Mejorar la relación entre los centros escolares y las familias del alumnado
Propuesta 43 del Libro blanco de educación intercultural. Documento en el que han colaborado más de cincuenta personas expertas, editado por FETE-UGT.
Mientras las leyes y las orientaciones oficiales otorgan un lugar preeminente a la participación de las familias en la educación escolar de sus hijas e hijos, la realidad es de descontento, de indiferencia o de desafección desde todos los ángulos.
Por parte del profesorado de los centros se acusa a las familias de no acudir cuando se las convoca, de interesarse más bien poco por lo que ocurre en los centros, por el trabajo del profesorado y por el desempeño del alumnado. Por parte de las familias el centro escolar aparece como un mundo infranqueable y hermético, del que se desconoce casi todo, con un acceso escaso a la información, de forma que la guía principal es el recuerdo de la propia historia escolar.
Por supuesto que no es así en todos los casos y que hay diferencias sustanciales entre centros públicos y privados, entre centros de Educación Infantil, Primaria y Secundaria, y en el interior de cada una de estas categorías, pero la percepción y la realidad es que estamos ante una relación manifiestamente mejorable desde todos los puntos de vista.
MEDIDAS DESEABLES PARA LLEVAR A CABO LA PROPUESTA
• En los procesos de preinscripción y matrícula prima lo burocrático por encima de lo institucional y lo que debería ser un auténtico proceso de acogida. Cuando una familia elige un centro para su hijo o hija, de alguna forma suscribe un contrato que se pretende duradero con una institución con la que va a compartir algo muy valioso para ella: el crecimiento y el desarrollo integral de la persona de su hijo o hija, de forma que el centro escolar se va a convertir en un segundo hogar y el profesorado va asumir funciones de acompañamiento, autorización, orientación y control semejantes en muchos aspectos a la tarea de los padres.
• Las familias eligen un centro escolar, no un determinado profesor o profesora, por lo que es imprescindible dar a este encuentro un sentido institucional que en la mayor parte de los casos no se da. Las familias deben mantener una entrevista con la dirección del centro; deben conocer de primera mano las características físicas de este entorno en el que va a desarrollarse durante bastantes años y horas la vida de sus hijos; es importante conocer el proyecto educativo del centro, no sólo a nivel formal (los principios por los que se guía y los grandes objetivos que se plantea), sino también las formas concretas que se han previsto para llevarlo a cabo, responder y dar cuenta de ello; y deben poder iniciar una relación de confianza con una institución que aprecian.
• Las relaciones entre el tutor o tutora de los hijos o hijas respectivos debe ir bastante más allá de las insulsas reuniones de comienzo de curso, en muchos casos estrictamente formales, anodinas y repetitivas, donde se ha creado la rutina de que los padres y las madres escuchan, piden aclaraciones, pero de ningún modo pueden verter críticas o preguntar por la justificación pedagógica de determinadas decisiones tomadas por los centros, o proponer iniciativas de participación familiar más interesantes y atractivas. Y más allá también de las entrevistas, que se producen sólo cuando se dan situaciones conflictivas o el rendimiento de los hijos no es el esperado.
Estas entrevistas no sólo deben ser a petición de las familias, también el profesorado tutor debería establecer una corriente continua a lo largo del curso de comunicación e intercambio, con el objetivo de conocer mejor a sus alumnos y alumnas y comprender más afinadamente sus conductas, al mismo tiempo que se puede orientar a las familias para mejorar el estado de las cosas. Lo cierto es que la participación de los padres y las madres depende de la información de que disponen, escasa e insuficiente, pero esta información está mayoritariamente en manos del profesorado y de la institución, que debería esforzarse más en dar explicaciones y en someter a la consideración y a la crítica de la comunidad escolar algunas de las alternativas tomadas o de los caminos emprendidos.
También cabría añadir que la comunicación con las familias debe buscar nuevas fórmulas y espacios, algunas más informales, donde la relación pueda fluir con más naturalidad y eficacia.
• Ahí hay otro tema importante: la fluidez de la información. En la era de la información y la comunicación, sería deseable e incluso obligatorio que todos los centros escolares dispusieran de una página web y que tuvieran también los recursos y dispusieran de los medios para tenerla viva y actualizada (no debería ser una carga más para la dirección o para el profesorado). Allí deberían estar los documentos institucionales, todos; allí debería estar el programa previsto a desarrollar a lo largo del curso y para las distintas áreas; allí debería haber un acceso fácil a la dirección y al profesorado; allí deberían colgarse escenas de la vida cotidiana y realizaciones significativas de los grupos de alumnos y alumnas y algunas de sus producciones.
• También son mejorables los traspasos de información en los momentos en que los centros dan cuenta de la evaluación, de las calificaciones y de los resultados del trabajo del alumnado.
Hay un acuerdo bastante generalizado en considerar que las puntuaciones numéricas o las clásicas de insuficiente, suficiente, bien, notable y excelente proporcionan una información rápida sobre el estado de la cuestión, pero no proporcionan ninguna explicación de su significado, aplicado a las distintas competencias y saberes incluidos y trabajados dentro de cada materia, ni sugieren cuáles pueden ser las causas de dichos resultados, ni los caminos para mejorarlos si es el caso. Los informes de evaluación, tan denostados sobre todo por parte del profesorado, no sólo daban muchísima más información, sino que además era información de más calidad y que daba pie a mantener un diálogo fructífero con las respectivas familias.
Una parte del profesorado los denostaba porque hacerlos bien hechos supone una carga de trabajo importante, pero se trata del trabajo de un o una profesional con autonomía y responsabilidad que emite un juicio argumentado sobre el progreso y la situación de cada una y cada uno de sus alumnos, tal vez el momento en que se pone más en juego la profesionalidad y el saber hacer del profesorado.
• Finalmente, tampoco la participación en y de las asociaciones de padres y madres es boyante. Unas veces porque son vistas como la oposición organizada a los equipos directivos, otras porque representan el largo brazo de la misma dirección…
Lo cierto es que su vida suele ser lánguida, sus competencias irrelevantes, más allá de las aportaciones económicas que puedan hacer a los propios centros, siempre escasos de dinero o de la representación corporativa que ostentan.
Los consejos escolares de centro, si la dirección de los centros no hace un esfuerzo ingente de traspaso de información, de explicación de las decisiones tomadas y de someter a criterio público tanto la programación anual como la memoria anual, que debería ser un auténtico ejercicio de autoevaluación y de propuestas de mejora, son organismos que rayan la inutilidad.
• Por todo lo cual, se hace necesaria una auténtica política y una verdadera estrategia para fomentar una auténtica participación de las familias en la vida escolar y para estimular unas relaciones vivas, enriquecedoras para todos y todas y efectivas.