Estudiantes que celebran tener una escuela abierta a la vida
En la Escuela Secundaria Nº 432 Bernardino Rivadavia se respiran aires renovados. En pleno mediodía, el concierto de bocinas de Boulevard Oroño contrasta con la música suave de un piano. En el patio del colegio, que se ve desde la calle, un grupo de chicos juega a la pelota y un jardinero alto y flaco riega las flores del parque. Al ingresar al edificio se desvela el misterio: el que toca el piano es un estudiante que está sentado en el hall principal. Su melodía genera encanto. En ese mismo lugar hay una foto grande que cuelga de la pared, son alumnos que sostienen carteles. A simple vista no se leen muy bien pero al acercarse un poco más, las consignas se hacen visibles. «No soy un color, soy un ser humano. Los prejuicios son los que me ponen color», «Ser jóvenes no nos convierte en irrespetuosos. El prejuicio te envenena el juicio», «Ser boliviano, paraguayo o peruano no es sinónimo de vago. Los prejuicios no te ayudan a pensar».
Los chicos y las chicas que diseñaron los carteles se sienten orgullosos de ser de la Rivadavia. Dicen que en esta escuela se habla de todos los temas, que no hay ninguno que esté prohibido. Dicen que se habla de todo porque lo que pasa en la escuela es lo que pasa en la vida, y por eso celebran que los directivos y los profesores entiendan que su función social es prepararlos a ellos para afrontar justamente eso que les pasa en la vida.
El proyecto educativo del colegio se sostiene en un compromiso con la formación ciudadana y esa premisa incluye que los docentes estén atentos y sensibles al clima que se vive en las aulas. Percibir los conflictos, las necesidades que hay en cada curso y a partir de ahí, trabajar en conjunto desde las distintas materias que se dictan en clase. Desde el año pasado la escuela participa de la experiencia piloto para trabajar con Núcleos Interdisciplinarios de Contenidos (NIC), una modalidad de enseñanza diseñada por el Ministerio de Educación de Santa Fe, que propone desarrollar la currícula a partir de problemáticas propias del contexto escolar. Con estos nuevos modos, los salones se transforman en espacios de debate. Los jóvenes intercambian y desnaturalizan ciertas formas de mirar al mundo, construyen pensamiento y sobretodo aprenden a convivir en la diversidad y a respetar al otro.
El origen de los prejuicios
Micaela Dellacasa tiene 16 y está en segundo año. Cuenta que en su curso marginaban a un compañero por la forma en que se vestía. Dice que si el chico venía dos días seguidos con la misma ropa le decían «sucio» y lo cargaban a través de las redes sociales. Detectar la situación fue clave para que los docentes, desde sus diferentes disciplinas, abordaran el problema de la discriminación. En el salón se habló de las miradas erradas que construyen los prejuicios, hubo debates que duraron horas y al tiempo, nació la intervención de los carteles que repartieron por toda la escuela. «Te das cuenta lo que siente el otro y ahí empezás a pensarlo. Finalmente los chicos que lo molestaban fueron y le pidieron perdón», recuerda Micaela y piensa que estas actividades son importantes porque hacen que entre todos puedan revisarse los comportamientos y actitudes que lastiman a un compañero.
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