Actitudes del formador/a en interculturalitad
Este documento forma parte del Glosario de Educación Intercultural editado por FETE-UGT y coordinado por el Colectivo Yedra
La primera aclaración respecto a este término se refiere a qué entendemos por «formador/a en interculturalidad». Vamos a definirlo como el educador/a que, en cualquier nivel o ámbito educativo (formal, no formal), lleva a cabo su tarea desde una perspectiva intercultural.
Este «desde» es importante porque nos aleja tanto de considerar la educación intercultural como un contenido o materia a impartir, como de entenderla como una técnica o estrategia para gestionar grupos etiquetados como ‘multiculturales’. El enfoque intercultural va mucho más allá: implica una nueva forma de concebir la educación que pretende la transformación social.
La interculturalidad es ya, en sí misma, una actitud, la primera necesaria para el formador/a que hemos definido. La actitud intercultural implica, en primer lugar, cuestionamiento y reflexión crítica sobre el propio entorno cultural, así como un distanciamiento que permita descubrir y valorar críticamente el carácter convencional de las formas culturales (Ruiz de Lobera, 2004).
En segundo lugar, supone valoración positiva de la diversidad y respeto por las personas, lo cual deriva en el abandono de cualquier actitud etnocéntrica o de superioridad moral o cultural. El relativismo cultural, que no debe confundirse en ningún caso con el relativismo moral [1] , es una herramienta, una estrategia que nos ayuda a analizar los procesos culturales desde una posición crítica y autocrítica, evitando cualquier tentación de etnocentrismo. El relativismo cultural como método se apoya en la convicción de que no hay verdades universales, lo cual no implica en absoluto asumir que «todo vale»: sólo significa reconocer que ‘varios’ puntos de vista pueden ser igualmente válidos (Munévar, 1998).
En tercer lugar, implica apertura al otro, es decir, disposición para establecer una comunicación eficaz y favorecer intercambios positivos y enriquecedores, y flexibilidad para comprender y adaptarse a nuevas situaciones y contextos. Además, exige tolerancia a la ambigüedad, entendida como la capacidad para aceptar un cierto margen de incertidumbre en la comunicación y en las relaciones humanas (Rodrigo Alsina, 2004). La comunicación intercultural (y cualquier intercambio comunicativo puede definirse como tal) es un proceso en el que siempre y necesariamente intervienen interpretaciones diversas, y en el que, por tanto, se puede aspirar a alcanzar algún tipo de entendimiento, que nunca será total ya que no hay interpretaciones universales. La incertidumbre de la comunicación no impide, sin embargo, que ésta sea eficaz y enriquecedora para los participantes, siempre que se mantengan las mencionadas actitudes de apertura y flexibilidad.
Entre las actitudes deseables en el caso de los y las formadoras interculturales, hay dos que nos parecen especialmente relevantes: una de ellas es la empatía; la otra se relaciona con el mantenimiento de altas expectativas respecto al otro y a sus posibilidades de aprendizaje.
Una actitud empática es la de aquella persona que intenta comprender racionalmente los sentimientos del otro; no se trata de simpatía, identificación afectiva o contagio emocional, sino de un esfuerzo cognitivo por entender al otro desde su propia posición, un intento de percibir el mundo subjetivo del otro «como si» fuéramos ese otro (Aguado y otros, 2007). Las personas empáticas saben identificar y aprovechar las oportunidades comunicativas, son capaces de escuchar y comprender sin prejuzgar.
La empatía, por tanto, nos ayuda a construir relaciones educativas de calidad.
Es, por último, fundamental que el formador/a en interculturalidad mantenga la confianza y altas expectativas respecto a los y las estudiantes y el logro del aprendizaje, así como respecto a las posibilidades de transformación social hacia una sociedad intercultural.
Actividades de comprensión
– Formarse en Actitudes interculturales
Proponemos aquí una reflexión (puede plantearse también como debate) en torno a las posibilidades de «formar» en actitudes interculturales: ¿hasta qué punto se pueden «enseñar» tales actitudes? ¿Hasta qué punto es posible aprenderlas? ¿Es preciso tener algún tipo de disposición previa para desarrollar habilidades como la empatía, la apertura, la flexibilidad? ¿O pueden adquirirse estas actitudes a través de la formación?
