No arden las redes, arden los privilegios
Un día antes de mi cumpleaños, el 12 de julio de 2016, un grupo de personas consideró que simular mi subasta era el mejor pasatiempo en Twitter, algo así como buena idea. Unos meses después, en septiembre, no fueron simulaciones, sino amenazas de muerte. Ambos casos estaban unidos por el odio hacia mi color de piel.
Cuando constantemente recibes mensajes de odio en las redes tienes dos opciones que desaparecen cuando suceden en la ‘vida real’: te los crees o piensas que son trolls que no pasarán de los 280 caracteres. Es tu decisión personal acudir a una comisaría o seguir tu vida con un ojo pendiente a si alguien materializa lo que un día tuiteó.
Lo peor de esto es que no son casos aislados. Feministas, periodistas críticos, antirracistas o activistas por los derechos LGTBI han tenido su ración de odio cuando han mostrado sus opiniones y argumentos para cambiar una sociedad menos avanzada de lo que el año en que vivimos parecería indicar. En el caso de las antirracismo ya han pasado por ello Desirée, Miriam o Héctor, pusieran mensajes contra el racismo o no, pero con el punto en común de ser personas racializadas o migrantes y desafiar, ya sea con su mera existencia o sus ideas, al poder.
Un estudio realizado por el periódico británico The Guardian puso datos a lo que es un hecho evidente: negras o asiáticas, mujeres o homosexuales eran los que más odio recibían en los comentarios de sus artículos. Los resultados fueron claros: entre los diez sobre los que más odio se descargaba ocho eran mujeres (cuatro blancas y cuatro que no lo eran) y dos hombres negros. Del total femenino, dos eran lesbianas y del masculino uno era gay.
Dentro del odio que se desprende en redes como Twitter, donde debería ser unánime el rechazo a los ataques que se producen contra prácticamente todo el mundo, cabe destacar los colectivos históricamente discriminados en nuestra sociedad no se libran de ningún modo de recibir ese odio. Ser negro, mujer o lesbiana (imagínense ya todas juntas) te expone al ataque y al insulto desde el minuto cero. Se compartan opiniones políticas o no, un matiz muy interesante. Recuerdo cuando una vez critiqué que se defendiera una calle para el franquista Millán Astray y la gran mayoría de respuestas no fueron para mostrar una opinión discordante, sino para atacarme por mi color de piel, desacreditar mi opinión en base a ello y mandarme a mi país (¿?).
Leer el artículo de Moha Gerehou completo en El Diario.