La lengua que deja Joan Solà
En 1972, cuando Joan Solà publicó el primer volumen de sus Estudis de sintaxi catalana, el catalán ya no era la lengua hegemónica de Cataluña. El primer censo lingüístico mostró que en la provincia de Barcelona -donde vivían 4,4 de los 5,6 millones de catalanes de entonces- menos de la mitad tenían el catalán como lengua familiar habitual. Desde el punto de vista legal, en 1972 el catalán seguía sin reconocimiento: aún faltaban tres años para que un decreto franquista permitiera su uso oral en las corporaciones municipales y seis para que (una vez desaparecido Franco) la lengua regresara a la escuela como asignatura. En este contexto, los estudios de Filología Catalana empezaban a salir de una etapa más bien resistencial, en la que las genialidades de un Coromines o el buen oficio de Badia i Margarit no podían ocultar la ausencia de una verdadera infraestructura científica y universitaria al servicio de la lengua.
La salvación del catalán se situará en un plurilingüismo ordenado y en una Cataluña que no dejará de ser diversa
En 2002, cuando apareció la Gramàtica del català contemporani, la situación legal del catalán era muy diferente. El catalán no solo se había convertido en lengua oficial junto con el castellano, sino que era la lengua de uso normal tanto en las corporaciones municipales como en las instituciones autonómicas y en el sistema educativo. Los estudios de Filología Catalana estaban bien implantados en las universidades, donde habían surgido potentes equipos de investigadores. El Institut d’Estudis Catalans se había renovado (entre otras cosas, había levantado el veto a Solà) e instituciones tan estratégicas como el Termcat funcionaban a pleno rendimiento. Desde el punto de vista sociolingüístico, en cambio, la situación no era mucho mejor: solo faltaba un año para que la primera Enquesta d’Usos Lingüístics pusiera de relieve que en Cataluña solo el 40% de la población tenía el catalán como lengua primera, un porcentaje que en la posterior encuesta de 2008 cayó al 32%.
¿Cuál es, pues, el catalán que deja Joan Solà? Desde el punto de vista filológico, una lengua tan bien descrita y estudiada como lo pueden ser el castellano o el francés, en muy buena medida gracias a su esfuerzo personal. Desde el punto de vista legal, una lengua oficial consolidada en los ámbitos local y autonómico, a pesar de ciertas embestidas coyunturales como la que afecta ahora al reglamento lingüístico del Ayuntamiento de Barcelona, un déjà vu de lo que sucedió hace 10 años con el reglamento lingüístico de la Universidad Rovira i Virgili. Desde el punto de vista sociolingüístico, finalmente, Solà deja una lengua cada vez más alejada de su antigua hegemonía pero que todavía ejerce un notable poder de atracción, que se traduce en un diferencial entre las personas que tienen el catalán como lengua primera (32% en 2008) y las que lo consideran su lengua habitual (36%), así como en un ligero crecimiento del catalán en la transmisión intergeneracional.
A pesar de estos signos positivos, Solà era fundamentalmente pesimista. Y su pesimismo fundamental le conducía a pensar en una solución drástica. En 1990 Solà ya decía en el Diari de Barcelona que la primera cosa que había que hacer en pro de la lengua era «a aspirar de debò a tenir més poder: a ser sobirans de nosaltres mateixos». En 2010, ese soberanismo ambiguo se había radicalizado y para Solà la independencia de Cataluña se había convertido en una condición sine qua non para la salvación del catalán. Pero más que este aserto, que la política comparada puede desmentir, lo más destacable de la última visión solaniana es su adscripción a un romanticismo lingüístico caduco. Decir que la lengua catalana y el pueblo de Cataluña son la misma cosa podía tener una base sociológica en 1910, pero ahora, cuando poco más de un tercio de la población catalana es catalanohablante habitual, no parece muy fundamentado. Si para Solà la salvación del catalán estaba en un horizonte de monolingüismo social recuperable gracias a la independencia política, la realidad parece indicar que la salvación del catalán se situará más bien en el marco de un plurilingüismo ordenado y dentro de una Cataluña que no dejará de ser como es (es decir, diversa) sea cual sea su estatus político futuro.
Fuente: El País