“En el aula no usamos la lengua sino que reflexionamos sobre ella como si fuera un cadáver que se disecciona”
Amparo Tusón espera en una esquina de la cafetería de la librería La Cental, en Barcelona donde, acompañada de una taza de té, repasa la conferencia que dará en la Escuela de Verano de Rosa Sensat. “Siempre llego antes a lo sitios y aprovecho para leer”, afirma, dibujando una sonrisa que la acompaña durante toda la entrevista. No hay mejor espacio que una librería para quedar con una antropóloga lingüística y filóloga. Amparo Tusón se ha pasado la vida en las aulas, como alumna o como profesora de la UAB, especializada en los procesos de aprendizaje de la lengua española y en la formación permanente del profesorado.
“Entré por primera vez en un aula a los seis años y ahora, con 68 que tengo, continúo. Y mira cómo sonrío cuando hablo de educación! Me lo he pasado tan bien y he aprendido tanto!”. Precisamente, Tusón es una firme defensora de las relaciones horizontales entre maestros y alumnos para establecer un aprendizaje bidireccional. Hablamos del papel de la comunicación y el lenguaje en el aula, del poder de las palabras y de las revoluciones sociales que, como el feminismo, van acompañadas de un cambio en los conceptos.
Tienes un artículo titulado «Iguales en lengua, pero desiguales en el uso». La lengua, tal como se enseña en las escuelas, ¿nos acerca o nos distancia?
Toda la vida se ha puesto el acento de la educación lingüística en la cuestión gramatical. La gramática no es más que aquello que nos enseña que hemos de decir “la mesa” y no “el mesa”. Y para hacer esto no hace falta saber que ahí hay una concordancia entre el artículo y el nombre. Los niños y las niñas ya lo saben, sin que nadie les enseñe los conceptos; en el aula olvidamos usar la lengua y en lugar de eso reflexionamos sobre ella, como si fuera un cadáver que se disecciona.
De lo que se trata es de trabajar la competencia comunicativa, ayudar a que las criaturas se expresen mejor en cualquier situación, que puedan entender lo que se les dice y que puedan leer cualquier texto. Todo esto, sin embargo, siempre desde una perspectiva crítica. Hemos de enseñarles a no dejarse engañar, porque las palabras tienen una fuerza importantísima. Por sí mismas no son ni buenas ni malas, pero hay que aprender desde bien pequeños que con una palabra podemos enamorar, engañar, crear solidaridad o abominación. La educación lingüística, si es de verdad, es crítica.
Y así se aprende como se aprenden todas las cosas: practicando. A hablar se aprende hablando y escuchando. Poner el acento en la parte inmanente, cuando se es mayor puede ser bonito, pero de pequeño le quita la magia al lenguaje y hace que se pierda la ilusión por usarlo.
Leer el artículo completo en El Diario de la Educación.