«Nadie hace por gusto la ruta de la inmigración y menos la subsahariana»
Claudia Assens es la abogada de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) en Ceuta. Ella como letrada asiste en el CETI a los solicitantes de asilo en el proceso administrativo, es decir, desde que lo solicitan hasta la presentación de documentación y en caso de denegación, recurre ante los tribunales competentes. Esta es su función “oficial” pero la oficiosa va más allá. Assens desempeña su labor en el CETI por lo que su contacto con la inmigración es directo y diario. Como letrada ofrece información a los residentes del centro sobre su situación jurídica, procedimiento de expulsión y demás información de interés para quienes acaban de llegar de un largo y duro viaje.
Asegura que “llegan con mucho desconocimiento. Muchos huyen de sus países esperando encontrarse lo que ven la televisión: grandes casas, grandes coches, un buen nivel de vida, un Estado de Derecho, protección de la policía, calidad de vida… y se encuentran con otra realidad”. Una realidad muy distinta de la imaginada pero también muy distinta de la que dejaron atrás. “A nosotros que hemos nacido bajo un techo, con una buena familia, amigos, seguridad, educación, sanidad… nos es imposible ponernos en el lugar de estas personas”, matiza esta joven abogada que recuerda que en zonas rurales de África cuando muere el padre de una familia, los hermanos de este despojan a los hijos y la viuda de todo cuanto tienen, “incluso llegando a asesinarles para hacerse con todo”. La lista de violaciones de los derechos humanos en el África subsahariano es interminable. En Gambia por ser homosexual te condenan a cadena perpetua. En otros países si eres mujer, con 14 años te casan con un hombre de 60 contra tu voluntad.
En el caso de los asiáticos, sus motivaciones son, sobre todo, económicas. “Sus familias se están muriendo de hambre en La India, en Bangladesh o Sri Lanka, países que tienen un nivel de corrupción tan elevado que hasta cuesta encontrar trabajo”, explica. Assens sabe que detrás de cada residente del CETI hay una historia dramática. “Nadie hace por gusto la ruta de la inmigración, y menos la subsahariana que son entre uno y cuatro años. En este tiempo van cubriendo tramos, trabajando en lo que pueden y ahorrando para emprender una nueva etapa. Es un viaje plagado de tratantes, asaltantes… Lo que no sabemos es los que no llegan”, lamenta.
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