¿Qué educación intercultural para nuestra escuela?
I. Introducción
Nuestra sociedad es, por muchas causas, cada vez más multicultural. Una de estas causas, quizá la más llamativa actualmente, es la inmigración de personas de países extracomunitarios. En la última década, en efecto, España ha dejado de ser un país de fuerte «emigración» para convertirse en un país de notoria «inmigración». En esta línea interesa tener en cuenta que, según un estudio de la ONU (del 21 de marzo de este año), Europa necesitará -a medio plazo, dentro de 50 años, si no hay grandes cambios- casi 700 millones de trabajadores inmigrantes para sostener su competitiva economía y el sistema de seguridad social al aumentar el volumen de jubilados, lo que afectará especialmente a España – entre otros países- por tener uno de los índices de natalidad más bajos del mundo. Podría finalizar esta introducción con una referencia a corto plazo: la nueva Ley de Extranjería facilitará significativamente el incremento de adultos y niños de origen extranjero. Puede decirse, pues, que nuestra sociedad, como otra muchas, tenderá a ser cada vez más heterogénea,… más multicultural.
Este fenómeno -que no debe verse de forma a alarmista, pero sí con la conciencia de que crecerá paulatinamente, aun con políticas de cerrazón de fronteras- ya no es coyuntural, sino estructural: los «inmigrantes» actuales, en efecto, pasarán a ser cada vez más «inmigrados», es decir, tendentes a residir permanentemente entre nosotros, a devenir nuestros «conciudadanos»; hecho, éste, ya suficientemente constatado en los países vecinos de más experiencia en materia de inmigración.
La escuela, como institución social que es, no queda al margen de este escenario. Como ya se ha empezado a experimentar con cierta intensidad en ciertos contextos educativos cercanos, la diversidad cultural va siendo una realidad cada vez más común y connatural en nuestros centros escolares. Pero, aun si un buen número de escuelas todavía no presentan, hoy por hoy, una heterogeneidad evidente en la composición de su alumnado, ha llegado el momento de tomar conciencia pedagógica de que los niños y jóvenes de esos centros ya viven también y, sobre todo, están llamados a vivir como ciudadanos en una sociedad irreversiblemente más global, plural, y multicultural. No preparar a todos los alumnos para ser capaces de «vivir y convivir» dentro de esa nueva realidad social (en construcción) sería algo tan erróneo como no cultivar en todos, desde la escuela su competencia para desenvolverse con fluidez en su vida adulta personal, laboral y social, gracias al dominio de os o más lenguas.
En la década de los 70, los países europeos con más población inmigrada (Suecia, Holanda, Bélgica, Alemania, Francia,… Gran Bretaña), empezaron a tomar conciencia de su realidad social multicultural y, en consecuencia, a idear variadas propuestas para responder a tal reto. Además de diversas fórmulas sociopolíticas, los 25 años últimos del siglo pasado europeo produjeron múltiples iniciativas educativas en el campo de la atención a la diversidad étnica y cultural, especialmente en el trato escolar de los niños procedentes de minorías inmigradas. Es imposible señalar aquí, siquiera algunas de las posturas teóricas y experiencias prácticas mas significativas generadas en estos países: unas muy desafortunadas y otras realmente interesantes. Tampoco puedo, ahora, hacer mención concreta de las abundantes iniciativas surgidas en diferentes lugares de la geografía española. El discreto objetivo de esta ponencia es, pues, apuntar algunas propuestas que, teniendo en cuenta otras europeas y españolas, sean útiles a la hora de avanzar en nuestro contexto hacia una educación más intercultural, sobre todo en el ámbito escolar.