Qué es ser racializado
En 1961 John Howard Griffin publicó el libro ‘Black like me’, donde contaba su experiencia viajando durante seis semanas por Luisiana, Mississippi, Alabama y Georgia. Viajar como un señor blanco por los estados sureños de Estados Unidos significaba que tenías preferencia en los asientos de los autobuses, mejor espacio en los lavabos y la opción de comer en los buenos restaurantes. Pero Howard Griffin hizo aquel viaje tras pasar por un tratamiento que oscureció su piel. A ojos de la sociedad pasó a ser un hombre negro, y se le trató como se trataba a los negros en aquella época: con las peores condiciones sociales, económicas y políticas.
Cuento esta historia a raíz de la polémica generada tras la renuncia de Alba González a encabezar la Dirección General de Igualdad de Trato y Diversidad Étnico-Racial. Su sustituta es Rita Bosaho, primera diputada negra en la historia del Congreso. En el centro de todo este debate está un concepto que en los últimos años ha ido ganando presencia hasta ahora ser blandido por unos y otros para justificar o atacar el nombramiento de Bosaho y la renuncia de González: ¿Qué es ser racializado?
De entrada todos somos racializados. Todos formamos parte de alguna categoría racial o étnica por la que el resto nos identifica: blancos, negros, asiáticos, gitanos… Racializado no es la forma políticamente correcta de decir ‘negro’, sino que es una manera desde la que describir la categoría racial. Es una categoría más como pueden ser el género o la sexualidad. Estrictamente una persona racializada es alguien que recibe un trato favorable o discriminatorio en base a la categoría racial que la sociedad le atribuye.
Siendo directos: negros y blancos somos igualmente racializados, pero la diferencia es que a partir de ahí las consecuencias no son las mismas en la sociedad para unos y otros. Miremos el caso del género: hombres y mujeres tenemos las mismas capacidades, pero la clasificación por géneros masculino o femenino aboca a las mujeres a vivir de lleno los asesinatos machistas, la violencia sexual, la brecha salarial, mientras a los hombres nos pone en el otro lado.
Recuerdo cuando una vez, al ir alquilar un piso por teléfono, la señora me atendió muy amablemente hasta que casi cerrando la conversación le dije que me llamaba Mohamed. Su tono cambió y cuando fui a la casa, sin dejarme entrar a verla, me explicó que no quería «a gente como yo». No se refería a mi altura o a mi cabello rizado: sus pensamientos se centraron en todo lo negativo que podía tener meter a una persona negra en su casa. Lo hizo sin mirar mi caso concreto, sino aplicando la brocha gorda de los estereotipos: no me preguntó si era pobre o millonario, ni quiso saber si llevaba 10 años compartiendo piso impecablemente o si era mi primera experiencia. Solo vio el color de piel, y eso le bastó para negarme la oportunidad.
Detrás de este y de infinitos casos más está la racialización, y esta no solo tiene que ver con el color de piel, incluyen factores como el origen migrante, las formas de hablar, los rasgos físicos y así un largo etcétera. Dependiendo del contexto estas categorías varían, dejando unas consecuencias u otras, como cuando algunas revistas estadounidenses etiquetaron a Antonio Banderas como un «actor de color» al identificarle erróneamente como latino. El racismo impacta sobre tu categoría racial, y luego otros factores como el nivel económico juegan un papel u otro. Tyrese Rice fue un jugador de Fútbol Club Barcelona de basket al que una vez los agentes pidieron la documentación por estar cerca de un coche deportivo. Era su deportivo, pero para los agentes era un negro cerca de un coche de alta gama, y parece que eso no podía tenerlo de manera lícita.
Leer el resto del artículo en El Diario.