La diversidad intergeneracional también enriquece los ecosistemas educativos
Aulas con niños y niñas de seis años. Parques infantiles. Asociaciones de jubiladas y jubilados. Residencias para las personas mayores. Carreras juveniles. Corales infantiles. Clubes juveniles. Ateneos para personas adultas, etc. Históricamente casi siempre las personas de diferentes edades han convivido en espacios comunes, donde las relaciones sociales y los aprendizajes mutuos fluían de modo natural. Pero con la modernidad parece que todo eso se ha roto y se han ido organizando guetos en función de la edad. Todo se especializa y se encierra en el grupo de iguales. Los guetos pueden ser sociales, lingüísticos y culturales. También generacionales. Las razones del por qué se busca está homogeneidad son comprensibles. Ahora bien, ¿sería conveniente girar el foco y preguntarse no sólo qué se gana con estas agrupaciones sino también qué pierde? Porque la cohesión entre la población de un municipio se establece a partir de diversas variables.
En los albores del municipalismo democrático los déficits eran de tal magnitud que lo primero que hubo que hacer fue dotar el territorio de los servicios públicos básicos. En el campo de la educación, el gran reto era hacer efectivo el derecho de la escolarización para toda la población: desde la escuela infantil hasta la enseñanza secundaria. Los esfuerzos fueron ingentes, pero aún hoy es necesario luchar para lograr la extensión de la educación infantil y para cubrir otras necesidades escolares debido a los flujos inmigratorios y a la movilidad social.
Paralelamente, o en una segunda fase según los casos, los ayuntamientos fueron creando una amplia oferta de servicios, programas, recursos y actividades para conocer, vivir y aprender de la ciudad y del entorno natural, tratando de implicar a todos los agentes educativos y sociales del territorio. De aquí nacieron las ciudades educadoras que siguen conectadas en numerosas ciudades del mundo.
Actualmente, a partir del programa Educació 360 –que se está aplicando en Catalunya–, se ha dado un paso significativo, abriendo nuevas ventanas de oportunidades, articulando lo que se aprende en la escuela con lo que puede aprenderse fuera de ella. Ello supone integrar la educación formal y no formal en un solo proyecto, fortaleciendo los aprendizajes personalizados y empoderando las redes territoriales. De esta manera, el derecho a la escolarización se convierte en el derecho a la educación; y el conjunto de ofertas y experiencias formativas, con frecuencia demasiado aisladas, se van trenzando en un ecosistema educativo.
El éxito de este programa, que se fundamenta en la proximidad, la flexibilidad y la corresponsabilidad, depende en buena medida de tres variables: equidad, diversidad y calidad: en cualquier intervención, así como en su conjunto. En cada ecosistema educativo. Y en este punto podemos volver al principio del texto, retomando el hilo por la apuesta por la diversidad interedades e intergeneracional.
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