Educación para la patriotería
Defensa vuelve a izar la bandera a media asta en nuestros cuarteles por la muerte de Jesucristo. Tan laico como que el Tribunal Constitucional ampare de golpe y porrazo a la educación segregada del Opus Dei o que la educación concertada de este país aconfesional se base en la infraestructura, la propiedad y los claustros de los colegios religiosos.
Cuando despertamos del sueño de la transición el dinosaurio del nacional-catolicismo seguía ahí. Agazapado como un inquisidor en horas bajas pero que no renunciara a su condición de cruzado contra infieles y ateos. Como el polvo que escondemos debajo de la alfombra, como la asignatura pendiente de la que no estamos dispuestos a examinarnos, como el expediente incómodo e irresoluble que encerramos en un cajón cuya llave hemos arrojado al río de la historia.
Hasta la Oficina del Defensor del Pueblo ha tenido que salir al paso de la cristianización de las fuerzas armadas que, de ser cierto su amparo a todas las creencias, tendrían que bajar también los pabellones durante la Pascua Judía, el ramadán de los musulmanes, los 1650 años de la defunción de Buda o para conmemorar en mayo los 240 años del fallecimiento de Voltaire.
En estas horas, España es el tercio de la legión izando cristos ante la arrobada mirada de los ministros, recién salidos del Consejo donde el Gobierno indulta presos a petición de las cofradías de Semana Santa. Cierto es que a amplias capas de la opinión pública de nuestro país no sólo no les parece todo esto extraño sino que les resultaría inconcebible que fuera de forma distinta. No estamos acostumbrados a que la religión se circunscriba a la intimidad de los corazones o a eventos públicos en los que el Estado tan sólo aporte protección y servicios como a cualquier otra fiesta cívica. La fe en lo sobrenatural y no en los valores democráticos sigue siendo el mayor credo de la oficialidad contemporánea.
En gran medida, se trata del imaginario impuesto durante cuarenta años de democracia por la jerarquía eclesiástica que inmatricula bienes inmuebles a granel o se atrinchera en el espeluznante alcázar de la amnesia colectiva que sigue siendo el Valle de los Caídos, el mayor monumento a la dictadura que hemos sido incapaces de reconvertir en un lugar de memoria democrática.
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