Migración y adolescencia
Los procesos migratorios, la llegada a nuestro país de personas con escasos recursos económicos y, aparentemente, algunas diferencias culturales destacables, tienen aspectos, componentes diferenciales a tener en cuenta, derivados de la edad, de la etapa vital en la que se sitúan. De una manera especial por sus tensiones y contradicciones, ocurre eso con los chicos y chicas adolescentes.
Asistimos a la llegada, (por efecto de las políticas de reagrupamiento o por la necesidad legal de estar en el país antes de la mayoría de edad para tener algún derecho), de chicos y chicas preadolescentes y adolescentes, sin ningún dominio de los idiomas hablados en España, poco escolarizados o escolarizados en otros sistemas y lenguas.
Por otro lado, el mantenimiento de los y las adolescentes inmigrantes en el sistema escolar hasta los 16 años provoca contradicciones en la familia y en la escuela.
Viven fuertes tensiones por desculturización y crisis en la construcción de su identidad, así como por contradicciones entre la cultura familiar de origen y las formas culturales adolescentes actuales. La escolarización ha ido generando segundas generaciones muy europeizadas cuando llegan a la adolescencia. La socialización entre iguales y la presión de grupo propia de los adolescentes también les afecta a ellos y aparecen conductas disociales por asociación con los adolescentes con dificultades sociales del barrio.Al final de esa adolescencia, los procesos de emancipación, chocan con la eterna dificultad para acceder al mercado laboral.
No se trata, sin embargo, de un único colectivo uniforme. Junto a sus diferencias como personas o grupos sociales, han de considerarse tres situaciones diferentes. Por un lado, están los chicos y chicas que nacieron aquí, han madurado, crecido, han sido más o menos escolarizados, y ahora han llegado a la adolescencia. Son chicos y chicas que en diferentes momentos de su infancia han visto alterado su entorno familiar por un proceso migratorio y llevan algunos años entre nosotros. Son todavía pocos pero representan un futuro muy próximo. Comienzan a formar eso que llamamos segundas generaciones.
Son el producto de nuestra escolarización, de nuestros procesos de integración o rechazo que ahora se nos manifiestan con música, o ruido, adolescente.
En segundo lugar, están los chicos y chicas que aterrizan en nuestros barrios, en las edades en las que en Europa hablamos de adolescencia. Para ellos y ellas, supone asumir en esa edad todos los cambios, las crisis y las obligaciones de adaptación del proceso migratorio y las de ser adolescente. Especialmente les afectará comprobar que los personajes de su edad no parecen ser iguales a ellos, se dedican a ser adolescentes, algo que no era habitual en sus lugares de origen, algo no previsto por sus propias familias. No sólo aterrizan en un entorno desconocido y con escasas herramientas para un arraigo rápido, también han de descubrir y asumir formas de ser extrañas, hasta ahora, en su entorno.
El tercer grupo lo conforman los chicos (pocas veces son chicas, aunque depende de los países y culturas de origen) que realizan la aventura migratoria solos, que sin tener todavía 18 años, ni familiares conocidos que se encarguen de ellos, aparecen en las calles de nuestras ciudades. En ellos se pueden dar todos los componentes de los anteriores, pero mediatizados profundamente por la acción individual de emigrar, por los acontecimientos de su itinerario, por las experiencias de supervivencia pasadas, por el tipo de separación o de ruptura con sus familias. A las contradicciones y choques con una realidad adolescente y joven, que por un lado les es negada y por otro impuesta, se suma su «soledad», por lo menos legal.
Estos chicos y chicas, aspirantes a ciudadanos por partida doble, más que plantear problemas nuevos, agudizan, colman el vaso de otras muchas dificultades y contradicciones que nuestra sociedad tiene para atender de manera adecuada a sus adolescentes. Destacan de una manera especial, las de la escuela secundaria, las del acceso inicial al mundo del trabajo y las del desamparo que se produce por no tener edad para decidir, por no ser otra cosa para nosotros que menores de edad. Son personajes a los que concedemos todos los derechos como niños o niñas y ninguno como adultos. La inadecuación de nuestra legislación protectora y las graves lagunas de nuestras políticas de infancia conducen al internamiento como respuesta básica o a su consideración genérica como nuevos delincuentes juveniles de calle.
Globalmente, los chicos y chicas púberes afectados por procesos migratorios se ven sometidos a múltiples tensiones. Por un lado han de encontrar sentido a si mismos en esa situación de adolescencia sobrevenida, impuesta. Por otro, han de resolver los conflictos de fidelidad entre lo que les rodeaba hasta ahora y lo que han descubierto, entre el mundo de sus mayores y el mundo moderno, entre lo que les gustaría ser y lo que les parece que están obligados a ser, entre lo que habían soñado encontrar y lo que realmente tienen a su alcance.
*Profesor de Psicología Social de la Universidad Ramon Llull
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