El colegio debe preparar a los niños para vivir en un mundo en el que conviven mezclados hombres y mujeres
Aquí mismo, hace cinco años, me preguntaba cómo es posible a educar en la igualdad si comenzamos ya por educar diferenciando sexos. Lo hacía porque fue noticia que el Senado eliminó una enmienda que pedía que tuvieran que “justificar de forma objetiva y razonada y exponer en su proyecto educativo las razones educativas de la elección de dicho sistema, así como la implantación de medidas académicas que desarrollan para favorecer la igualdad”.
Ahora nos encontramos con el Tribunal Constitucional (TC) tiene previsto debatir en unos días una propuesta de resolución que avala que se subvencione con dinero público a los colegios que segregan por sexos, en contra del recurso PSOE contra la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (Lomce).
No doy crédito. No lo doy teniendo en cuenta que estamos clamando por la inclusión de los niños con discapacidad, todos los partidos tienen un discurso (con mayor o menor profundidad) que se asienta en esa necesidad de luchar por una educación inclusiva en ese sentido, algo que no se está produciendo por falta de voluntad política y de medios.
¿Qué beneficio puede haber en la segregación? Una segregación artificial que luego no se va a encontrar en ninguna parte.
Os voy a contar una anécdota. No es mía, es de una amiga. Ella, que tiene mi edad, estudió en un colegio solo de chicas. Un colegio que no tenía COU, por lo que el año previo a la universidad acabó en otro centro en el que solo había chicos, en el que las niñas solo entraban en ese último curso. En una clase de casi cuarenta chavales de diecisiete años que jamás habían compartido aulas con niñas metieron de golpe a media docena de chicas (los ratios de la EGB eran así), que tampoco sabían lo que era tener compañeros masculinos. Un experimento sociológico digno de estudio.
“Si se te caía un boli al suelo y le pedías al compañero del pupitre de al lado que te lo cogiera había dos opciones, que le diera una vergüenza horrible y ni te mirase o que creyera que estabas invitándole a darte un morreo”, contaba mi amiga, que jamás llevaría a sus hijos a colegios segregados.
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