Aunque el contacto con ‘otros diferentes’ no garantiza por sí solo el desarrollo de actitudes interculturales (de hecho a menudo podemos observar lo contrario, cómo dicho contacto sirve para reforzar actitudes prejuiciosas y hostiles), como educadores/as podemos ayudar a promover dichas actitudes favoreciendo la creación de entornos «seguros» que estimulen la comunicación y el intercambio positivo entre personas diversas, impulsando la reflexión crítica y el cuestionamiento de prejuicios y categorizaciones.
De igual modo podemos encontrar buenas oportunidades para el desarrollo de nuestras propias actitudes interculturales enriqueciendo nuestras experiencias: multiplicar y diversificar relaciones, viajar, observar, entrar en contacto con personas y situaciones diferentes, implicarse y comprometerse, mantener viva la curiosidad y el interés por los otros, son buenos escenarios para desarrollar actitudes de apertura, flexibilidad y empatía (aunque de nuevo es importante señalar que los viajes y los contactos, por sí solos, no garantizan la adquisición de estas actitudes).
– Antropólogo/a por un día
Proponemos una actividad cuyo objetivo es ayudar a descentrarse, a tomar distancia respecto al propio entorno cultural. Se trata de un ejercicio que podemos llevar a cabo nosotros mismos, o proponer para los y las estudiantes en un aula: consiste en asumir el papel de un antropólogo/a en la observación de alguna situación de nuestro entorno.
En concreto se propone escoger un escenario (por ejemplo, una fiesta o reunión social, un espectáculo deportivo, algún tipo de celebración, o cualquier otro que se nos ocurra) y elaborar un cuaderno de campo en el que anotaremos nuestras observaciones sobre lo que está ocurriendo. La clave está en tratar de adoptar una mirada antropológica, la mirada de otro, ajeno al suceso, para describir nuestras observaciones, comportándonos «como si» para nosotros fueran completamente desconocidos los significados y claves culturales de lo que sucede.
Una segunda fase de lectura y reflexión sobre las anotaciones del cuaderno de campo deberá conducirnos a una actitud de extrañamiento y cuestionamiento de nuestras interpretaciones y creencias previas sobre lo observado, y a la toma de conciencia sobre las diferentes miradas posibles en torno a un mismo hecho.
Podemos plantear las siguientes cuestiones para estimular la reflexión: nn ¿Qué aspectos de lo observado me han resultado extraños o curiosos? ¿Cómo me he sentido en mi papel de observador? nn ¿He logrado un relato neutral de lo ocurrido? ¿Qué valores, creencias, significados compartidos se encuentran implícita o explícitamente en mis anotaciones? nn ¿Qué significados o interpretaciones diferentes podrían darse a los hechos observados?
Compartir con otros estas reflexiones y los aprendizajes que conllevan es una buena forma de terminar el ejercicio.
Recomendamos también la lectura, reflexión y comentario sobre algún fragmento de la obra Los Papalagi (Scheurmann, 1920). Se trata de una recopilación de discursos del jefe samoano Tuiavii de Tiavea que, a través de la descripción de su viaje a Europa y sus interpretaciones sobre la cultura de los ‘hombres blancos’ (los papalagi), nos enfrenta directamente a una mirada ajena sobre nuestro propio mundo.
Referencias bibliográficas
Aguado, Teresa (coord.) (2007). Racismo: qué es y cómo se afronta. Una Guía para hablar de racismo. Pearson. Madrid.
Munévar, Gonzalo (1998). Relativismo y universalismo culturales. En D. Sobrevilla (ed.), Filosofía de la cultura (pp. 213-223). Editorial Trotta. Madrid.
Rodrigo Alsina, Miquel (1997). Elementos para una comunicación intercultural. Revista Cidob d’Afers Internacionals, n.º 36, mayo, pp.11-21.
Ruiz de Lobera, Mariana (2004). Metodología para la formación en educación intercultural. Los Libros de La Catarata. Madrid.
Scheurmann, Erich (1920). Los Papalagi. Discursos de Tuiavii de Tiavea, jefe samoano.
Glosario de Educación Intercultural
[1] El relativismo moral argumentaría la imposibilidad de establecer un juicio moral, es decir, de decidir sobre la bondad o maldad de una conducta concreta, mientras que el relativismo cultural se limita a reconocer y valorar la existencia de diferentes contextos culturales y por tanto de diferentes códigos de conducta que pueden ser igualmente válidos.