Aymaras, identidad e historia. La lengua aymara
El Chile que todos conocen es una isla, separada del resto del mundo por un extenso océano, una estéril cordillera y el más árido desierto del mundo, tras el cual se encuentra Arica. Esta es territorio chileno desde hace menos de 100 años por la fuerza de las armas, las gestiones diplomáticas y un eficiente esfuerzo «chilenizador» mediado principalmente a través de la educación y del servicio militar obligatorio, en la forma en que ya describiremos.
Pero más que chilena, Arica es Andina y hemos inventado al «país» circuntitikaka para darle una Patria basada en una estructura geográfica, cultural y étnica que se prolonga por 10.000 años. Pese a esa realidad que aflora con fuerza en cuanto uno trata de informarse un poco, para muchos santiaguinos viviendo en Arica, ésta es Chile y punto, sólo que hay más sangre indígena y que la Capital no nos cuida como lo hace con el resto del país
Escribir para otros es un acto deliberado y en consecuencia el resultado no puede ser neutro pues resultaría uno de esos engendros insípidos que no se leen: debe entonces transmitirse un mensaje enfático. Escribí esta selección de cónicas para tratar de demostrar, resumiendo la historia de Arica y describiendo algunos lugares de ese extenso territorio donde no se vive como «chileno», que somos una singularidad extraordinaria y que ni siquiera la comprende un elevado porcentaje de sus habitantes.
Hay otro argumento para fortalecer el concepto de singularidad: la «Raza». Si en el Chile central y sureño los indígenas fueron casi aniquilados por las guerras, la hambruna causada por la destrucción sistemática de sus cultivos (generando períodos de marcado canibalismo entre los araucanos) y las epidemias, en el Mundo Andino, aunque la mortandad nativa fue horrorosa, los autóctonos tuvieron mejor suerte y nuestro pasado peruano nos aportó mayores genes africanos y asiáticos que a los chilenos.
No es fácil ser ariqueño culto: hay que comprender a nuestra raza, hoy basada en la etnia Aymara, una de las más complejas de la aventura cultural de la humanidad. Los aymaras no son «ariqueños» propiamente tales, pues sólo adquieren protagonismo tras el colapso del Tiwanaku hace menos de 1.000 años, cuando en nuestro territorio ya estaba consolidada la etnia «yunga» (habitantes de los territorios bajos al oriente y occidente del altiplano) de la Cultura Arica (Período Intermedio Tardío), descendiente de Las Maytas del Período Intermedio Medio, habitantes del Colesuyu. Los aymaras deben haber influido fuertemente en su desaparición, aunque me dicen que hay por lo menos un personaje conspicuo en el ámbito arqueológico que cree que es de origen yunga.
La complejidad y capacidad de adaptación de los aymaras los hace sumamente interesantes. Con ellos, la «raza» ariqueña inicia una mayor complejidad étnica, agregándose además aportes incaicos, caucásicos y africanos. El resultado final es el indígena ariqueño actual, portador de una riqueza histórica, valórica y cultural que Chile no puede seguir ignorando.
Supongo que todos pueden hacer una diferencia entre quechuas y aymaras. Los primeros son los indígenas peruanos, del ámbito de los incas, aunque el mito establezca que éstos provienen del altiplano circuntitikaka. Cuesta tanto definir a los quechuas como a los yungas «ariqueños» y a los aymaras. Pero lo que ha sido muy negativo para Arica es que a los chilenos les cuesta comprender aún lo más básico del Mundo Andino…
La lengua Aymara
Tanto las palabras quechua y aymara para designar a las respectivas etnias son producto de la confusión que complicó a los españoles cuando trataron de comprender a este mundo tan peculiar que estaban destruyendo. Los antecesores de los actuales aymaras nunca supieron que se llamaban así. Los incas los llamaban collas, hasta que en 1559 Polo de Ondegardo los denominó «aymaras» a partir de la información lingüística obtenida en el Collao de una pequeña colonia de mitimaes «quechuas», pero que habían incorporado el lenguaje local y que se denominaban aymaras y provenían de los alrededores de Cuzco. Así se llamó «en español» al idioma cuyo real nombre era jaqi aru (significando humanidad y lengua respectivamente) y después le aplicaron ese nombre a quienes hablaban ese idioma, quienes se llamaban a sí mismos jaqi. Algo similar ocurrió con el quechua, cuyo nombre real es runasimi y significa algo parecido.
Tratando de clasificar los lenguajes de América, Greenberg define una familia idiomática «andino-ecuatoriana». En una de sus sub-familias agrupa al quechua y al aymara, separándolos del uru-chipaya. La relación que existe entre ambos es difícil de delimitar. Los incas, exponentes del quechua a la llegada de los españoles, provenían de los pukinas del Tiwanaku y probablemente llegaron al Cuzco hablando esa lengua entre los de la clase gobernante. Pero la lengua corriente en el Tiwanaku (y podría ser que también en el Imperio Wari) era un jaqi primitivo (proto-jaqi) y probablemente éste fue el lenguaje del ciudadano común incaico durante algún tiempo. Sin embargo, los incas fueron fuertemente influenciados por los Chinchay de la costa (Pachakamaq), quienes hablaban el idioma que hoy se denomina quechua y podría ser que esto difundió el quechua hasta el punto de desplazar al proto-jaqi y no tardaría mucho en perderse el idioma especial de la clase privilegiada (¿pukina?). Es decir, en algún momento el estado incaico era trilingüe y la masa laboral, más o menos bilingüe. Allí se habrían generado las numerosas coincidencias superficiales entre el aymara (descendiente del proto-jaqi) y el quechua, aunque difieren en la profundidad de la estructura gramatical.
