Replantear la educación
A finales de febrero, Carlos Vargas, sociólogo por la UAM de México y miembro del Grupo de Expertos de Alto Nivel de la UNESCO, presentaba el Informe de esta organización mundial “Replantear la educación” a determinados miembros de la comunidad educativa, a partir de una invitación del Departamento de Educación del Gobierno Vasco. Como queda de manifiesto en las primeras líneas del documento, el objeto no es otro que responder a preguntas como la educación que necesitamos para el siglo XXI, la finalidad de la misma, en un contexto de transformación social como el actual o la forma de organizar el aprendizaje. Vamos, preguntas universales en búsqueda de respuestas actualizadas.
El diccionario de la RAE establece para el verbo replantear dos acepciones y ambas resultan válidas para ser utilizadas en el título de este documento de la UNESCO. En primer lugar, entiende que usaremos este término cuando deseemos volver a plantear un problema o asunto. Así, de forma nítida, el prólogo del informe relata que en estos tiempos turbulentos en que estamos inmersos, el rejuvenecimiento y las aspiraciones del mundo a una conquista mayor de derechos y dignidad humanos conviven desgraciadamente con la intolerancia, los conflictos, las desigualdades y los nuevos centros de poder. Es, por tanto, necesario que cuando deseemos hablar de educación, analicemos los problemas que a ésta se le plantean para darla una nueva orientación, reajustarla a los parámetros que hayan podido desajustarse con el paso del tiempo y las nuevas amenazas sobre las que trabajar. Porque como se afirma en el texto, la educación debe servir para aprender a vivir en un planeta bajo presión, adquiriendo las competencias básicas sobre la base del respeto y la igual dignidad, “(…) contribuyendo a forjar las dimensiones sociales, económicas y medioambientales del desarrollo sostenible.”
Hay además una segunda acepción en opinión de la RAE para explicar el verbo replantear: trazar sobre el terreno, a escala natural, las líneas que marcan los cimientos de un edificio. Y aunque pueda parecer que desarrolla una explicación más técnica, más apegada a interpretaciones constructivas, que estamos hablando de obras públicas, se tratan, en realidad, de conceptos con los que la palabra educación sintoniza plenamente: línea, cimientos y edificio.
Nadie en este mundo nuestro educativo se atreve a trabajar en cualquier etapa educativa (Infantil, Obligatoria, Formación Profesional, Universidad), especialidad (general, enseñanzas artísticas, musicales o deportivas, idiomas), o régimen (ordinario, educación especial, adultos,…) careciendo de líneas de actuación, actuando sin patrón, a expensas de la genialidad de turno que inspire actuaciones concretas. La pedagogía lleva lustros enseñándonos que necesitamos estrategias específicas para implementar cualquier acción educativa.
Cuando hablamos de cimientos, en educación estamos apelando a la base sobre la que elevamos la personalidad del educando. Introducir valores como la solidaridad intergrupal (“La diversidad cultural es la mayor fuente de creatividad y riqueza de la humanidad. Entraña maneras distintas de ver el mundo”)[1], el respeto humano y medioambiental, la crítica (si queremos ciudadanos/as independientes) o la equidad (si deseamos que se muevan por principio de justicia) es la argamasa necesaria sobre la que instalar las competencias que ayudarán al alumnado a adquirir sus destrezas y habilidades futuras.
Leer el artículo completo de Pablo García de Vicuña en El Diario.