitano maltratador. La violencia de género está tan poco visibilizada porque está legitimada dentro del hogar y se oculta. Lo de: mujer, solo es una bofetada o ¿cómo vas a dejar a esos hijos sin padre? Ello está muy presente en el imaginario de la cultura gitana; además de que, si la mujer se atreve a dejarle, sabe que se quedará sin los hijos varones. Hoy día sigue siendo una realidad esto, aunque se oculte. Hay que entender que al hombre gitano no le guste perder su poder y las mujeres gitanas no están aún suficientemente empoderadas para reconocerse más allá de la identidad de sus parejas, además de la poca unión que existe entre nosotras y que favorece perpetuar esta realidad. El hombre gitano sigue tomando la palabra aunque se esconda detrás de las faldas de su mujer para que sea ella la que se enfrente a otras, es parte de la estrategia de algunos hombres empoderados socialmente. No hace mucho tuve que soportar en mis oídos la explicación de un gitano viejo y responsable de asociaciones acerca de su mujer que según él, es muy problemática porque aunque él ha tenido varios deslices con otras mujeres, ella no lo entiende y protesta.
Leer el artículo completo en Amari.