Las lenguas andino-ecuatorianas carecían de escritura bajada en grafemas, por lo que su «traducción» al alfabeto latino es bastante caótica. Aunque hay estándares definidos para el aymara, en diversos textos de expertos en materias no lingüísticas aparecen diferentes ortografías, usando, por ejemplo, la «c» en vez de la «k», la «q», la «qh» o la «ch», las que representan convenciones referentes a la pronunciación original. Para facilitar la lectura escribo araj en vez de arax porque así figura en textos de antropólogos eruditos pero no lingüistas. También acepto castellanizar el plural con una s final, la cual no existe en el idioma quechua ni en el aymara (en el primero la pluralidad se consigue con el sufijo kuna, y en segundo con el sufijo naka, como en patanaka). En cambio, me resisto a escribir lo masculino como «urco» como lo hacen algunos sabios y me limito al urqu, porque el aymara tiene sólo tres vocales: «a», «i», «u». No existe, curiosamente, un fonema para la «e» ni la «o». Además he omitido los acentos para los vocablos indígenas. Nótese que en aymara se acentúa vocalmente la penúltima sílaba: por eso es que no escribo aymará, pukará ni Chungará, sino aymara, pukara y Chungara.
Para facilitar la lectura, separaremos a veces los componentes de una palabra que en aymara puede ser muy compleja. Escribiremos, por ejemplo, araj pacha en vez de araxpacha y uma suyu en vez de umasuyu para enfatizar el concepto pacha y suyu, pero en aymara las palabras forman frases enteras. Por último, muchas veces escribo algunas palabras quechuas y aymaras «con faltas de ortografía», como «inca» en vez de «inka», «apacheta» en vez de «apachita», «Viracocha» en vez de «Wiraqucha», «quechua» en vez de «qishwa» o «qhishwa» y otros ejemplos más complejos, para no complicar el texto. Hay, de facto, tantas manera de escribir las palabras indígenas, que el lector puede confundirse. Lo que escribo como «Tiwanaku» aparece en mucho textos doctos como «Tiahuanaco». Los lingüistas dicen que debería escribirse como «Tiyawanaku», pero he preferido quitarle la «ya» porque hay evidencias de que los habitantes del lugar ya no la pronunciaban cuando llegaron los españoles. Suma y sigue, porque el asunto se complica aún más con los dialectos y variaciones regionales. «Gracias» es «yuspajara» en algunas partes, pero «yuspajarpa» en nuestra sierra.
El único diccionario del aymara ariqueño que existe, no exento de controversias «ortográficas», es el «Diccionario Práctico Bilingüe» de Manuel Mamani Mamani (Emelnor Norprint, Antofagasta, 2002). Allí se encuentra una breve descripción de las variaciones del idioma que existen aún en el reducido ámbito del norte de Chile. En general, utilizo la ortografía que allí se sugiere.
La frase aymara más célebre es aruskipasipxañakasakipuniraskispawa, la cual, según un lingüista, contiene 14 sufijos para decir «yo sé que es deseable y obligación de todos, incluyéndolos a Uds., que nos comuniquemos» o en buen castellano, «conviene dialogar».
Dicen que es fácil aprender aymara, pero hay que dejar de pensar como caucásico parlante de un lenguaje de raíces indo-germanas. Por ejemplo, «tawaqu» es jovencita, «naka» es sufijo que implica pluralidad, «ni» sufijo que implica posesión y que puede perder la «i», «suma» es hermosa, «panqara» es flor, y «pa» es sufijo que implica cualidad: «las hermosas flores de las lolas» se diría (supongo) tawaqunakan suma panqaranakapa, aunque el segundo naka no se usaba antes y los viejos dirían tawaqunakan suma panqarapa o tawaqun suma panqaranakapa. Seguro que me equivoqué en más de algo, pero supongo que sirve para dar una idea de lo que es el aymara.
Felipe Guamán (o Huamán) Poma de Ayala (Waman Puma en quechua) escribe «auca» cuando hoy la convención sugiere awqa (guerra, conflicto, enemigo). A todo esto, agréguese las variaciones regionales del aymara, la introducción de términos quechuas durante la dominación incaica y la aplicación indebida de términos quechuas para designar conceptos que también eran propios de los jaqi y que tenían su propia nomenclatura en su aru. Aclaro, con pena, que no hablo aymara (nayax aymara parltkiti), pero eso es corregible. Hay que empezar por tratar de comprender a la etnia que la utiliza. Dialoguemos pues con nuestros compatriotas…
Fuente: Infoarica.cl