CEIP LAS LOMAS. Almería

Breves apuntes para la inmersión lingüística integral de una escuela

Desde hace más de 13 años este colegio de educación infantil y primaria cuenta con alumnado migrante en sus aulas. Su ubicación en Roquetas del Mar atrajo, primero, a los hijos y las hijas de familias subsaharianas y marroquíes, conforme se fue desarrollando la industria hotelera y agrícola. Con la llegada posterior de familias de Europa del Este y América Latina, el perfil deL colegio cambió nuevamente. La diversidad de nacionalidades y culturas se convirtió poco a poco en lo normal en este centro en cuyas aulas han convivido niños y niñas de más de 26 nacionalidades.

La directora de este colegio que desde 1998 se ha declarado Centro Intercultural nos remite a Maria José Hervás, que ya no trabaja en el centro pero que ha sido coordinadora intercultural durante trece años. Desde su experiencia, nos relata las distintas estrategias que el centro fue desplegando para afrontar la diversidad lingüística y cultural de las aulas.

El primer reto, recuerda Maria José, fue la lengua: teníamos marroquíes que ni siquiera se entendían entre ellos. Todos los años llegaban unos 30 o 40 niños nuevos y de distintos países, con distintos idiomas y niveles curriculares. En el centro tuvieron que improvisar la acogida y la integración: "hicimos una tabla, según la edad, donde apuntábamos de donde venían, el conocimiento que tenían, si estaban de paso (porque teníamos muchos temporeros, alumnos que venían solamente en época de recolección), etc. Así veíamos a donde iban a ir; si iban directamente al ATAL (Aula Temporal de Adaptación Lingüística) porque no sabían absolutamente nada de la lengua, o no". El ATAL de este colegio, como también en otros centros almerienses, fue pionera en la enseñanza de castellano a alumnos y alummnas de otros países. Al principio tenían intérpretes y después incorporaron la figura de los mediadores interculturales; el idioma era importante pero había otras cuestiones más allá de la gramática.

Sin plantearlo, el centro comenzó a realizar una inmersión lingüística y cultural, pero de forma bidireccional. No se trataba de que el nuevo alumnado aprendiese el idioma, sino que el mismo profesorado comenzó a organizarse, a formarse y plantearse, también, aprender los códigos culturales de su alumnado. "Nosotros decíamos 'hay algo más no sólo la lengua, algo más ahí en medio que queda en el vacío y no está en el currículo; los gestos, las miradas, cómo vestían, qué pasaba con los roles'... Nos preguntábamos, '¿por qué este niño no me mira a la cara?, ¿era un parámetro de su cultura?", recuerda esta mediadora.

Movidos por la curiosidad y la necesidad, un grupo de profesores se organizaron para estudiar las diferencias y las analogías entre algunas culturas y la española. "Nos dividimos en cuatro grupos: África subsahariana, Magreb, las lenguas que incluyen el ruso y ucraniano, y también estaba el grupo de gitanos, que llevaba viviendo muchos años con nosotros y que no nos acordábamos de él. Estudiábamos, no sólo la lengua, sino también los roles, las normas de belleza. Hacíamos una lectura de su cultura, que nos servía para incluirlo en las actividades". Maria José, apunta tres logros de esta forma de trabajar: "uno, se aprendían el idoma; dos: el alumnado se se sentía incluido y tres: el centro entero se enriquecía".

El libro viajero, una forma de implicar a las familias

Una de las experiencias que Maria José Hervás recuerda con más interés es el Libro viajero. Los niños y las niñas se lo llevaban a sus casas y su familia lo iba completando. "Los padres han hecho libros que eran una maravilla. Aunque al principio no lo pensábamos, los padres participaban, sobre todo los de Europa de Este. Podían poner dibujos, fotos, textos en su idioma, lo que fuera". Después de que el libro viajero aterrizara en el colegio, se traducía. Los traductores eran de alguna asociación o los propios padres y madres que llevaban más tiempo en España. Y el proceso del libro viajero se completaba con su lectura en vivo, gracias a que algunos familiares, incluidos los abuelos y las abuelas, acudían al colegio para contarlos. Algunos de los ejemplares podrán encontrarse en la Biblioteca multicultural del centro, junto con otros libros, cuentos y canciones en distintos idiomas que han ido engrosando los estantes de la biblioteca. Aunque muchos otros libros viajeros los atesoran los propios alumnos en sus casas.

Integración, no asimiliación

Uno de los problemas que María José Hervás encuentra en la inmersión lingüística del alumando migrante es la pérdida de su lengua materna. Por esa razón, soliciaron una escuela abierta: en horario extraescolar el centro no sólo abría sus aulas para reforzar el castellano sino que incluyó un programa de lengua y cultura de algunos países cuya población era mayoritaria, como Marruecos y Rumanía. Las madres de los niños y niñas de estos países fueron las profesoras en muchos casos, según nos comenta Maria José.

A pesar de todas estas medidas, Maria José Hervás es muy modesta en sus apreciaciones y no considera que su centro sea intercultural: "A mí la palabra inteculturalidad me parece muy fuerte, prefiero decir multiculturalidad porque verdaderamente no es un intercambio. Hay un enriquecimiento, de acuerdo, pero que está ahí". ¿Cuáles son los pasos que consideras necesarios para caminar hacia esa interculturalidad?, le preguntamos. Nos contesta enumerando las piedras del camnio: "El primer obstáculo para que no haya interculturalidad es que no se de clase en su lengua materna. La interculturalidad es que puediesen conservar su lengua para que no se perdiese, por lo menos en el aspecto lectoescritor, porque canciones, bailes y todas esas cosas sí que saben y las pueden transmitir y todos nos enriquecemos mucho, pero verdaderamente el currículum se sigue dando en español".